“El futuro perfecto trata de la adaptación de una extranjera a su nuevo mundo, y es su condición de extranjera la que define su modo de actuación, la estructura de la historia, el dispositivo fílmico”. Nele Wohlatz, directora alemana residente en Argentina desde 2009, describe su película como parte de un aprendizaje, el propio y el de su personaje. Descubrir la forma de entender el mundo que la rodea es lo que comparte con Xiaobin, inmigrante china de 18 años que llegó a la Argentina sin hablar una palabra de español. Pese a estar destinada a vivir en un mundo cerrado, el que construyeron sus padres en el lavadero donde trabajan, el de la pertenencia cultural y la esperanza de regreso al hogar en China, Xiaobin se aventura a ser parte de una nueva historia, la que ella misma construye en sus clases de español, en sus nuevos vínculos, en su forma intuitiva de entender cómo actuar el nuevo idioma. “Para manejarnos en un idioma extranjero, lo tenemos que actuar. Puede llevar semanas o meses hasta que un actor se apropia de su nuevo texto, y aún más hasta que una inmigrante se convence del nuevo rol que viene con su nuevo lenguaje. Esto me pasó a mí después de que me mudé de Alemania a Argentina. Pensaba que nunca iba a ser parte de la multitud que forma esta sociedad, igual que Xiaobin quien una vez me dijo: ‘Cuando estoy esperando en la parada del colectivo quiero parecerme a todos los demás. Cuando tenga dinero, voy a operarme los ojos y los cachetes’”. Estrenada en 2016 en el Festival de Locarno y premiada en numerosos festivales internacionales como la Viennale, Rotterdam y Mar del Plata, El futuro perfecto propone un recorrido lúdico y vital por la experiencia de la extranjería, siguiendo de cerca a su personaje, viviendo con ella cada nuevo hallazgo, y haciendo de ese permanente aprendizaje el camino de su verdadera aventura. 

Recién llegada

“Conocí a Xiaobin en el CUI (Centro Universitario de Idiomas), donde daba clases de alemán, durante una visita a los cursos de español en los que buscaba otra extranjera para hacer una película juntas. Xiaobin justo había llegado y apenas hablaba español; fue otra estudiante china quien me contó primero sobre ella. Quería trabajar en esta película sobre la experiencia de una extranjera en su primer año en Buenos Aires y la vida de Xiaobin me daba mucho material. Pero sobre todo me interesó que venía con una cabeza muy propia, con humor y con muchas ganas de conocer cosas nuevas. Y que daba muy bien en cámara”. Wohlatz narra el encuentro con Xiaobin como podemos percibirlo en la película, mediado por la cámara, la mirada, el mutuo reconocimiento. En las primeras escenas vemos a Xiaobin recrear aquel desembarco en Buenos Aires, las primeras comidas con sus padres, la salida a una calle que resulta tan ajena como el más distante de los planetas. Wohlatz mezcla la Xiaobin de carne y hueso, la que busca un trabajo en un supermercado, la que se anima a tomar clases de español, con la Xiaobin que emerge de las entrevistas, en las que las pocas palabras aprendidas se transforman en instrumento para pensarse a sí misma, para verse afuera, en ese mundo. 

“¿Cuáles fueron las primeras palabras que aprendiste?”, le preguntan a Xiaobin. “Jamón y queso”. Es que la fiambrería fue su primera escuela, mientras intentaba descifrar los precios y los pedidos de los clientes en las esquivas miradas. Fueron esas palabras las asociadas a las primeras tristezas y frustraciones, que tal vez podían mitigarse en la entrada a un bar para tomar un jugo de naranja. Directora y protagonista, ambas creadoras de la historia de esa llegada a un lugar desconocido, ensayan un permanente intercambio, que nunca es de a dos sino que es el espectador el principal invitado. “Lo que compartimos con Xiaobin es la pérdida del uso del idioma materno y la necesidad de reinventarse en el nuevo idioma cotidiano. Le propuse hacer una película en español mal hablado, basada en nuestras experiencias como extranjeras, y creo fue esa condición la que permitió que nos acercáramos, a pesar de venir de culturas tan diferentes. Al principio estuvo mi deseo de hacer una película con otra extranjera, no sobre ella sino junto a ella, y cuando se dio que esa extranjera vendría de China, de una parte del mundo de la que no sé nada, me pareció una oportunidad fantástica para explorar esa condición de extranjera en los dispositivos de la película”. Nele Wohlatz aborda la complejidad lingüística con la misma lucidez e ingenio con la que aborda los vínculos entre ella y su personaje, y entre todos aquellos que entran en sus vidas, ya no como observadores sino como activos participantes. 

