Quien pase por la Plaza de Mayo puede ver un espectáculo que ya nadie recordaba, que era un documento fotográfico. Nuestro primer monumento, la Pirámide de Mayo originalmente construida como un humilde recordatorio a nuestra revolución y como un desafío al imperio español, está restaurada y con sus cuatro esculturas al pie, como estuvieron hasta 1912. Estas cuatro piezas son francesas y fueron originalmente encargadas para la sede del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Las piezas no fueron populares -hasta Sarmiento rezongaba que quedaban muy mal en las alturas de un edificio sobre una calleja estrecha- y se comentó que en cualquier momento se caían de la fachada. Justo o injusto, las piezas emigraron hacia el asilo de la Recoleta, donde siguen en el shopping, hacia la costanera y hacia la Pirámide. En este caso reemplazaban las que había creado Prilidiano Pueyrredón al ampliar el monumento original, que era la modestia misma. Estas esculturas eran simples ladrillos revocados artísticamente y no sobrevivieron el uso y la intemperie.

En 1912, las cuatro esculturas de la Pirámide fueron retiradas y empezaron un peregrinaje que las llevó a siete lugares diferentes, como si no supiéramos qué hacer con estos mármoles. Tras muchos años en la esquina de Alsina y Defensa, las piezas fueron restauradas por un equipo dirigido por Miguel Crespo y acaban de retornar a la Plaza. El detalle corona la obra que el ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño le encargó al especialista Marcelo Magadán, conocido restaurador y arquitecto, y miembro de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos. También estuvo la restauradora Marta Zaffora con su equipo de especialistas y el ingeniero Oscar Galluzzi se encargó de la delicada tarea de estabilizar una pieza del tamaño de un edificio que tenía problemas de infiltración y asentamiento. Correctamente, se documentó la obra y se hizo una investigación arqueológica y una histórica de la pieza.