Desde Barcelona

UNO Es una palabra, es un apellido; pero, para Land, siempre fue más que eso. Así, basta con que sus ojos lean un Dickens para que --casi pavlovianamente-- su rostro se ilumine con el reflejo automático de una sonrisa. Dickens y Rodríguez no puede resistirse. Allí va: lengua fuera, moviendo la cola. Así, Rodríguez no deja pasar voluminosa biografía del voluminoso. Así, lo último que Land leyó sobre él fue libro de conversaciones imaginarias con Dickens ensamblado por Peter Ackroyd (uno de sus grande biógrafos). Y otro del recientemente fallecido Robert Gottlieb sobre el devenir de la numerosa prole del escritor. Y uno más --muy larga novela y muy documentada, Death and Mr. Pickwick de Stephen Jarvis-- acerca de la infausta relación de Dickens con Robert Seymour: su ilustrador y suicida y casi personaje de Dickens. Y apenas días atrás (al tiempo que se enteraba de que Dickens es uno de los personajes de la nueva novela de Zadie Smith) un curioso pero lúcido librito de Nick Hornby en el que, en plan vidas paralelas, ensayaba estudio comparativo de vidas y obras y genialidades de Dickens & Prince. No de Prince Harry sino del de "Purple Rain" quien, de seguir entre nosotros, cualquier día de estos podría aparecer como Fantasma de Navidades Pasadas-Presentes-Futuras en im/posible nueva adaptación al cine/tv de A Christmas Carol.

Lo que lleva a Rodríguez...

DOS ...a evocar lo tan feliz que se sintió (y lo tan poco que le duró esa felicidad) cuando días atrás vio que en plataforma de tv a las que está suscrito ya estaba la flamante encarnación de Great Expectations (nunca le gustó, por inexacta, la traducción Grandes esperanzas). Su novela favorita de Dickens entre todas sus novelas favoritas de Dickens. "El único libro de Dickens en el que sus expectations no llegan nunca a realizarse y, dueño de una serena ironía y una coherencia y un sosiego y una melancolía que no se encuentra en ninguna otra cosa que haya escrito", diagnosticó G. K. Chesterton. "La primera novela que leí que me hizo desear el haberla escrito: la primera novela que me hizo desear ser escritor", dijo John Irving. También la novela más "moderna" y adelantada de Dickens. La del snob manipulable y encandilado perpetuo Pip y de la máquina-de-destruir-hombres Estella diseñada y puesta a punto por la gótica y fatal y espectro-en-vida Miss Havisham. La novela para la que Dickens escribió dos finales: uno triste y ambiguo (el que mejor funciona) y uno más ambiguamente feliz (el que se publicó originalmente). Y, sí, de nuevo, ganas de volver a leerla viéndola. Y la cosa prometía: BBC y, además, la adaptación era de Stephen Knight, creador de esa cruza de Dickens con Puzo que es la excelente Peaky Blinders. Y Miss Havisham estaba interpretada por la gran Olivia Colman (por fin una gran actriz inglesa para acabar con la era de esas vistosas mediocridades que son Emma Thompson y Kate Winslet y Keira Knightley con Judi Dench apareciendo aquí y allá, siempre lista, y dispuesta a relamerse vestida de cat o a morir en brazos de 007). Así que Rodríguez, feliz, se dispuso a despacharse los seis episodios en tarde de sábado y bajó persianas pero, enseguida, quiso subirlas para así poder saltar más cómodamente desde la ventana de su piso y estrellarse a lo grande y muy desesperanzado allí abajo.

