Antes de instalarse en Hollywood, antes de cambiar su nombre de pila por el menos germánico Uli, Ulrich Edel atravesó la década de 1970 dirigiendo un puñado de cortos y varios largometrajes para la televisión alemana. Más tarde, durante los años 90 y más allá, el realizador nacido en 1947 en Neuenburg del Rin firmaría, entre muchas otras creaciones, títulos como Last Exit to Brooklyn, con Jennifer Jason Leigh, un capítulo de la serie Twin Peaks y el “clásico” thriller erótico noventoso El cuerpo del delito, la película con Madonna y Willem Dafoe, antes de regresar a su país natal y encontrarse con un éxito comercial tardío en 2008 gracias a Brigadas rojas, una aproximación desde la ficción a la organización guerrillera Fracción del Ejército Rojo. Pero antes de todo eso existió Christiane F., la película escándalo (y, con el paso del tiempo, de culto) que describe el descenso a los infiernos de la heroína de una chica de trece años, en la Berlín Occidental de comienzos de los 80. Un retrato crudo y directo basado en una serie de reportes periodísticos y el libro autobiográfico Christiane F. - Los niños de la estación del Zoo, escrito por Christiane Vera Felscherinow y publicado en Alemania en 1978. Un film que recorrió el mundo de diversas maneras, no siempre apropiadas, y que a países como la Argentina llegó a las salas de cine luego del regreso a la democracia y la caída de la censura. Un relato que continúa resultando tan potente ahora como en el momento de su realización, apoyado en una banda de sonido diseñada en base a las composiciones del David Bowie más berlinés, quien además aparece en pantalla en un recital filmado especialmente para la película. En una copia recientemente restaurada y con el amarillista título Yo, Christiane F., 13 años, drogada y prostituida, la creación cinematográfica de Uli Edel puede verse tanto en la plataforma MUBI como en Amazon Prime Video, una verdadera cápsula temporal en viaje sin escalas a los años previos a la caída del Muro de Berlín.

Tomando en préstamo textual algunas líneas del libro en el cual se basa, Christiane (la actriz debutante Natja Brunckhorst, que al momento de la realización tenía la misma edad que el personaje) mira a cámara y escupe rabia. La joven vive con su madre y con su hermana. La primera está iniciando un noviazgo que no es bien recibido por la protagonista y la segunda ha tomado la determinación de irse a vivir con el padre por tiempo indeterminado. Al comienzo de la película, Christiane recorre los pasillos del edificio tipo pajarera en el cual vive y anuncia su apremiante deseo de conocer la nueva discoteca berlinesa de moda. Eso ocurre gracias a la ayuda de una amiga y compañera de escuela, una chica que parece algo mayor gracias a su precoz desarrollo y a sus “hermosas tetas” (Christiane sic). Las amigas ingresan a Sound y la melodía de “Look Back in Anger” se entrelaza con los sonidos de La noche de los muertos vivos, de George Romero: el boliche incluye una micro sala de cine, ámbito ideal para los arrumacos y el consumo de sustancias psicoactivas. Christiane prueba esa noche una pastilla que tiene como corolario directo mareos y vómitos, pero también conoce a Detlev, el chico con el cual poco tiempo después iniciará un imparable derrotero heroinómano. Antes, una imagen que se repetirá en muchas ocasiones, pero que en ese momento la impacta de lleno: el detalle del brazo de un joven tirado en el baño, una jeringa vacía todavía insertada en la vena. Entrevistado por el periódico británico The Guardian en tiempos recientes, cuando la versión restaurada de Christiane F. comenzó a reestrenarse en diversos mercados, Uli Edel recordó que, en aquellos tiempos, “había escuchado acerca de la movida junkie en Berlín, pero no pude creer que todo era verdad hasta que fui testigo: cerca de cien chicos pasaban el rato durante los fines de semana en la estación Kurfürstendamm, completamente ignorados por los adultos que esperaban la llegada del subte. Cerca de la conocida discoteca Sound, un grupo de chicas menores de edad que querían hacer algo de dinero antes de volver a entrar, ofrecían sexo veloz a los hombres que pasaban por allí con sus automóviles”.

