La escena se convierte en una pasarela. Lxs intérpretes desfilan pero también se ofrecen y venden, están pertrechadxs con objetos perdidos como si todo el lugar fuera un desván. El colchón en el piso tiene un sentido demasiado directo que pocos conocen porque Vivir vende es una obra sobre una ausencia.

Lo que ocurre tiene un tono confesional que deviene informativo. Cada intérprete está apremiadx por la necesidad de decir quién es, de contar una breve biografía que, de repente, se desarma en algún dato aleatorio. El acto de bailar pasa a estar ligado a la palabra. La música a veces es una voz: ese monólogo interior que surge mientras lxs artistas se presentan como si estuvieran desfilando y, al mismo tiempo, hacen de su cuerpo un embalaje.

En esta creación de Mayra Bonard, Federico Fontán, Damián Malvacio, Rocío Mercado y Maxi Muti, los objetos tienen una impronta plástica. Vivir vende dialoga con las artes visuales. Los cuerpos de lxs intérpretes, por momentos, se ubican en un pie de igualdad con las cosas, armonizan con ellas, las integran como atuendos. Hay algo en el espacio que llama a un desorden que produce un lenguaje. Vivir vende habla de una casa destruida y de una vida que ya no está.

En Bonard surge una sensualidad física y mecánica, un uso del cuerpo que hace de la compulsión un elemento que narra la vitalidad, el frenesí, la voluntad de no detenerse. Es una obra que cuenta la inquietud del cuerpo joven, de un cuerpo que no puede ser acorralado ni encerrado. Es una obra sobre la ansiedad del cuerpo que se manifiesta en coreografías donde la música percute y vibra. Hay algo urgente, algo ligado a la temporalidad, al hacer, a la necesidad de vivir.

Los cascos de motos, las máscaras, las cabezas cubiertas con bolsas de nylon tienen un uso plástico pero también aluden a la velocidad. Bonard, Fontán y Malvacio hacen de la escena una pista donde hay que correr, mostrarse, ir hacia algún lugar.

Las cosas desparramadas, rotas conforman un cuadro que siempre parece soltar frases, imágenes, como un derrumbe o un bricolage donde realizamos asociaciones fugaces.

Vivir vende toma algo del género ensayístico en relación al montaje de elementos surgidos de diversos contextos que lxs artistas articulan para crear un espacio nuevo. Todo lo que puede convivir en escena tiene algo de excepcional. La coreografía, que es aquí una escritura, habla del cuerpo como objeto, tan cercano a las cosas que debe venderse. Todxs, no importa a qué nos dediquemos, nos convertimos en mercancías, nos ofrecemos y buscamos que compren nuestros atributos. En Vivir vende esto se expone, con el cuerpo y con la palabra, con la información ligada a la vida, al trabajo, a la subsistencia, a la danza y el arte atravesados por el dinero pero también a la audacia de revolcarse en las cosas, de señalar que el teatro, en esta parte del mundo, se hace con lo que se encuentra, se resuelve con lo que se tiene a mano y se funda en ese no tener, en la capacidad de inventar con lo que parece un deshecho.

El filósofo inglés Timothy Morton es un autor que se encuadra dentro de la ontología orientada al objeto. En sus textos plantea que las cosas tienen agencia y que el afuera es, en realidad, parte de nuestro cuerpo. Lo que tiramos se nos pega en la piel. Morton cuenta que una noche, mientras bailaba en una fiesta electrónica, empezó a caer una lluvia que era, en realidad, el sudor de todos los cuerpos atrapados en la pista de baile. Vivir vende podría ser un capítulo de esa escena y de esa fiesta porque los objetos, adosados a los cuerpos de lxs intérpretes como prótesis, parecen protuberancias ancladas en la belleza. Maniquíes sobre los que se instala la suciedad y la deformidad que también podría llevarlos a un comportamiento mecánico. Como si la facultad y el carácter de las cosas lograra ganarle a la piel y la sangre y los obligara a mutar.

Vivir vende se presenta los viernes de agosto a las 21: 30 en Planta Inclán