Contrapuntos entre desplazamiento y quietud, entre presente y pasado, y entre formas del español y otras lenguas articulan la escritura de Marisa Martínez Pérsico (Lomas de Zamora, 1978), que dio a conocer una antología que reúne poemas escritos a lo largo de veinticinco años. Peces de ojos tristes. Poesía escogida 2023-1998 (Ediciones del Dock) incluye textos de Los parques interiores, libro inédito con el que ganó el 48° Premio de Poesía Rafael Morales en Talavera de la Reina, en España, en noviembre de 2022. De los más recientes a los primeros poemas, en la escritura de Martínez Pérsico laten varios motivos “atávicos”: el viaje, la tradición literaria, la observación como método, los semblantes del amor y el doble tránsito de lo particular a lo universal.

También, como señala la profesora Laura Scarano en el prólogo, un “hispanismo transatlántico” y una imaginería “desbordante y onírica” que en algunos textos decanta en reflexiones sobre la fragilidad: “Ahora sabemos / que la vida / se define en su punto de fractura / y la construimos / en el hueco que se forma”.

Ha publicado poemarios en Perú, Colombia y España (uno de ellos, Principios y continuaciones, con prólogo del Premio Cervantes 2020, Joan Margarit). “Pero la Argentina es especial porque es el país en el que nací –dice la autora–. Posiblemente el tema que atraviesa mi poesía sea la errancia, aunque se trata de un movimiento centrífugo y centrípeto a la vez, es decir, de una errancia hacia geografías distintas y casi siempre distantes de mi lugar de nacimiento y, simultáneamente, de una búsqueda interior sin desplazamiento físico, que bucea en la memoria, en la historia individual y colectiva. La meditación espacial y temporal es indisociable, creo, en mi poesía”.

Martínez Pérsico reside en Roma desde 2010. Es investigadora de la Universidad de Údine, en el norte de Italia, en las áreas de traducción español-italiano y la literatura contemporánea en lengua española. En sus poemas, se conjugan el español rioplatense con el ibérico. “Es verdad que escribo en ‘panhispánico’, pero no es tanto una elección voluntaria como una necesidad expresiva –destaca–. Estudié en la UBA y después en Salamanca, viví en Barcelona, mis compañeras de estudio y de trabajo fueron o son de distintos países hispanohablantes. Eso hace que mi lengua sea mestiza, que refleje un periplo vital ‘impuro’, dicho esto con cariño. En mi poesía alterno el vos y el tú; en un mismo verso mezclo el tuteo pronominal con el voseo verbal, o en un mismo poema aparecen palabras como celular y móvil, valija y maleta. Incorporo también préstamos italianos. Mis necesidades expresivas me reclaman esa amplitud, esa lengua ‘glocal’, extraterritorial”. En uno de los poemas que permiten ser leídos como reveladores de este procedimiento, se lee: “Habla tu lengua, tu íntimo mandato. / Pero, escucha, / también, la de los otros”.

La autora reconoce dos grandes tradiciones en su escritura. “Por un lado, la poesía de indagación ontológica argentina: Roberto Juarroz, Antonio Porchia, Héctor Viel Temperley, Hugo Mujica y Alejandra Pizarnik. Por otro, la poesía de la experiencia española, bautizada por sus fundadores como ‘la otra sentimentalidad’ en homenaje a Antonio Machado. Es una línea de poesía realista, fuertemente anclada a la historia, heredera de las libertades que empezaron a conquistarse con la transición democrática española. Quienes más me marcaron son Javier Egea, Ángeles Mora y, especialmente, Luis García Montero. A este último lo considero mi maestro”. Este escritor prologó la edición italiana de El cielo entre paréntesis.

La presencia de un “linaje femenino” (madres e hijas, hermanas y amigas) en la poesía de Martínez Pérsico se corresponde con otro, “el linaje poderoso de poetas mujeres en América Latina”, dice. “Esto no es tan habitual en otras latitudes o lenguas –asegura–. Sin embargo, a diferencia del siglo XX, en la actualidad muchas mujeres, además de escribir, se dedican a actividades de gestión cultural, a la enseñanza formal o informal y a la labor editorial. Hoy ya no es imprescindible que un hombre avale la obra de una mujer para visibilizarla. Las autoras se volvieron dueñas, también, del proceso de producción. Ahora es un espacio compartido, en términos de circulación de bienes culturales, de intervención en el espacio público y de poder simbólico. En la Argentina esta dinámica la veo bastante clara. De todos modos, yo agradezco la atención que los hombres prodiguen a mi obra y yo hago lo mismo con poetas a los que admiro, leo, edito y quiero. El feminismo no se trata, para mí, de una ‘lucha contra’ sino de una ‘lucha con’”.