Sugestiva oferta de campaña: mientras el radical Gerardo Morales rehabilita algunas de las peores herramientas de la Dictadura para aplastar la protesta en Jujuy, la política migrante Patricia Bullrich prueba debilitar el consenso de 40 años de democracia contra el terrorismo de Estado: lanzada en campaña en modo halcón: acaba de decir que cuestionar la cifra de 30.000 desaparecidos "no es una traición a la patria".

Uno se pregunta: ¿por qué insisten tanto en atacar la noción de los 30.000 desaparecidos? ¿Por qué siempre lo plantean las voces de derecha?. Por qué ahora?. ¿Qué buscan?

Antes de contarles mis hipótesis, les agrego que Bullrich también trató de rescatar la teoría de los dos demonios: Dijo: "Independientemente de si fueron 30.000 u 8.000 (los desaparecidos), lo de fondo es que Argentina nunca más puede tener esos enfrentamientos fratricidas como los que tuvo".

Hablar de enfrentamientos cuando el conjunto de las víctimas de la Dictadura fueron vejadas y asesinadas en cautiverio es una mentira flagrante que contradice tanto el fallo del histórico juicio a las Juntas como el reconocimiento universal de que lo que hubo fue terrorismo de Estado.

Y lo sabe la ex Montonera.

Pero, como lo expresa la filósofa italiana Donatella Di Césare, un punto clave del negacionismo es la inversión de roles entre víctimas y verdugos.

Lo cierto es que las dos vertientes de Juntos por el Cambio escarban en las frustraciones del ciudadano común, le dan la explicación mágica –la culpa la tienen los enemigos internos--, y le prometen un Estado violento para “terminar con la decadencia”.

Claro que sólo pueden hacerlo apelando a la desmemoria y el negacionismo, una estrategia de manipulación que tiene raíces más antiguas aún que el post Holocausto.

Tomemos, por ejemplo, la llamada Conquista del Desierto del general Roca. Ha sido presentada en la historia oficial como un acto civilizatorio para poblar el desierto y terminar con la barbarie indígena.

La verdad admitida por el propio Roca fue que quedaron más de 14.000 indios “suprimidos”, y que sufrieron torturas, fusilamientos, desapariciones forzadas, apremios ilegales, abandono de personas, reducción a la servidumbre de personas y apropiación de menores.

El paso de Roca puede verse como la consolidación de un capitalismo local en tiempo de definición de fronteras nacionales. Pero no era un desierto lo que atacaron ni hubo un final feliz, incluso si nos olvidamos de la escandalosa especulación que sobrevino con las tierras apropiadas y que multiplicó su valor por diez a favor de los apropiadores.

Pero las elites nos dicen y dirán siempre que fue un acto civilizatorio.

Es decir, negacionismo puro.

Aclaremos que el negacionismo es defendido por personas y grupos que eligen negar la realidad para evadir una verdad incómoda. 1

Según el autor Paul O'Shea, "es el rechazo a aceptar una realidad empíricamente verificable. O sea, es en esencia un acto irracional que elige desconocer una evidencia histórica".

Hubo un juez superior sudafricano llamado Edwin Cameron, que contrajo SIDA, y, reaccionó frente a quienes decían que el SIDA es un invento, explicando las tácticas de que se valen los negacionistas: "distorsiones, medias verdades, tergiversaciones de las posturas opuestas y convenientes cambios de premisas y de lógica".

Di Césare desenmascara un truco clave de los negacionistas: No se trata de personas que dudan (“¿fueron 30.000 u 8.000?”) para conocer más y mejor un determinado proceso. Son personas que niegan a través de la duda.

Si bien el negacionismo se asocia estrechamente a quienes niegan el Holocausto, hay negacionistas también de las epidemias --los hubo en el peor momento del SIDA y del Coronavirus-– y negacionistas de Darwin y la evolución.

Sabemos que hay negacionismo en toda la derecha y la ultraderecha. ¿Y por qué en la derecha?

Porque la derecha expresa al poder real, al sector privilegiado de este mundo desigual. Y es desde el poder que se han perpetrado las masacres que hoy vienen a negar.

Hay un relato de la derecha que dice no sólo que la Conquista de Roca fue un acto civilizatorio, sino que, además, hubo un pasado de la Argentina en que fuimos ricos y vivíamos todos en armonía y paz.

Y lo presentan como el ideal al que deberíamos volver. Lo ha dicho últimamente Rodríguez Larreta mientras él y Macri insisten en que Argentina sufre una decadencia desde hace 70 años, o sea desde el peronismo, como si en esos 70 años no hubieran prohibido y perseguido al peronismo y gobernado también dictaduras, el radicalismo, y coaliciones de derecha que produjeron gravísimos atrasos.

Basados en su negacionismo, según el cual las conquistas históricas de los pueblos y los trabajadores han arruinado a la Argentina, proponen eliminar las indemnizaciones por despido, prohibir las protestas, reformar los sistemas laboral y previsional.

O sea, quitar derechos reconocidos históricamente por la sociedad y por la Constitución.

El problema es que aquel imaginario paraíso al que volveríamos empeorando la vida de los pueblos sólo pertenecía a las oligarquías que tiraban manteca al techo mientras reprimían en forma sangrienta toda protesta popular, como sucedió con la Ley de Residencia de 1904 para echar trabajadores extranjeros que se movilizaban por más derechos, con la represión de la huelga de inquilinos en 1909, y, ya con la ayuda de Yrigoyen, con la masacre de la Semana Trágica de 1919 para no otorgar la jornada de 8 horas, y con los crímenes del ejército en 1921 contra trabajadores de la Patagonia.

Hablar de ese pasado como un paraíso al que deberíamos volver es una de las grandes estafas del negacionismo.

Argentina forma parte de un mundo cada vez más desigual y con pobreza que crece escandalosamente.

El negacionismo que esta derecha supuestamente democrática esparce sobre el terrorismo de Estado es como una preparación para repetir muchos Jujuy, y legitimar la violencia con la cual saben que aplicarán las políticas que perjudican a las mayorías.

Estamos en un tiempo de auge de las derechas y ultraderechas, y en la era de la posverdad, en la cual los hechos verificables importan menos que las ficciones que construyen esas derechas para justificarse y conseguir que apoyen sus planes siniestros.

Según un estudio del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), mientras que la verdad rara vez se difunde a más de 1.000 personas, el 1por ciento superior de las cascadas de noticias falsas se difunde rutinariamente entre 1.000 y 100.000 personas.

Cuestionar la cifra de 30.000 no es traición a la patria según Bullrich. Claro que en su patria y la de Larreta y Pichetto no entran los defensores de derechos humanos, los kirchneristas, los pueblos originarios, los inmigrantes de países vecinos, los docentes que protestan, etc., etc.

El negacionismo de la Dictadura es una herramienta que no consigue éxito.

Habrá que ver si los argentinos votan a quienes prometen quitarles derechos laborales y previsionales, pero siempre inquieta recordar aquel consejo nazi: “Miente, miente, que algo quedará”.