Ni salvación ni adiestramiento, la escuela puede ser un lugar de goce. La agitación de conocer algo nuevo, la excitación que producen lxs demás en su diferencia y el ejercicio de la fantasía forman parte del repertorio diario de cualquier aula, aunque las golpee con fuerza la falta de presupuesto. Además, abandonar mandatos, hacer lazo y construir otra idea de lo público son cosas que aprendimos a hacer con el feminismo y que pueden pasar en el campo pedagógico, pero primero tenemos que creer que eso es posible. Y, considerando que el sistema educativo es puro artificio humano, claro que lo es.

Por supuesto que burlar la disciplina que provoca la sistemática normalización de los cuerpos –niños y adultos- y de los pensamientos no es tarea fácil, como tampoco lo es ir a clases cuando el sueldo no alcanza para el alquiler –ni el de lxs profes ni el de las familias de lxs pibxs. Pero no hay destinos fatales en las cuestiones sociales, esos se los dejamos a los dioses que tienen su propio metaverso. Para nosotrxs, lxs mortales, y para nuestras invenciones, siempre hay otra oportunidad y la escuela puede tener la suya en la creación de una erótica educativa en la que no solo el conocimiento se vuelva una fuente de atracción, sino que también incline el disfrute hacia la experiencia de lo desconocido que es siempre salir al recreo con otrxs.

En esta línea viene trabajando la maestra fugitiva val flores, que usamos de interferencia para captar algunas ondas de la película El vaivén de las escuelas, estrenada recientemente en el cine Gaumont y filmada en instituciones de distintos puntos del país durante la pandemia. En ella, se recopilan testimonios directos de estudiantes y trabajadorxs de la educación, a partir de los cuales el film nos invita a la práctica voyerista de contemplar las escuelas para niñxs y adolescentes en sus dinámicas cotidianas. Dirigida por Martín Ferrari, que escribió el guion junto a Carlos Skilar, la variedad de discursos y paisajes que muestra la cinta nos deja ver a un montón de personas que quieren hacer escuela y tratan de elaborar a su alrededor una fantasía colectiva en la que estar en el aula resulte una experiencia excitante cada día.

Quién desea la escuela

Todo el mundo critica a la escuela y todo el mundo la quiere para sí. Sobre todo en estos tiempos electorales. Candidatxs de todos los colores la nombran y hablan en su nombre, hacen promesas sobre ella, la bastardean y la enaltecen. Cada unx defiende su gestión durante la pandemia y se desgarra por lo que podría haber sido o por lo que fue. Todxs fantasean con una institución a su medida -que para algunxs es ancha y para otrxs estrechísima-, se deleitan y horrorizan con los resultados cuantitativos y los análisis cualitativos que arrojan los informes educativos internacionales. Planifican su transformación y lo que sus modelos de país necesitan de ellas porque piensan a la escuela en relación con el progreso futuro. Pero el progreso no existe.

En su lógica de acumulación, el capital forjó su propia fantasía pedagógica y ha ubicado a la educación en la categoría de inversión que con el tiempo traerá más riqueza personal y nacional, más honor y gloria. Así, transformó al tiempo en desarrollo y a la productividad en la medida de todas las relaciones sociales, lo que hizo de la escuela una institución para la preparación de lo que vendrá, una previa a la fábrica o a la administración de las riquezas heredadas. Una existencia sin presente en un mundo sin proyección de acá a una década. Una promesa de mismidad incrementada y una exigencia de repetición al servicio de valores patriarcales y coloniales. Además de violento, suena profundamente aburrido.

La agitación por lo nuevo y el encuentro con la diferencia hacen de la escuela un espacio de descubrimiento.

Pero resulta que hemos sido engañados. Muy a pesar de Freud y Piaget, nuestros ciclos vitales no son avances de menor a mayor y nunca vamos para adelante porque las biografías no admiten líneas rectas en ninguna dirección. La meritocracia es una estafa piramidal y –lamento el spoiler-, no seremos ni más ricxs ni más estables con el correr de los años. En este sentido, la pregunta de qué querés ser cuando seas grande no sólo es adultocéntrica, sino que, otra vez, resulta un fastidio para todxs lxs pibxs.

