Hablar de posverdad no supone a hacer referencia a simples mentiras publicadas por medios de comunicación con efectos sobre la cotidianidad. Tampoco hablar de verdades parciales, vinculados a intereses o lógicas editorialistas o a operaciones mediáticas. Esto sucede desde las hojas volantes en la edad media y Latinoamérica hasta “La guerra de los mundos” de Welles y el incendio de la Casa Rosada un día de los inocentes.

Hablar de posverdad supone asumir una época histórica -ligada a la posmodernidad- en que la búsqueda de la verdad, una de las premisas básicas constitutivas de la modernidad, pareciera estar en suspenso. Obviamente ello no supone que otrora se habitase la “Verdad”, siendo ello imposible, sino el valor que implicaba su persecución, comprometiendo a veces en ello el sufrimiento y la desilusión. Y esto no valía solo para los sistemas académicos cuya lógica -se supone- descansa sobre el principio de no contradicción, sino también para un sujeto cuya finalidad -para filósofos como Hegel o Marx- descansa sobre esta búsqueda.

La posverdad implica la desaparición de este principio, la transformación de un sujeto que prefiere regocijarse en el goce compartido de un relato posible que en una verdad que amenaza herirlo. Y el precio es una continua reconstrucción histórica, que ya no obedece a una búsqueda permanente que puede poner en riesgo las bases de la historia, sino a causa de una aniquilación de la memoria que impide cualquier sostén, y como tal, la eliminación de cualquier intento de contrastación.

Por lo que, este proceso trasciende los medios de comunicación, tiene más bien que ver con un sujeto que intenta hacer desaparecer su angustia existencial eliminando su responsabilidad histórica, bajo la fantasía de un paternóster que sustituirá su rol (fantasía predilecta de los jipis y la antipolítica).

A nivel personal, resolver implica transitar caminos dolorosos que el inconsciente censura, pero que sin embargo siguen presentes en un segundo plano, afectando nuestra vida personal. Con los hechos sociales e históricos sucede algo similar, se puede suspenderlos, pero ello no garantiza su desaparición, sino más bien lo contrario, su desconocimiento hace que nos afecten doblemente. Lo político se encuentra vinculado al hábito de contrastar verdades que pueden resultar dolorosas y hacerse responsable frente a éstas. Sin embargo, dolor y responsabilidad, son conceptos antagónicos a un sujeto hedonista posmoderno.

Es sobre esta lógica que se montan los medios de comunicación y los actuales candidatos del espectro neoliberal, exponiendo verdades cual slogans vacíos de contenido que nadie tiene el interés en contrastar, llegando a delirios como la condena a Paka Paka por parte de un candidato a causa de exponer una historia que vulnera el recuerdo de sus “progenitores”. Algo semejante observamos con un expresidentes y la angustia respecto a San Martín y su separación de la corona española. Lo observamos todo el tiempo y el debate del domingo anterior fue una gran muestra de ello.

“Los únicos que ganaron con este sistema son los políticos” refiere el principal candidato de la oposición en sus spots de campaña. Probablemente algún que otro político se haya llenado los bolsillos, sin embargo, la verdad es mucho más evidente, basta revisar los resultados –públicos- que las principales empresas argentinas presentan a sus accionistas para observar quienes son los verdaderos ganadores. Sin embargo, el capitalismo tardío, a través de sus candidatos, se las arregla para desligarse de toda responsabilidad.

A diferencia de otros momentos históricos -en que era necesario hurgar en despachos ocultos, húmedas bibliotecas institucionales o registros contables inaccesibles-, hoy la verdad se encuentra a luz del día. YPF en manos de Repsol, el desguace de Aerolíneas en su período de privatización, el robo de las AFJP, el endeudamiento endémico de los gobiernos neoliberales, el empobrecimiento general al mismo tiempo que crecen los dividendos de algunos pseudo empresarios devenidos en candidatos... Al igual que La carta robada de Poe, todo está a la luz del día y para observarlo no hace falta siquiera moverse de su casa. Sin embargo, lo que se encuentra en suspenso es el deseo de hacerlo. El otrora placer de la verdad fue sustituido por el goce de la “noticia deseada” que producen falsas premisas fáciles de digerir con un alto grado de identificación.

Un sino tan siniestro, sino es digno de Atreo, es digno de Tieste.

* Docente UBA y UNSAM