El árbitro Javier Castrilli pide la pelota. Mientras la toma con su mano derecha, con la otra marca el centro del campo y hace sonar tres veces el silbato. La locura se desata en Salta: Gimnasia y Tiro vence a Central Córdoba de Rosario y el ascenso a Primera División es un  hecho consumado. Corría el año 1993,   el sábado 7 de agosto, exactamente.

Luego de 91 años de existencia, con actuaciones zigzagueantes en categorías menores del fútbol argentino, Gimnasia y Tiro, el Albo, el Millonario, logró el objetivo máximo marcando una etapa que resultará señera para el fútbol salteño, atravesando generaciones enteras que recuerdan aquella hazaña.

Carlos "El Coya" Castellanos (Imagen: gentileza: Mono Vallejo).

Aquel aguerrido equipo contenía un rasgo distintivo: la gran mayoría de los futbolistas que integraban el plantel eran salteños u oriundos del norte argentino, situación que muchos observaron, más allá del orgullo regional, como un potencial a la hora de entender el juego local y hacerse fuertes en la provincia. Uno de aquellos referentes era Carlos “El Coya” Castellanos, quien jugó en el equipo Albo durante 13 años de manera ininterrumpida.

De Villa Primavera a El Tribuno

Nacido y criado en el barrio Villa Primavera, cuando tenia 10 años a su padre le adjudicaron vivienda en el flamante barrio El Tribuno, donde se instaló la familia Castellanos con sus 7 hijos. A partir de allí aquel barrio pasará a ser su terruño, un pequeño pueblo donde encontrará familia, amores, amistades, cobijo, y claro que también, dará sus primeros pasos en el fútbol.

“Teníamos un equipo que se llamaba Los Diablitos, donde comencé a jugar; después pasé a Comercio, un equipo más chico que jugaba en la Liga. Ahí hice las inferiores hasta los 17 años, que me compró Gimnasia”, recuerda Castellanos sentado en una de las tribunas del predio donde hoy se desempeña como coordinador de actividades.

Inmerso en una familia netamente futbolera, con padre exjugador de Gimnasia y Tiro, del Club Libertad y también de la selección provincial, el entorno fomentaba el sueño de los hermanos Castellanos por llegar a primera. “Iba siempre a la cancha. Sin embargo, en aquel momento todo se repartía entre Juventud y Central, Gimnasia andaba más abajo”.

“A los 15 años entré a trabajar en el diario El Tribuno; a la mañana limpiaba vidrios ahí, a la tarde estudiaba en el colegio del barrio, y a la noche entrenaba. En ese momento que jugaba en Comercio me viene a buscar el presidente de Gimnasia, López; habló con mi papá y con la gente del Club, y me fui en 1984”, recuerda.

Gimnasia y Tiro ,1990. Castellanos, tercero arriba, de izquierda a dererecha (Imagen: gentileza Daniel Villagra).

Carlos comenzó a seguir firmemente los pasos de su padre con un gran desafío: ubicar a Gimnasia y Tiro más allá de las posiciones relegadas que venía teniendo históricamente en su desempeño futbolístico. Aquel empuje dará sus frutos, y ya en el mismo año en que Castellanos llega al club de la calle Vicente López, saldrá campeón del torneo anual.

El anhelo va creciendo

“Cuando llegó el técnico Marcial Acosta nos cambió la cabeza. Era un adelantado del fútbol. Había estado en Gimnasia de Jujuy y empezó a moverse mucho de manera regional; iba a Güemes y traía al Tanque González; de Perico, el Tigre Amaya; de Ledesma, Pedro Guiberguis; de Rosario de la Frontera, Rivas”. El entendimiento y la convicción de creer que con jugadores de la región se podía no solo salir adelante, sino también generar un equipo competitivo, estaba sembrado.