El problema de esta adicción al porvenir, como mera realidad aumentada del presente, es que si la escuela está dedicada a trabajar sobre aquello que lxs chicxs serán, entonces no puede dedicarse a entablar vínculo con aquello que son ahora y lo que enseñamos pierde sentido rápidamente. Esta situación se nos hacer carne a lxs docentes cada vez que unx estudiante pregunta: ¿y esto para qué sirve? Y nosotrxs ensayamos alguna respuesta utilitarista y nos enredamos en sus futuros posibles en vez de contestar: ¿y por qué debería servir para algo?, ¿acaso todo tiene que servir para algo?, ¿no podemos perder un poco el tiempo discutiendo sobre algo no redituable o imaginando algo no realizable (aún)?, ¿podemos usar este rato para pasarla bien en conversación? La película también se trata de generar este diálogo intergeneracional provocando a todas las edades que habitan el aula.

Ahora, si volvemos a la idea de la erótica escolar y en vez de preguntarnos para qué pudiéramos virar hacia el porqué de la institución, quizás podríamos responder: porque sí, porque me gusta estar en la escuela, porque quiero que a vos también te guste, porque me hace bien encontrarme con vos, con ustedes, entre ustedes, y porque mi deseo tiene que ver con compartirles esto que sé y que a ustedes les genere más deseo volver mañana para seguir escuchando. No es el plan perfecto, pero puede ser el inicio de algo.

Esto no quiere decir que tengamos que anular el pensamiento de lo que vendrá o que la escuela no pueda participar de la imaginación de futuros posibles, no es una propuesta por abandonarnos al fin de la historia ni al apocalipsis que nos promete Netflix en cada serie de zombis sino, muy por el contrario, animarnos a contar otra historia sobre lo que viene a partir del reclamo por una escuela donde nos den ganas de estar hoy. Podríamos exigirle a todas las fuerzas políticas que presenten una plataforma del goce escolar y ver qué pasa, seguro sería más interesante que el debate presidencial.

El placer de conocer

Contra el capital, la escuela puede ser un lugar de disfrute, como de hecho lo es muchas veces y como lo propone Rancière desde su lectura de la Grecia clásica. Según cuenta el autor, la antigua scholé era el lugar donde se juntaban a estudiar quienes tenían el privilegio de dejar de trabajar un rato y encontrarse para conocer el mundo. Así, el tiempo de la escuela puede ser entendido (¿deseado?) como tiempo robado al capital, contra-productivo, pachorro, sublevado.

Si pensamos a la escuela como un paréntesis de la vorágine productivista, quizás tenga tiempo de asomar la sensualidad del conocimiento, asumiendo que saber algo es entablar una relación con el mundo, acercarnos a él desde un nuevo ángulo, engancharnos con él, calentarnos, entusiasmarnos. Podríamos hablar de nuestra erótica como una epistemología de la proximidad, que no es solo establecer un lazo de ganas con el objeto de conocimiento, sino con todas aquellas personas que conforman la escena educativa. Una lectura provocativa de Lev Vigotsky que, como buen marxista, entendía todo como una relación social. O sea, como una relación mediada por el deseo.

Pero esta proximidad no se da fácil. Aprender algo nuevo requiere de mucho trabajo. Sentadxs en sus bancos o paradxs en una ronda, lxs estudiantes reciben permanentemente una invitación a abandonar sus certezas y componer cada vez nuevas hipótesis de cómo funciona el mundo y restablecer cada vez su vínculo con él. Por eso fracasan las aplicaciones que dicen poder enseñarte dos idiomas en tres meses mientras viajás en el bondi. Ir hacia lo desconocido, epistemológicamente hablando, es emocionante pero también agotador y, como en cualquier relación, hace falta tiempo para entenderse bien (lo que Ángel Rivière plasmó con mucho humor en sus 10 mandamientos desde la psicología cognitiva).

