Jorge VI subió al trono del Reino Unido en 1936 y fue rey hasta su muerte, en 1952. Le tocó enfrentar la Segunda Guerra Mundial. A eso se suma que no era el heredero y que debió ser rey ante la traumática renuncia de su hermano. Por si fuera poco, tuvo una cuestión que se puso de relieve en su juventud, lo acompañó toda la vida y fue el tema de una pelicula oscarizada: era tartamudo.

Albert Frederick Arthur George vino al mundo el 14 de diciembre de 1895. Fue el segundo hijo del entonces príncipe Jorge de Cornualles y de María de Teck. El mayor era Eduardo. Los dos hermanos eran bisnietos de la reina Victoria. En 1910 murió Eduardo VII y Jorge de Cornualles se convirtió en Jorge V. Así, Eduardo pasó a ser príncipe de Gales. Albert recibió el ducado de York, se casó con Isabel Bowes-Lyon y tuvo dos hijas: la futura reina Isabel y Margarita.

A comienzos de la década del 20, la tartamudez se Albert comenzó a ser un problema, al punto tal que no podía hablar en público. Un discurso en Wembley, en 1925, resultó particularmente traumático, motivo por el cual buscó ayuda, tema de El discurso del rey, película que el valió el Oscar a Colin Firth por su rol como Jorge VI.

El australiano Lionel Logue fue quien comenzó a tratar al duque de York. Antes de emigrar a Londres dio clases de actuación y locución en Perth. Después de la Primera Guerra Mundial empezó a tratar a soldados con problemas para modular. Jorge VI se acercó a su consultorio y se convirtió en su paciente.

El tratamiento de Logue permitió morigerar la tartamudez. El duque hizo ejercicios de modulación y el australiano lo ayudó a amalgamar la respiración. Albert debía hacer sus ejercicios durante una hora diaria, después de que Logue diagnosticara problemas de coordinación entre la laringe y el diafragma.

La relación profesional devino en un vínculo personal a lo largo de los años. En 1936 murió Jorge V. Eduardo, el hijo mayor, se convirtió en Eduardo VIII. Soltero y sin hijos, el hecho de no tener descendencia hizo que Albert se convirtiera en primero en la sucesión al trono.

Eduardo VIII no llegó a ser coronado. Anunció su compromiso con Wallis Simpson y estalló el escándalo. Ella era estadounidense y arrastraba dos divorcios. Era mucho para la rígida moral británica. El Rey no convenció al Parlamento y encontró una fuerte oposición en el primer ministro Stephen Baldwin.

Así las cosas, a fines de 1936 el monarca anunció su intención de abdicar para casarse con Wallis. Dejaba el trono por amor, es cierto, pero el trasfondo no era tan idílico. Para 1936 ya no quedaban dudas del carácter totalitario del nazismo y Eduardo VIII miraba con simpatías a Hitler. La crisis generada por Wallis Simpson permitió su salida.

Entonces subió Albert, que se convirtió en Jorge VI. Allí se corrió la línea sucesoria hacia su descendencia. El nuevo rey se ganó la confianza de sus súbditos al quedarse en Londres durante los ataques de la aviación alemana. En los años de la guerra la familia real se acogió a las políticas de racionamiento de comida y visitó distintos lugares del país.

Jorge VI murió el 6 de febrero de 1952, mientras Isabel y su esposo Felipe estaban en Kenia. Lionel Logue, que lo acompañó en los años de la guerra, falleció un año más tarde.