“Hicimos en dos años una carrera tremenda. Ganamos el anual, vamos al confraternidad y ganamos también. Fuimos al Torneo del Interior y jugamos la final con Gimnasia de Jujuy para ir al Nacional B. Ganamos de visitante 4 a 2 en la Tacita de Plata (San Salvador de jujuy), y en Salta empatamos 2 a 2. Así, subimos el Nacional B”, comenta El Coya.

Ya en el Nacional B comenzarán los roces deportivos con equipos de otro calibre, y luego de algunos cambios en la dirección técnica, llegará un pilar fundamental: Ricardo Rezza. “El nos cambió la mentalidad”, afirma Castellanos y agrega: “el trato fue diferente, mucho respeto y táctica; nos llevó a Mar del Plata a hacer la pretemporada y ahí, recuerdo en el Paraque Camet, nos cruzábamos con jugadores de otros clubes. Los mirábamos y pensábamos ‘uno los ve por tele, pero acá están, son iguales que nosotros’. Entonces esto nos hizo pensar que también podíamos”.

Gimnasia y Tiro comenzó a crecer y creer en sí mismo. Luego de clasificar tercero en el torneo, obtuvo la oportunidad de jugar un octogonal final por el segundo ascenso. Contra Almirante Brown será un contundente 5 a 1 en el resultado global; luego la semifinal contra Deportivo Italiano será una apretada serie que terminará 3 a 2 a favor de los salteños. Con esta victoria llegaba la ansiada final por el ascenso, esta vez contra Central Córdoba de Rosario de Santa Fe.

“Rezza nos llevó al completo de SETIA en Buenos Aires para concentrar”. La expectativa crecía y los jugadores poco a poco comenzaban a ser “invadidos” por la prensa y curiosos de aquel equipo que se encontraba a las puertas del sueño máximo: el ascenso a Primera División.

La Barra del Colectivero, amigos y familiares de Castellanos. (Imagen, gentileza Carlos Castellanos)

“Le ganamos dos a cero a Central Córdoba en la cancha de Rosario Central, el Gigante de Arroyito. No podíamos creer lo que era esa cancha, estábamos asombrados, como también con la gente que viajó, ¡eran como 4000 personas! Y entre ellos estaba ‘La barra del Colectivero’, que la había hecho un amigo que manejaba la linea 18, un colectivo que pasaba por el barrio. En esa barra estaban también mis hermanos”, recuerda con emoción El Coya.

El sueño se convierte en realidad

Aquel conjunto, que a históricamente a nivel futbolístico ocupaba un segundo plano dentro de las instituciones salteñas, estaba a 90 minutos de hacer historia y saltar de un gran paso al frente, con gran cantidad de jugadores de la provincia y de la región, rasgo distintivo e identitario que no pasará desapercibido.

Aquel sábado 7 de agosto el estadio se encontraba completo de punta a punta, y el resultado favorable obtenido en la provincia de Santa Fe generaba buenos augurios y grandes expectativas. “Cuando nos dijeron que iba a dirigir Castrilli, ahí dijimos ‘ya está’, era garantía, nosotros sabíamos que iba a cobrar lo que el veía y listo”.

Sin embargo, aquella noche guardaba un premio aún mayor para El Coya. Luego de un foul sobre la banda derecha al Tigre Amaya, el centro será anticipado por Castellanos, que de un certero cabezazo marcará 2 a 1 que alargaba la ventaja del Albo, “no me imaginaba convertir, pero justo se me dio. Cuando hago el gol me subo al alambrado de la tribuna donde estaban mis cinco hermanos con la Barra del Colectivero, fue lo primero que me salio hacer”.

La historia continuará con dos goles más, uno de la visita y otro del local, para cerrar un resultado global de 5 a 2. Pero antes del pitazo final, El Coya tendrá una épica historia más por construir, “faltando 15 minutos me hice el lesionado y pedí cambio para que un compañero, Omar López, que jugaba en el mismo puesto que yo, pudiera entrar. Él me había pedido, y como ya estaba todo asegurado, pedí el cambio para que entre Lopecito", comenta Castellanos sobre un gesto de compañerismo pocas veces visto.