De estación en estación

A diferencia de otras películas de la era, que utilizaban el vehículo de la “denuncia” como espacio de contrabando para las aristas más exploitation –la española El pico (1983), de Eloy de la Iglesia, es uno de los ejemplos más célebres–, Christiane F. nunca abandona el retrato realista de los escasos placeres y muchos dolores de la adicción a las drogas duras. “Es como un éxtasis sexual”, le dice uno de los amigotes drogones a Christiane antes de su primer chutazo. Pero la chica aún no conoce ninguna de las dos cosas, por lo que cualquier comparación resulta inviable. De hecho, tanto su debut sexual junto a Detlev como el inicio en el consumo, la ternura y el descontrol, irán de la mano. En casa las cosas no andan del todo bien, al menos bajo la mirada de la protagonista, que recibe del novio de mamá una copia nueva de “Changesbowie”, que va a parar a la colección de vinilos del artista, perfectamente ordenada. En el libro de Felscherinow la autora relata que su primera experiencia con la heroína tuvo lugar durante un recital del músico inglés, pero en el film eso no ocurre de la misma manera. De hecho, las escenas en la cuales aparece Bowie en escena, con Christiane observándolo embelesada desde la primera fila del campo mientras suena “Station to Station”, fueron rodadas en los Estados Unidos, en la disco neoyorquina Hurrah, especializada en punk, new wave y aledaños y que el músico utilizó ese mismo año para el rodaje del videoclip de su tema ”Fashion”. Las imágenes de la enorme platea de asistentes, desde luego, fueron registradas en otro ámbito y entrelazadas en el montaje. Más tarde, cuando la falta de dinero comience a ser un problema para conseguir una dosis, Christiane venderá su colección de discos de Bowie a un precio demasiado bajo, el primer escalón del descenso definitivo a la adicción. Décadas después de la publicación del libro y del estreno del film, la verdadera Christiane, que supo estar en pareja con Alexander Hacke, el guitarrista de la banda industrial Einstürzende Neubauten, y compartió departamento con Nick Cave, declaró que el encuentro con Bowie la dejó un poco decepcionada: “Tenía barba y era tan flaquito y pequeño. Me encantaba la portada de Diamond Dogs, parecía una figura realmente extraordinaria. Pero al lado mío, en el auto, parecía muy frágil. Creía que Bowie iba a ser la estrella de la película, en cambio sólo se trataba de mí”.

“Ni Natja ni los otros chicos tenían experiencia actoral y no había tiempo para ensayar”, declaró Edel en la mencionada entrevista, explicando el estilo directo, descendiente del cinéma vérité, logrado en el rodaje. “Durante la primera semana tuvimos problemas de iluminación y las actuaciones se veían demasiado duras. Así que contratamos a un nuevo camarógrafo, que venía del mundo del documental. Le pedimos que siguiera a los actores con la cámara, pasara lo que pasara, como si se tratara del registro para un noticiero. De esa forma, los chicos se sentían libres a la hora de moverse y actuar, y el resultado fue algo vivo y convincente”. Respecto de la filmación en locaciones reales, que ayudan a brindarle al film un tono semi-documental, Edel recuerda que “la estación de subtes Kurfürstendamm estaba en Berlín Occidental, pero era patrullada por la policía de Berlín Oriental, ya que estaba justo en el límite entre ambos estados. Por esa razón no estábamos autorizados a filmar allí. Nuestro camarógrafo se sentaba en una silla de ruedas y escondíamos la cámara en una caja apoyada en su regazo, con un visor extensible para que pudiera observar el encuadre. Empujábamos la silla mientras seguíamos a Natja recorriendo la estación. Sólo podíamos hacerlo una vez, y por esa razón en la película terminada algunos de los planos están fuera de foco”. Las escenas rodadas en el interior y alrededores de la estación central de trenes de Bahnhof Zoo, donde tanto Detlev como Christiane comienzan a prostituirse para comprar heroína (“sólo con la mano, nada de sexo, es un trabajo”), ofrecen asimismo un aspecto natural que sólo el rodaje en locaciones suele ser capaz de ofrecer. La adaptación seriada del libro producida en Alemania hace un par de años, disponible en Prime Video en otros mercados pero no en la Argentina, es un triste punto de comparación con el largometraje original: Nosotros, los chicos de Bahnhof Zoo está más cerca de la serie Euphoria que de cualquier retrato legítimamente realista, pura superficie en la cual el grupo de amigos adictos se asemeja por momentos a un desfile de modas retro y algo trash.

Parados contra la pared

Mientras Christiane baja nuevamente las escaleras de Sound, donde sólo pasan temas de Bowie en continuado, como la versión bilingüe de "Heroes/Helden" tomada del disco homónimo de 1977, las pequeñas dosis de heroína aspirada ya le han cedido al lugar a las agujas compartidas. Christiane y Detlev intentan dejar la adicción y las escenas en las cuales la pareja sufre los terribles efectos del síndrome de abstinencia, el famoso “pavo frío”, se encuentran entre las más perturbadoras de la historia del cine de adicciones. Uno de esos momentos que hizo respingar a Roger Ebert cuando la película se estrenó en los Estados Unidos, doblada en un espantoso inglés repudiado por el veterano crítico de cine, que más allá de ese percance recomendó efusivamente su visión. Sin embargo, varias voces se alzaron en aquellos tiempos para atacar al film por su crudeza y la posibilidad de que la historia resultara demasiado atractiva para los espectadores más jóvenes. En el comentario de audio que puede escucharse en la edición en bluray alemana de Christiane F., Edel recuerda que esas ideas “comenzaron a escucharse durante la filmación. En algunos programas de televisión se discutía cuán peligroso podía ser que la película describiera el mundillo de los adictos de manera tan realista. Los psicólogos más indignados fueron los que más tarde utilizaron la película en sus sesiones de terapia, porque la historia es un ejemplo de cómo transcurren las etapas de una adicción. Nadie había mostrado esas cosas de esa manera, y pasó bastante tiempo hasta que alguien lo hizo nuevamente. Otro mito recurrente es la afirmación de que utilizamos a drogadictos reales como extras, pero eso no es cierto. La única excepción fue una chica llamada Stella, amiga de Christiane, que nos asesoró en muchos aspectos y que aparece en una escena en la estación Kurfürstendamm, muy en el fondo, durante tres segundos”.