Al querido amigo y maestro Juan Forn

Invierno de 1991, Avenida Corrientes entre Junín y Uriburu. Yo tenía 19 años y junto a mi madre y mis hermanos hacíamos la fila para asistir a la primera y única proyección de una película prohibida. Habíamos ido dos horas antes para asegurarnos el lugar en la sala. La película era La última tentación de Cristo de Martin Scorsese -el director de Taxi Driver, de la magnífica y nunca bien ponderada El rey de la comedia. En el reparto Willem Dafoe como Cristo, David Bowie como Poncio Pilatos y un desconocido Harvey Keitel como Judas Iscariote. El plan merecía el sacrificio de la espera frente a una cortina negra que habían puesto a modo de puerta. Años antes en el estreno en Francia, un grupo de fanáticos había puesto una bomba molotov en el cine, así que para ese centro cultural universitario que se atrevá a programar el film, el asunto también implicaba cierto riesgo. Era un pujante Centro Cultural Ricardo Rojas y en donde hoy está la gran puerta de metal y vidrios, créanlo o no, supo haber un teloncito negro como separador entre la calle y el hall. Por las noches, como estaba en obra, lo cerraban con una puerta de aglomerado, cadena y candado. Atardecía y el frío aumentaba la "sensación témpora", un concepto exclusivo familiar que habíamos desarrollado para explicar las diferentes sensaciones del paso del tiempo. Así como existía la sensación térmica, para mí y mis hermanos existía la sensación témpora. Cuando una estaba divertida el tiempo pasaba rápido, se escurría y entonces decíamos: tuve una sensación témpora alta; en la espera del consultorio del dentista la sensación témpora era baja, muy baja al igual que hacer fila a la intemperie. Así que decidimos poner en práctica un juego nuevo que mi hermano Martín acababa de inventar para aumentar la velocidad del paso del tiempo. Todos recordarán el teléfono descompuesto, que consistía en pasarse una frase al oído bastante mal pronunciada para aumentar la confusión, la gracia estaba en escuchar en qué otra cosa había devenido la oración original. Bueno, aquí el juego consistía en pasarle una frase al jugador, pero pronunciando bien, y el que escuchaba debía decir lo mismo, pero usando otras palabras. Por ejemplo, si me pasaban: “No por mucho madrugar, amanece más temprano” yo podía decirle al siguiente jugador “Al sol poco le importa lo que hagas” y este último que sólo escucha mi versión podría decir; “La gran bola de fuego, no percibe tu accionar aquí en la tierra” y un cuarto podría volver a pensar en la frase original -de hecho, es habitual- y pasarle al oído al siguiente: “No por mucho madrugar, amanece más temprano”. El juego esa tarde pasó de ser una idea a ser una realidad, no solo lo jugamos con bastante éxito, sino que además se nos sumaron cuatro o cinco desconocidos con la naturalidad con que la gente charlaba y comulgaba en las esperas antes de los celulares. Le pusimos nombre: El teléfono semántico. Y nunca dejamos de jugarlo, aunque muy de vez en cuando y brevemente porque no es que sea la gran cosa, pero se explica fácil y lo mejor: nadie gana, nadie pierde. Así se pasó la espera, el frío, el resquemor a una represalia de un grupo extremista y comenzó la proyección que cristalizó ese día en mi memoria para siempre.

La película comienza invirtiendo los roles consabidos. Jesús es odiado por los demás porque es un carpintero, constructor de… ¡cruces! Es tímido e inseguro, Judas tiene más certezas y aplomo que nuestro gran protagonista que está lleno de dudas y temores. La iconografía del pasado se nos presenta con un realismo revelador, crudo y ascético con algunos desvíos en donde Jesús alucina venciendo la tentación de vivir el amor, de ser padre, de ser feliz en la tierra en pos de una causa mayor. Todas estas inquietudes hacen que las elecciones de Cristo sean aún más conmovedoras porque lo acerca de manera entrañable a tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia estuvieron en esa crucial disyuntiva. El guión es de Paul Schrader pero está basado en la novela del cretense Nikos Kazantzakis, y la profundidad de los diálogos dan cuenta de un gran autor. Lo que más me conmovió fue la charla en la que Judas entiende el enorme sacrificio que su amigo le pide: que lo entregue por la causa. Ambos morirán pronto, uno con gloria, y será nada menos que el hijo de Dios y el otro- en este caso el pobre Judas- entregará su nombre como sinónimo de traición. Recuerdo el asombro de ver una de las grandes historias de Occidente, sino la que más, contada desde otra perspectiva, más humana, más posible, que no se erige como única. Sí, es absolutamente comprensible que la Iglesia usara todos sus recursos para que la película no sea vista. En la espera habíamos comprobado que ni siquiera con toda la voluntad del mundo podíamos decir lo mismo usando otras palabras. Las resonancias de las elegidas cambiaban los sentidos posibles. Claro, por eso las religiones, los sistemas de ideas rígidas intentan transformar sus metáforas --infinitas, abiertas-- en analogías pequeñas y cerradas. Porque, si hay dos versiones, hay miles. Esa noche todos salimos imaginando cómo habrá sido aquella historia, porque siempre supimos desde tiempos inmemoriales que el dos le abre la puerta al infinito.

Andrea Garrote es actriz, directora, dramaturga y docente. Directora de la maestría en Dramaturgia de la Universidad Nacional de las Artes. Es fundadora, junto a Rafael Spregelburd, de El Patrón Vázquez, uno de los grupos más prolíficos y longevos de la escena argentina actual. Autora y protagonista de PUNDONOR, premiado unipersonal que regresa después de su exitosa gira por España y podrá verse en ocho únicas funciones, desde el 22 de agosto, los martes a las 20 en el teatro Metropolitan, Corrientes 1343.