Con todos esos ribetes memorables como condimento, el árbitro Javier Castrilli dará por finalizado el partido y el sueño finalmente sería de Primera. “Ese día cuando vengo al barrio me estaban esperando todos, gente que me conocía y la que no me conocía, estaba todo lleno. Fue muy lindo”.

Y el sueño recien comenzaba, porque les esperaba una temporada en primera división donde, a pesar de las incorporaciones que se incluyeron en el plantel, Castellanos siguió jugando de titular en el equipo Albo, “en todos los equipos de primera había grandes figuras: en River el Mono Burgos, el Burrito Ortega, Crespo; en Boca, Mac Allister, Manteca Martínez; en Vélez, Chilavert; en Banfield, el Pupi Zanetti; en Estudiantes, Verón y Palermo; en Independiente, Islas, Cagna; en San Lorenzo, Ruggieri; en Gimnasia de la Plata, los Mellizos Schelotto; el Chelo Delgado en Rosario Central… inclusive me tocó marcarlo a Trezeguet en Platense”, recuerda con brillante memoria aquellos tiempos soñados.

Cabezazo de Castellanos frente a Banfield. En la linea defiende Pupi Zanetti. (Imagen: gentileza Carlos Castellanos)

“En esa época no había celular, y la gente a veces ni me cree que viví eso, ¿quién iba a ir a Buenos Aires a sacarnos fotos? a nosotros no nos conocía nadie. Aquel torneo era difícil sostenernos por el promedio, los viajes, y además no eran televisados todos los partidos, y te los daban vuelta. Por ejemplo, con River jugamos 56 minutos, hasta que nos ganaban no terminaba”.

Aquella temporada en primera duró solo un año, para luego volver al Nacional B y volver a la máxima división unos años después, aunque esa sea otra historia, ya que Castellanos, luego de 13 años ininterrumpidos, dejaba el club por falta de continuidad. “Jugué un año más en Central Norte pero me costaban los viajes, no estaba bien y dejé”.

La historia de El Coya Castellanos comienza a dibujarse a la sombra de las luces que generaba la primera A. “Por suerte tenía un auto y al año de haber dejado el fútbol entré de remis”. “Uno empieza a tocar puertas a ver si lo ayudan y no te conocen, ya no te conoce nadie. Por suerte al tiempo me hablaron de Gimnasia para entrenar a los chicos. Allí estuve más de 15 años. Después me ofrecieron trabajar acá, en El Tribuno como coordinador”.

Castellanos en el predio de El Tribuno.

Carlos Castellanos volvió a su barrio-pueblo donde tiene todo lo que necesita para vivir, reir y seguir recordando momentos de gran alegría. Además, en febrero sale con una comparsa de carnaval, juega al fútbol con sus amigos en un torneo “súper 55”, y cada tanto se encuentra con sus ex compañeros.

Carlos recuerda, con sus apodos, a aquellos con los que compartió el césped, vestuarios y momentos imborrables: “Palito Alvarez, el Perro Venancio, Jetón López, Pelusa Cejas, el Viejo Rodríguez, El Tanque González, el Tigre Amaya, Rambo González, Cabezón Guiberguis, Gringo Viano, Motorcito Gómez, Negro Alegre, Duende Saldaño... así éramos, nadie tenía nombre”, se ríe con picardía y remarca: “los mejores momentos de mi carrera fueron esos en Gimnasia, casi 14 años en los que debo tener entre 400 o 500 partidos”.

“Nunca me molestó mi apodo, al contrario, si tengo la cara tallada”, comenta entre carcajadas El Coya mientras camina las instalaciones del Polideportivo que hoy lo cobija en su amado barrio. A cada paso los vecinos lo saludan, lo reconocen por lo que es y por lo que fue, un jugador paradigma del fútbol salteño que marcó una época dorada de la que se cumplen 30 años, añorando que aquellos momentos vuelvan a surgir.