Por eso la erótica escolar no promete resultados, sino que invita a disfrutar la experiencia de lo extraño. Y esto también vale para lxs docentes, que no conocemos a quiénes vendrán este año a llenar las aulas, pero nos excita la posibilidad de compartir lo que sabemos con ellxs y ver cómo, algunxs, se van entusiasmando con ciertos universos conceptuales.

La atracción por la diferencia

Lo más raro de la escuela son siempre lxs otrxs. Personas insólitas que van y vienen en los pasillos con cortes de pelo que jamás se me hubieran ocurrido, acentos indescifrables, comentarios que no entiendo. Pero nada de esto sería un problema si no estuviésemos tan acostumbrados a temerle a la diferencia, por no decir a odiarla y querer eliminarla, si no estuviéramos tan obsesionadxs con la mismidad y la continuidad y la ridícula idea de que podemos controlarlo todo.

¿Estamos obsesionados por la mismidad y la ridícula idea de que es posible controlarlo todo?

Por el contrario, podemos pensar en una erótica escolar desde una pedagogía de la alteridad radical, lo que sería asumir que enseñar no es llevar a lxs estudiantes hacia un modelo de adultez normada, sino un encuentro con otrxs que nunca serán lo que soy ni lo que son sus propixs compañerxs. Desear esa diferencia es toda una sublevación cultural contra la violencia en varias de sus formas, como han apuntado ya varixs autorxs desde la teoría queer/cuir. Además, es el fundamento de cualquier experiencia erótica: algo de lo que me calienta está fuera de mí, incluso me saca de mí para enlazarme con el afuera, de eso se trata el éxtasis, que también puede ser educativo.

Lo curioso en este sentido, es que la escuela ha sido entendida como EL espacio de la otredad y el quiebre del discurso único de lo familiar, algo que repiten cada vez que pueden nuestras pedagogas Flavia Terigi e Inés Dussel. Entrar en la escuela es salir de la casa, exponerse a lo inesperado e impredecible de lxs demás y lo que necesitamos es dejar de tenerle tanto miedo a eso que, de todos modos, va a suceder, para hacer de nuestras instituciones un viaje piola hacia la alteridad. Como dice una de las profes en la película, el desafío es educar en “lo contrario de que el otro sea el miedo”.

Pero la pandemia jugó bien en contra de las prácticas de establecer contacto –más allá de la fantasía tecnócrata de la conexión a través de internet para todo. Cualquier persona era entendida como peligro y contagio, el sueño erótico definitivo del capitalismo neoliberal. De ahí salimos más frágiles, con más padecimientos y más trabajos, pero mucho menos sueldo y es justamente por eso que hacer comunidad con la otredad se vuelve imperioso. Una otredad no sólo humana.

El aula en el cuerpo (ciborg)

Contra los aplicacionismos de las neurociencias en educación, podemos decir con Tono Castorina que el conocimiento no está en el cerebro y que conocer es un acto somático que pasa en todo el cuerpo y a través de él. Conocer excita, entusiasma, seduce, moviliza, conmueve, también enoja, indigna, enferma y fastidia. Es gracias a estos afectos imbricados en los procesos cognitivos que tiene sentido el mundo y ser parte de él, como ha demostrado una y mil veces la epistemología feminista, ganándole por knockout al objetivismo androcéntrico. La película El vaivén de las escuelas recorre estos vaivenes sensoriales en escenas de danza que hacen bailar las ideas.

Torciendo un poco el marco conceptual, la erótica escolar nos trae imágenes como la de humedecernos con los pensamientos novedosos y calentarnos con los conceptos. La erótica escolar habla en lenguas chorreantes de baba, a veces con palabras sucias y otras gentiles para despertarnos aquello que no sabíamos que podíamos sentir. Además de hacer una escuela seductora, la intención es acabar con la educación emocional que quiere arrebatarnos la ESI que supimos conseguir.