Aprender español

Una de las principales preocupaciones de Xiaobin luego de sus primeros pasos en Argentina es juntar dinero. Su madre le exige que trabaje en el lavadero, o que aporte algo de sus magros ingresos del supermercado al hogar familiar, que se mantenga fiel a esa única pertenencia, la del idioma chino y el olor a suavizante del refugio en el que viven. Pero Xiaobin se rebela: guarda algo del dinero semanal en un escondite de la fiambrería, comienza las clases de español, se relaciona con jóvenes de otros mundos y otras culturas. Xiaobin transmite en su caminar por las calles, o durante la espera en la parada del colectivo, la misma avidez que puede verse en sus juegos de rol en la escuela, mientras aprende “que el perro es gris y el gato es blanco”. Esas palabras ajenas se resisten a formar parte de su vocabulario, y cuando lo hacen, de manera desorganizada y anárquica, recuerdan los disfraces que se llevan a desgano, como un actor no demasiado convencido del papel que le dieron en el reparto. La actuación es una puerta de entrada en El futuro perfecto: para comprender el aprendizaje de un idioma como parte de un teatro permanente, para afianzar la estructura dramática de la película en esa representación, y para pensar las tensiones entre ficción y documental que implica contar una historia verdadera. 

“Un día me invitaron a ver una obra de teatro que habían preparado los estudiantes de chino en la escuela. Eran fragmentos de una obra china modernista que alguien había traducido al español. Los estudiantes chinos justo habían empezado a estudiar este idioma y les costaba un gran esfuerzo decir simples frases. Su concentración estaba en el habla, con sus cuerpos solo hicieron gestos mínimos. El texto era ficticio, pero su habla era real, un crudo testimonio del conflicto por el que estaban pasando interiormente, las contradicciones a las que se sometían con el nuevo idioma, la nueva ciudadanía, el nuevo contexto. Me conmovía mucho, veía una suerte de ready-made bressoniano y pensé que tenía que rescatar este tono para la película. Para mí, esta forma de representación anuló la diferencia entre ficción y realidad”. El futuro perfecto se construye en el vaivén entre escenas de la vida de Xiaobin y escenas en el aula. Sus compañeros de clase a veces funcionan como actores secundarios, otras como extras, otras como el coro que comenta la acción. La escenificación de las frases de manuales y ejercicios didácticos ofrece un distanciamiento tal que resulta gracioso. Ese humor de expresiones absortas y rostros desorientados es lo que mejor logra Wohlatz con su puesta en escena. Como ella misma recuerda, “fue un proceso gracioso y traumático al mismo tiempo. Creo que con Xiaobin, compartimos la necesidad de reírnos de nuestros atropellos lingüísticos. Porque al llevarlos al cine, al construir algo bello, gracioso o conmovedor, les dimos sentido. Lo que hasta ese entonces era una falla, ser extranjera, hablar mal, empezó a ser una herramienta, quizás incluso una ventaja”. 

