Claudio Parra viene del principio de los tiempos, casi. Incluso parece una figura legendaria, mística, sobre todo si se lo vio por única vez cuando el grupo que él fundó, allá amaneciendo los sesenta junto a sus hermanos Eduardo y Gabriel, más el “gato” Alquinta y Mario Mutis, se apoderó del Machu Picchu. Y lo transformó en una plataforma paisajística que mezclaba alturas enormes, túnicas blancas, pelos muy largos y un arsenal instrumental provisto de electricidad, acústica y sangre humana. Pero no. El Parra pianista es un músico que intentó todo lo que un músico puede intentar: generar mundos paralelos. Eso ocurrió desde los orígenes del grupo hasta hoy, más de cincuenta años que no solamente han sobrevolado las alturas del Machu Picchu, sino que también han contribuido al acervo musical continental con trece extraordinarios discos. Entre ellos, Obras de Violeta Parra, que viene muy a cuento porque algo de él –o tal vez todo– el grupo recreará en el marco de “100 Violetas”, el homenaje a Violeta Parra a cien años de su nacimiento, organizado por el ministerio de cultura de CABA. “Nosotros comenzamos nuestra historia en 1963, y desde muy jóvenes, tuvimos una gran admiración por Violeta y su trabajo. Estoy hablando de un tiempo en el que aún no era conocida, apenas sabían de ella aquellos que se dedicaban a hurgar en el folklore chileno… Violeta estaba haciendo su trabajo silenciosamente, recorriendo los campos para recopilar músicas, y hacer su obra”, inicia uno de los Parra, poco antes del concierto previsto para hoy a las 21, en el auditorio de La Usina del Arte (Caffarena 1).  

“A medida que se iba conociendo su obra, a aquellos que nos interesaba la música chilena, quienes andábamos buscando la identidad y las raíces, íbamos encontrando en Violeta una referencia, un trabajo serio y profundo. Para nosotros siempre fue una maestra, que nos enseñó a ir reconociendo y descubriendo lo nuestro”, continúa Parra, que no tiene ningún vínculo de sangre con la compositora chilena. Durante su trayecto hasta la publicación de aquel disco (1984) Los Jaivas solían incorporar piezas de Violeta en los conciertos. Una que sonaba mucho era “Run run se fue pa’l norte”. Otra era “Guillatún”, gema de ritmo araucano. Sobre ambas, el grupo imprimía su propio sello basado en una alquimia que no solamente abrevaba en el folklore indoamericano, sino también en estéticas vinculadas al rock progresivo. Así fue, hasta que llegó el disco en que Los Jaivas le entregaron el alma a la artista. “Cuando vivíamos en Francia, a fines de los setenta, una poetisa francesa llamada Eve Grilliquez, que conocía y admiraba a Violeta, conducía un programa en Radio France, que tenía un auditorio maravilloso con sinfónica y coro. Ella quería hacerle un homenaje a Violeta, mediante un programa en vivo, y nos invitó a todos los músicos chilenos que vivíamos en París”, recuerda uno de los dos jaivas que queda de aquella formación. 

Los diez temas que trabajaron Claudio más Gabriel y Eduardo Parra, el Gato Alquinta y Mario Mutis (el otro miembro que sigue en la actualidad), fueron los mismos que pueblan el disco doble: “Arauco tiene una pena”, “El Guillatún”, “Mañana me voy pa`l norte”, “Y arriba quemando el sol”, “El gavilán”, “Un río de sangre”, “Run run se fue pa`l norte”, “En los jardines humanos”, “Violeta ausente” y “Que pena siente el alma”, la mayoría en versiones extendidas, largos pasajes sonoros, y atravesados por una profusa instrumentación que incorporaba guitarras, bajos, baterías, minimoog y pianos, tanto como quenas, ocarinas, tarkas, zampoñas y trutrucas. “Pasó algo muy interesante con ese disco, porque nuestra forma de trabajar consistía y consiste en algo que llamamos trabajo de taller. ¿Qué es esto?, bueno, es llegar a nuestra sala, improvisar mucho y participar todos por igual. De hecho, toda nuestra obra está firmada por el grupo”, explica uno de los tres Parra primigenios. 

–¿Podría profundizar en esa forma, ese método de trabajo, y en cómo hicieron para incluir la impronta de Violeta en él?

–Siempre fue igual. Alguien trae una idea, un esbozo de canción que luego se trabaja entre todos, hasta que finalmente sale el tema definitivo. A veces las ideas surgen ahí mismo, improvisando, rescatando esas cosas que salen espontáneamente. La diferencia con los temas de Violeta es que son muy puros, no tienen interludios ni desarrollos, y esa pureza nos permitió imaginar que ella entraba a nuestro taller de trabajo, y proponía su idea musical para que la desarrollemos entre todos. De ahí salen las ideas de los temas, que en su mayoría tienen desarrollos largos. 

Aquel disco, el octavo de Los Jaivas, solo se tocó completo en el auditorio de Radio France y nunca más, hasta ahora, porque el grupo prevé recrearlo entero en una gira por Chile, prevista para octubre. “Es la ocasión como para rehacer y reestudiar el álbum. Lo vamos a hacer aquí en Chile, en una gira en la que vamos a presentarlo completo, pero aún no hemos decidido si lo vamos a hacer allí, en Buenos Aires”, informa el pianista, que al momento de la nota con PáginaI12, aún estaba en Santiago. “Probablemente hagamos una mezcla, un momento de homenaje donde vamos a tocar varios de estos temas, y otras piezas del repertorio del grupo, de todas sus épocas”, anticipa.

