La información periodística aparecida en un diario de circulación nacional da cuenta que el gobierno nacional, en la Ciudad de Buenos Aires, está entregando como juguetes para el Día del Niño camioncitos con adhesivos de Gendarmería. Justamente, cuando esa fuerza estatal está sospechada de la desaparición forzada del joven Santiago Maldonado, quien se hallaba en el pueblo Lof Cushamen junto a la comunidad mapuche que resiste el despojo de tierras perpetrado por Benetton.

El accionar del gobierno no puede sino despertar la indignación general. Es un acto de perversión en una situación dramática en la cual el Estado no asume su culpa por el arrebato de otra vida humana, la de Santiago Maldonado, y además incita a los niños a vanagloriar un instrumento del mal. Está negando lo evidente y banalizando lo terrorífico.

Mi recuerdo infantil es el siguiente: siendo niño recibí en mi hogar la visita de mi bisabuelo materno. Yo estaba jugando con mi casco y mi metralleta de combate. Don Eugenio, anarquista él y gallego hasta los tuétanos, me preguntó que cómo podía ser que si yo amaba los animales y no quería hacer sufrir a las personas, estuviera jugando con casco y arma. No supe qué contestarle, y me explicó sobre los horrores que provocaban las armas. Sobre lo desastroso de las guerras.

Mi padre, Antonio, vino en mi ayuda y me pidió el casco, que volvió a mis manos días después pintado en tono aluminio y luciendo una cruz roja a cada lado. Esta vivencia fue, para mí, una imborrable lección.

Un aprendizaje infantil indeleble que aportó, junto a otras vivencias y lecturas de Bakunin, Malatesta, y otras, al rechazo tajante del militarismo. Además, en estos días vi un informe en la TV de un poblador mapuche de la autodefensa del Pu Lof Cushamen empuñando un tiento lanzapiedras y no puedo dejar de admirar la entereza de esas mujeres y hombres que enfrentan la brutalidad racista y no se doblegan. No claudican. No se dejan humillar.

Carlos A. Solero