"Oktubre", el segundo disco de Los Redondos y uno de los más trascendentes de la cultura rock argentina, partió de un concepto previo que ordenó bajo un mismo eje las posteriores letras, músicas y dibujos del álbum. Eventualmente pueden destacarse por encima de los demás el clima oscuro que exudan los arreglos musicales, “Jijiji” como paroxismo de la liturgia masiva ricotera o la imagen del esclavo rompiendo sus cadenas.

Todos elementos individualmente poderosos, pero que pierden densidad si se los despojan de las coordenadas que los contienen: pocos discos del rock argentino lograron construirse y crecer incluso más allá en el tiempo alrededor de un concepto estético tan granítico y definible como “Oktubre”. Rocambole, con su mano, fue el encargado de darle forma y delinear esos rebordes artísticos tan característicos y venerados.

“Habíamos ido a ver al Luna Park a ver un coro de un ejército ruso y quedamos muy impresionados con las voces graves y esos temas que parecían marchas medievales”, evocó el Mono Cohen. Corría entonces el año 1986. Luego de esa experiencia compartida con otros integrantes de Los Redondos, el artista platense sondeó entre miembros y allegados a la banda qué imágenes les sugerían las escuchas de los demos de lo que luego sería “Oktubre”. Y todos contestaron más o menos las mismas cosas: “Multitudes marchando y banderas”, destaca Rocambole. “Esos fueron los dos detalles que me llevé de esa especie de encuesta entre conocidos para pensar el arte del disco”.

“Hoy te sentás en una computadora, armás el diseño y enviás un archivo, pero en ese tiempo hacer la tapa de un disco era comprar las cartulinas, recortarlas y estamparlas... lo cual te convertía no sólo en un diseñador, sino también en un obrero gráfico”, explica Rocambole desde su atelier en la capital bonaerense, cerca de la bohemia zona de la Vieja Estación. Por ese motivo, el artista plástico debió ajustar la idea estética de “Oktubre” a las posibilidades técnicas y económicas de un grupo que entonces se manejaba de manera austera, autogestiva y hasta cooperativa.

 “La serigrafía apareció como solución para la producción en serie, aunque lo rudimentario del sistema al mismo tiempo me obligó a usar pocos colores y a trazar formas más delineadas, porque no permitía sutilezas”, detalla Cohen. “Claro que tampoco se trataba de repetir por la repetición misma --aclara--, sino que también me interesaba que la obra se sostuviese por una imagen acompañada de una acción, por un mensaje capaz de conmover”.

“Siempre me interesó el fenómeno que se generó acerca de la tapa de Oktubre y de sus multitudes y cadenas rota, imágenes de las que muchos se apoderaron. Y creo que, en definitiva, todo tuvo que ver con la optimización de los pocos recursos disponibles y dentro de un producto artesanal, como fueron los vinilos originales de ese disco. A lo mejor, si hubiese dispuesto de más herramientas para hacer un trabajo sofisticado, quizás no hubiese pasado todo lo que pasó”.

Desde una breve paleta tricromática de rojo, negro y blanco (“los colores del anarquismo, a los cuales les agregué como yapa un tonito gris para redondear algunos gestos”), Rocambole proyectó una estética linkeada con afiches soviéticos de principio del siglo XX, además del regusto previo por el dibujante, pintor y muralista Ricardo Carpani.

Si todo eso tuviera que resumirse en una letra, sería en la B invertida de “Oktubre” que aparece en la tapa del mismo disco. “Tenía antecedentes como letrista porque de adolescente me gané la vida pintando carteles de comercios, así que se me ocurrió inventar una tipografía que sonara ‘sovieticoide’ con cierto parecido al alfabeto cirílico, el que usan los rusos, que tiene letras similares a las nuestras, pero al revés”, explica el artista platense.

Lo que hizo Rocambole fue darle entidad a las imágenes visuales que los primeros bocetos musicales generaban en el entorno íntimo de Los Redondos, y luego adecuarlas a los pocos recursos de producción que entonces se tenían a disposición. Lo que siguió a eso una vez que “Oktubre" salió a la calle y empezó a estar en manos ajenas ya es historia conocida. Aunque ni el propio artista lo sospechase: “Un día estaba caminando por La Plata y de golpe vi muchas paredes empapeladas con afiches de la CGT que tenían el mismo dibujo. Me quedé mirándolos con la boca abierta, porque fue como una especie de revelación. Se trataban de los dibujos de Carpani, a quien no sé cuanto le deben mis puños con cadenas que me hicieron tan conocido. Y, esa vez, me di cuenta de que quería que mi arte fuese así: que se viera en la calle, impreso en cantidades, pero además sostenido por una idea, que era la del movimiento colectivo. ¡Me pareció fantástico! Así y todo, jamás de los jamases pensé que los dibujos de “Oktubre” iban a estar pintados en banderas, en paredes, incluso en tatuajes”.

“Muchos amigos me envían fotos de lugares o situaciones en las que se encuentran con mis dibujos, como el del esclavo con cadenas, que ha sido utilizado de mil maneras. Vi ejemplos en muchos lugares y, naturalmente, en algunos casos no me gustaron para nada”, agrega el Mono. “Pero, bueno, cuando la gente se apropia de tu imagen, deja de pertenecerte. Y yo no quiero estar fiscalizando la utilización de mis dibujos como si fuera Disney, que tiene todo registrado y cuando te descubren mandan una batería de abogados para que te saquen plata o para que te demanden. Vivo el fenómeno con intriga, curiosidad, y una necesaria dosis de relajo”.