–Si se cuenta la duración de las versiones que hacen de Violeta, entre “Arauco tiene una pena”, “Y arriba quemando el sol” y “El Gavilán”, ya hay casi cuarenta minutos de música, casi medio concierto…

–Justamente, claro. Si hacemos el álbum completo en un concierto, ocupamos todo el tiempo, por eso creo que no se va a dar así, en Buenos Aires. 

–¿Por qué en Chile sí y en Argentina no?

–(Risas.) Bueno, por una cuestión técnica, digamos. La gira aquí empieza en octubre, y eso nos da tiempo para ensayar todos los temas, algo que no sé si llegamos a lograr para el concierto en Buenos Aires. Tampoco sabemos si sería adecuado tocar todo el disco allí, o hacer una mezcla con otros temas. Analizaremos el contexto y veremos… si sentimos que estamos en condiciones de hacerlo, y el contexto da, bueno, tal vez lo hagamos.

–En caso de que no presenten toda la obra, ¿cuáles son los temas que no podrían faltar y por qué?

–“Arauco tiene una pena” (a veces llamado “Levántate Huenchullán”) seguro va, porque fue pensado como la introducción del concierto y del disco. Es más, la intro no es de Violeta, sino una especie de música programática que le da pista al tema. Otro infaltable es “El gavilán”, por lo que significa. Es algo especial dentro de la música de Violeta, porque expresa sus anticuecas, además de un lenguaje específico, y de los recursos instrumentales que contiene. “Y arriba quemando el sol”, es un tema que también nos gusta mucho tocar, porque tiene un dramatismo encantador. Esos tres, por lo menos, más “Run Run….” y “Y arriba quemando el sol”, dos que además van juntos, porque son una continuidad: el primero es el que Violeta canta sin haber ido nunca al norte, y la felicidad que ello le provoca, y el segundo, que es ya la expresión de lo que le dejó su viaje al norte, que resultó lo contrario de lo que pensaba en el primero. Esos dos temas también van seguro.

–Los que conforman el lado B del disco uno, claro. Después está “En un río de sangre”, que en la edición original cuenta con la participación especial de Isabel Parra, la hija de Violeta. ¿Lo han recreado con ella, alguna vez?

–Solamente en el concierto de Radio France, luego no tuvimos la posibilidad. Ese tema había quedado ligado a ella, y decidimos no interpretarlo más en nuestros conciertos, precisamente porque no podíamos contar con su presencia. Primero porque se había ido a vivir a la Argentina, y luego porque pasó el tiempo, nomás. Nos encantaría que pudiera participar en estos conciertos. 

–¿Van a tocar “En los jardines humanos”?

–Sería interesante pero depende, porque los conciertos tienen que tener un desarrollo. Si es un concierto misceláneo, donde se toca un poco de todo, entonces hay que elegir los        temas que tengan que ver con ese desarrollo. Ahora, si vamos a hacer todo el disco, bueno, sí, obvio que va a estar. 

–Los únicos músicos que grabaron la obra original y que aún siguen en el grupo son usted y Mutis. ¿Cómo se adaptó el resto de la formación actual a estas  piezas?

–Ha sido todo un aprendizaje, porque ellos (Juanita Parra, Alan Reale, Carlos Cabezas y Francisco Bosco) han hecho como un doctorado en la música de Los Jaivas (risas). Viéndolo a la distancia, se trata de un trabajo bastante complejo, porque yo tenía que recuperar los pianos escuchando las cintas. Afortunadamente recuperamos las multipistas que grabamos en París. ¿Qué pasó?, bueno, pasó que generalmente los músicos, cuando grabamos, nos llevamos solo el master y con eso nos vamos contentos, sin atender que dejamos las multipistas en el estudio. Afortunadamente, yo las recuperé porque vivo en Francia e investigué dónde podían estar, dado que el estudio donde habíamos grabado el disco había cerrado. Las multipistas habían pasado de un lugar a otro, pero fueron bien guardadas y las pude recuperar. Entonces las traje para Chile, las digitalizamos, y pudimos escuchar los instrumentos por separado. Y entonces pudimos escuchar con mucha precisión todo lo que se tocó hace más de treinta años, y esto fue central porque Mutis y yo habíamos olvidado lo que se había tocado. Por eso es importante entrar en esos detalles, y transcribirlos a partitura… un trabajo bastante complejo, pero muy necesario, sobre todo para los músicos que no estuvieron en la grabación original.

–Una cuestión más general: ¿cómo ve lo que está ocurriendo hoy con la cultura americana, dado el giro que ha dado el continente, al menos desde los sectores del poder político, hacia el neoliberalismo?, ¿cómo cree que ello influye en la cultura de los pueblos?

–Hay una intención de defender lo propio, pero uno se encuentra con un muro. A las nuevas generaciones de músicos que tratan de hacer algo propio, algo de acá, les cuesta encontrar la forma de difundirlo, porque los medios de comunicación pertenecen a las multinacionales, y entonces se hace difícil. Está complicado. El mundo ha cambiado mucho y hay dos cosas: por un lado, una voluntad de defender lo propio, y por otro, una dificultad para concretarlo.