De la India con humor

En una de sus tantas jornadas de venta en la fiambrería, Xiaobin conoce a Vijay, un joven indio que se encuentra temporalmente en la Argentina por cuestiones laborales. Las dificultades de ambos con el idioma se convierte en un guiño y de ese improvisado desencuentro lingüístico nace una imprevista complicidad. Como lo que aprende en clase Xiaobin lo ensaya en la vida, luego de practicar con sus compañeros “cómo arreglar citas”, concreta con el cliente indio una primera salida. Toman jugo de naranja, miran una película que no entienden y comienzan un noviazgo secreto. “Me interesó que ella se juntase con una persona de un tercer idioma, con la que comparten una posición marginal dentro de la multitud que habla castellano; que no buscara un novio chino porque quería salir de la Mini-China que seguía existiendo en su casa. Que encontrara a alguien con quien compartir la condición extranjera”. La relación de Xiaobin con sus padres, los mandatos de cercanía con su cultura, la necesidad de un casamiento con alguien de su país, aparecen en la película, mediados por sus propias fantasías, por su intento de sentirse alguien sin perder quien era. Eso se hace evidente en los dos nombres en español que alternan la construcción de su incipiente identidad. Primero Beatriz, en las clases de español y en las peleas con Vijay; luego Sabrina, más cercano a su nombre original según la oculista que le receta anteojos para la miopía. 

Esa dualidad que atraviesa Xiaobin se traslada a los espacios en los que se mueve. El lavadero puede ser refugio para sus padres pero se torna encierro para ella, un lugar donde debe encontrar un escondite para guardar la plata de las clases de español o resistir las intromisiones de su madre en su futuro. Los espacios frecuentes, como el aula, el bar o el supermercado, son los esenciales para el recién llegado, aquellos en los que intenta aprender a moverse con soltura, a sentirse un nuevo habitante. La relación con Vijay, los días que pasa en su habitación para turistas, el contrapunto con el estilo de vida que le ofrecen sus padres, se nutre de la juventud de Xiaobin, de su intento de entrar en los nuevos códigos de Occidente no sin algún desengaño o algún absurdo imprevisto. “Conocí a Xiaobin a los tres meses de que había llegado, y en ese momento estaba enojada con su familia”, retoma Wohlatz. “Después de la larga separación, y con ella prácticamente adulta, sus padres querían que asimilara el estilo de vida de ellos. Es decir, vivir aislados de la nueva sociedad, y agarrarse de lo familiar que pudieron rescatar tras la migración. Las clases de español les parecían un gasto innecesario y, en su opinión, Xiaobin ya estaba en edad para casarse, y el único novio posible vendría de su provincia. Lo que se da a conocer sobre la familia son hechos de la vida de Xiaobin, o fantasías que ella tiene y que tienen un valor verdadero igualmente grande”. 

El futuro como condicional

Hacia el final de la película, cuando en las clases de español comienzan a practicar el condicional, Xiaobin comienza a pensar en su futuro. Así aparecen futuros reales, futuros posibles, futuros imaginados. Una excursión a la Costanera en la que hace una breve aparición el actor Nahuel Pérez Biscayart es la excusa para asociar el tiempo venidero con el pronóstico climático, y para pensar las experiencias actuadas como nacidas de emociones verdaderas. “Me imaginé esta escena como una extensión de las clases de español, como un ejercicio para un nivel más avanzado, donde se juegan las mismas cuestiones que en el aula: la necesidad de convertirse en un actor para empezar a hablar en un idioma que no es el tuyo, de convencerse en el camino de lo que uno está haciendo, y de convertir algo del reino de la imaginación, de las ideas, en verdad. Pero hay también otro aspecto en las escuelas de idioma, que quería incluir en la película: con el nuevo vocabulario viene una reeducación cultural, la idea de tener que adaptarse, de dejar de lado las propias costumbres para aprender las de la nueva cultura. El llanto aparece un par de veces a lo largo de la película, pero siempre de manera diferente. Xiaobin lo observa, lo estudia y al final lo ejecuta, y ya no se sabe si es representación o verdad”. 

Nacida de ese mismo condicional que proyecta desde su presente, Xiaobin es narradora y personaje, es parte de la creación de la película que protagoniza como sus sueños son parte de ese teatro que pone en marcha. Nele Wohlatz ha encontrado más que un personaje, más que una actriz, más que una extranjera alrededor de la cual pensar su propia historia. Ha propuesto un juego perfecto y ha hecho de ese juego el mejor pronóstico para enfrentar el futuro más imperfecto.