TRES Porque, desde la primera escena, la cosa venía rara: ¿Pip queriendo ahorcarse en un puente del Támesis? ¿La hermana de Pip como dominatrix? Y... ah... uh... Estella era negra. Del mismo modo en que el último David Copperfield que vio (y sufrió) Rodríguez era un actor de ascendencia india dentro de lo que Nick Hornby define en su librito --con cautela y malicia-- como "un maravilloso y daltónico reparto". Y Rodríguez vuelve a decirse si esta absurda voluntad de cupos y diversidades no termina siendo algo tan racista como aquello del blackface. Si el teñir de oscuro a personajes célebres por su palidez no acaba resultando en la indeseada e injusta y, sí, casi racista y apenas subliminal admisión del no ser capaces de crear grandes y originales personajes de piel oscura o amarilla o roja. ¿De verdad que alguien siente que así se hace justicia? Si es así, a Rodríguez no le alcanza. Y, además, le parece injusto --y hasta muy auténticamente censor en el falso nombre de lo censurable-- para con lo que pertenece a alguien que ya no está aquí para defender o consentir o denunciar su tocamiento. Y, sí, Rodríguez no hace mucho gimió al enterarse de que se había estrenado versión femenina/lésbica y otra con moro blanco y resto de elenco azabache de Otelo. Y acosador Drácula #Me Too ("¡No! ¡No! ¡Nosotras! ¡Decimos! ¡No!", exclama Mina clavándole estaca mientras Van Helsing --mujer afroamericana-- asiente con empoderada satisfacción). Y (bromea por lo bajo Rodríguez, muy por lo bajo bromea) falta cada vez menos para La metamorfosis trans. Pero el problema es que en esta Great Expectations no se conformaba con nada más que eso (también oscurecía al abogado Jaggers y aindiaba a un par más que pasaba por ahí). Tampoco se contenía a la hora de reescribir, cambiar, inventar. Knight tomaba todo aquello de aquel conocido como El Inimitable y lo convertía en algo más bien/muy mal de El Falsificable. Así, Satis House no era tan imponente, el vestido de novia de Miss Havisham no estaba tan ruinoso, Estela y Miss Havisham eran dedicadas fumadores de opio (como si no quisiesen salir de allí y mudarse a la inconclusa The Mistery of Edwin Drood), Biddy era militante cartista, todos decían mucho "fucking" y, ay, el sexto episodio proponía un final que no tenía absolutamente nada que ver con el de la novela. Todo acompañado por soundtrack que sonaba a descartes de Radiohead de los descartables Kid A/Amnesiac. Puesto a jugar a esto, se dijo Rodríguez, por qué no mejor respetar a lo más que respetable y (como en las recientes Dickensian o Twist o, incluso, en la Great Expectations modernizada pero aún así más respetuosa que en 1998 dirigió Alfonso Cuarón) divertirse y divertir con el pastiche/hommage en lugar de profanar templos sagrados. Así, al caer la noche, Rodríguez fue hasta su biblioteca y releyó Great Expectations y buscó y encontró en TCM aquella noble y respetuosa versión del gran David Lean en 1946, cuando se tenía más respeto por los más grandes.

CUATRO Un lugar común de los últimos tiempos es aquel de repetir que si Dickens estuviera vivo hoy seguramente escribiría para la HBO. De suceder esto, de ser esto verdad, por favor, que --aprovechando la huelga de guionistas-- antes se de una vuelta por la BBC y ponga las cosas en su sitio. Y Rodríguez se pregunta si este cada vez más habitual meterse y entrometerse con Dickens no tendrá que ver con eso de haber sido y seguir siendo considerado "Mr. Popular Sentiment". Alguien habitualmente criticado por las imposibilidades y casualidades de sus argumentos y el desatado sentimentalismo de sus héroes y heroínas. Y que, entonces, se considere que se lo pueda corregir y retocar y readaptar y... "Dickens nos expande”, apuntó Vladimir Nabokov. Pero lo dijo como elogio y no como invitación y barra libre para... uh... "expandirlo".

Y sí --spoiler a lo spoiled-- al final de esta Great Expectations (la de Knight y no la de Dickens) Pip fracasa en su intento de suicidio.

Y Rodríguez se sintió más triste por su supervivencia que por la muerte de la pequeña Nell.

 

Y que si Dios --quien no parece existir, pero como exclamó el aún más pequeño Tim-- no nos bendice, que el menos nos proteja.