Por supuesto que el cuerpo docente también entra en escena. Y esto no solo porque la materialidad de nuestra carne informa a lxs estudiantes sobre aspectos del mundo, sino porque damos clases con todo lo que somos. Como dice bell hooks, nuestra apuesta es entrar enterxs al aula, con nuestro eros y nuestro erotismo y hacerlo jugar a favor de la clase para que cada unx encuentre su propia atracción con el mundo.

Lxs docentes entran al aula y llevan su propio mundo en el cuerpo.

Pero conocer no es sólo con el cuerpo humano, sino también con las máquinas, con las prótesis, con la tecnología que hace al proceso de enseñanza y aprendizaje. Mucho se habló en pandemia de la falta de computadoras y conectividad y, por supuesto que este es un reclamo hacia la política pública, pero además hablamos de cómo el conocimiento es una relación encarnada en nuestros cuerpos a la vez que en los objetos de la técnica que utiliza. Por eso jamás podría ser lo mismo una clase presencial que una virtual, algo que repiten chicxs y profes durante toda la película.

La materia inerte no es un complemento ni un agregado en el proceso educativo, en tanto los instrumentos componen las ideas que somos capaces de pensar y actuar, habilitando ciertos devenires y obturando otros, algo que vemos en el film desde el uso de la radio, la potencia de la voz y la imposibilidad de tocar los cuerpos. O sea, que también somos en nuestra relación con lo inorgánico y la erótica escolar es una invitación a desear las máquinas y jugar con ellas cual dildos epistemológicos que extienden nuestra experiencia del placer. Una versión poshumanista y un poco porno de las corrientes vigotskianas sobre el aprendizaje.

Gozar la escuela

Para lxs docentes la escuela es un trabajo (precarizado) y para lxs estudiantes es una obligación. Nada de lo dicho hasta aquí va a modificar ese hecho, ni nos va a quitar de la memoria las escenas de dolor que vivimos en las escuelas durante la pandemia, antes y después. Es justamente esta pauperización encarnada la que nos deja al borde de un precipicio de fantasías políticas frente al que ensayamos una erótica que nos dé ganas de estar ahí. “Quedó mucha cosa suelta y hay que hilvanar” dice una profe hacia el final del film y en esa acción puede haber atracción y mucha inventiva.

Hiperstición le llaman en teoría política a una idea performativa que hace emerger su propia realidad a partir de la intensificación de las relaciones entre personas y con las tecnologías. Ficciones de futuro que empiezan ahora mismo, que para nuestro caso sería la de producir deseo en las aulas para que exista el deseo de estar en las aulas, una intención que resuena en cada unx de lxs entrevistadxs en la película. De todas sus voces, concluimos que la escuela puede ser un lugar de goce si nos acercamos a ella desde la inquietud por lo desconocido y la atracción por una vida en común que no exija mismidad ni le escape al conflicto. Participar en una clase puede dar placer de uno y otro lado del escritorio, en la existencia misma de esas dos partes y del escritorio.

Las ganas de entrar al aula son parte fundamental de una pedagogía del presente,

 

No se trata de salvar la escuela ni esperar que ella nos salve de las decisiones políticas de todos los gobiernos. Es verdad que hay algo de hechicería en la práctica pedagógica, pero ninguna educación hace milagros y ninguna secuencia didáctica hará desaparecer la deuda que tenemos con el FMI. Se trata de fabular una práctica escolar posible de ser gozada por todas las personas que habitan la institución y las que hacen posible su existencia. Todos los días exigimos más presupuesto, acompañamos a lxs docentes en Jujuy y luchamos contra la burocratización de los derechos de todxs, corremos entre necesidades de docentes, estudiantes, familias y hasta las de la propia institución, pero fantaseamos con lo que se nos canta. Y vos, ¿te imaginás desear el aula?