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Rafael Sebastián Guillén Vicente había cursado la escuela primaria con las monjas misioneras eucarísticas, y la secundaria con los jesuitas del Instituto Tampico, en el D.F, y de allí pasó a estudiar filosofía en la UNAM. Mas tarde sería profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Luego viajó a trabajar a Barcelona y tras presentar su tesis sobre filosofía y educación, se le pierde el rastro, hasta que un periodista le pregunta por qué se echó al monte, a lo que respondió:” cuando la única opción es irse o quedarse, lo mejor es venirse”. Rafael ya había decidido llamarse Marcos, y sus compañeros lo nombraban “el Sup”.

2

Hijo de trabajador golondrina, Evo Morales Ayma supo estudiar a los siete años en la escuelita de Campo Santo, en Salta. De allí volvió a Bolivia, fue llamero y zafrero en Orinoca y en Cochabamba, donde entró a la secretaría de deportes de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, porque sabía jugar al fútbol. Años después sería el único presidente que cumplió con todas sus promesas de campaña poniendo a Bolivia como el país con la economía más sólida de la región, con una movilidad social ascendente tan visible como inimaginada, repitiendo -siempre riéndose- la misma frase: “pero para eso me han votado, pues.”

3

El abogado Nestor Carlos Kirchner, nacido en plena Patagonia, fue intendente de Rio Gallegos, gobernador de la provincia de Santa Cruz y luego diputado, hasta que un 25 de Mayo del 2003, tras ganar una elección con casi nada, tuvo que levantar del suelo la banda, el bastón presidencial y el país, donde lo habían dejado las aventuritas de Menem, De la Rúa, Puerta, Rodriguez Saa, Camaño y Duhalde. Puso la economía y los derechos humanos en marcha, buscó un horizonte claro y llegó ahí, resolviendo con alegría y mucho trabajo la infelicidad y el desánimo general, levantando a la Argentina en su conjunto, diciéndole a los jóvenes: “sean desobedientes, este país sufrió lo que sufrió por culpa de los que fueron obedientes de todos.”

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Son historias dispares, donde cada personaje dejó una impronta más allá de sus logros y desaciertos. A cada quien lo suyo. Pero todos pusieron el cuerpo y las inteligencias de sus experiencias aprendidas en el tiempo de trabajar su construcción.

Y claro que hay más historias, como la de Lula, o Chavez, o Mujica. Personas convertidas en personajes históricos que la vida fue e irá lavando, mientras las grandes empresas de comunicación cumplirán con su cometido de que los olvidemos, o los recordemos como no eran, con la antiquísima técnica del palimpsesto, reescribiéndolos, degradándolos, haciéndolos desaparecer del imaginario bajo una nueva capa de pintura donde los irán convirtiendo en versiones de lo que en realidad no fueron, perdiéndolos en brumas que no dejarán ver que esos hombre que se construyeron a sí mismos desde la base, desde la formación que permite saber que pasa abajo, un abajo en los términos que se quiera: intelectual, económico o político, dejando un legado que casi nadie de la actual camada política parece tener en cuenta: desde arriba hacia abajo lo único que se puede hacer es un pozo. Que es donde parece que nuestra dirigencia nacional nos puso.

Sin duda, haber perdido (al menos hasta ahora) la tan manipulada batalla cultural, tiene como resultado la pérdida de la batalla ideológica, cuyos resultados están a la vista. Sin duda nuestros gobiernos descuidaron este aspecto de la comunicación, dejando almas y cabezas a merced de cualquier mercenario de los que hoy se campean alegremente por los medios y las calles, proponiendo masacres que a su vez son aplaudidas por quienes serán masacrados.

Ahora bien, mirando todo desde arriba, y concentrados en la construcción del pozo, se les perdió lo que pasa en algunas provincias y municipios, donde -aun cargándose las cuestiones nacionales- consiguen de manera creativa hacer aquello para lo que los votaron: mejorar la vida de sus ciudadanos, o sea, hacer peronismo.

El ejemplo del gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, o el de Formosa, Gildo Insfrán, o el mismo Axel Kicillof, gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y aun mirando más abajo, los otros intendentes: Secco en Ensenada, Juan Manuel Álvarez, en Ranchos, o Moreira, en San Martin, no llegaron a permear las acciones del gobierno nacional. Quizá mandó el “y, ¡bueno!” esa frase que dicha levantando las cejas y cerrando los ojos, sirve para explicar la inacción, justificándola por la lejanía, ya sea ideológica, histórica, programática o geográfica. Ninguno fue considerado suficiente, ni los “antiguos” ni los actuales. El sistema creado para combatir la autonomía de las republiquetas, que llamamos federalismo, sirvió finalmente para autonomizar al gobierno nacional de las provincias, muchas veces ignorando sus virtudes, que pudieran servir de aportes a la construcción de la Nación. O sea que ahora todas son republiquetas, incluido el gobierno nacional. Algo absolutamente imposible de explicar.

El análisis posterior a las cifras de las PASO, da unos resultados tan menudos como esperados y las reacciones parecen no tener más pretensión que la de esquivar los charcos producidos por la filtración en la cocina, sin ni pensar en arreglar el techo, ocupados como están en analizar el discurso de una oposición cavernaria que nunca hubiera llegado ahí balbuceando barbaridades trogloditas si nuestro gobierno hubiera cubierto la mitad de las expectativas que entraron a la urna con cada voto. A la vez, parece ser que no se puede reemplazar militantes formados por fans que gritan a voz de cuello “Si la tocan a Cristina…”. Ya sabemos que nada se armó.

Quizá, (ojalá) haya otra oportunidad. Quizá (y ojalá) quien asuma producto de esa oportunidad, escuche que cuando la única posibilidad sea irse o quedarse, lo mejor es venirse, ya que para eso lo votaron, pues. Y que una vez allí, sea desobediente por el bien de nosotros todos.

 

Quizá (y ojalá) esquive el palimpsesto y escuche (o lea) a los nuestros.