Si bien las instituciones de salud son espacios a los que las personas acuden para tratar una afección y curarse, en algunos casos, sucede lo contrario. A nivel mundial, cada vez son más las personas que, lejos de recuperarse, adquieren una infección que, ya sea a causa de una bacteria, un virus o un hongo, complejiza aún más el cuadro inicial y lo que es peor: puede culminar con el fallecimiento. En concreto, los individuos ingresan a un hospital por una dolencia y terminan siendo atendidos por otra. En las salas de terapia intensiva, a menudo, se habla de “un caldo de cultivo” para la emergencia de las denominadas enfermedades intrahospitalarias.

El contagio entre pacientes constituye un riesgo latente, por este motivo, reducir esta posibilidad al máximo representa uno de los principales desafíos para un fenómeno que cada año, según la Organización Panamericana de la Salud, termina con la vida de 700 mil personas. De no tomarse las medidas adecuadas, de cara a 2050, el número podría incrementarse de manera notable y llegar a 10 millones de muertes anuales.

De acuerdo a un artículo difundido en Elsevier (reconocida empresa de análisis de información global), se calcula que el 5 por ciento de los pacientes son afectados con este tipo de infecciones adquiridas durante las estancias en los hospitales. Tradicionalmente, se vinculan con agentes invisibles que se propagan a partir de superficies o equipos contaminados y desencadenan, entre otras, infecciones respiratorias, quirúrgicas y urinarias. En diálogo con Página/12, Daniel Pryluka, médico especialista en infectología en el Sanatorio Otamendi (CABA), define a las infecciones intrahospitalarias: “Son todas aquellas que una persona puede adquirir mientras está internada. Si bien hay muchas, las que más controlamos son todas las vinculadas al uso de catéteres en terapia intensiva, las que se producen cuando los pacientes emplean un respirador o cuando tienen colocadas sondas vesicales. También miramos de cerca las que se relacionan con las infecciones posquirúrgicas”, sostiene.

Klebsiella pneumoniae multirresistente, Acinetobacter spp multirresistente, Pseudomonas aeruginosa multirresistente son los nombres de algunas bacterias responsables de la mayor parte de las infecciones intrahospitalarias. ¿El denominador común? Son “multirresistentes”, es decir, por lo general su avance en el organismo no se ve afectado por los antibióticos convencionales y, por tanto, suelen provocar secuelas o directamente acelerar el fallecimiento de pacientes internados.

Sobre esto refiere la médica infectóloga Leda Guzzi: “Las infecciones de este tipo son un grave problema de salud pública, que tiene enormes ‘costos’ individuales para el paciente que las padece y para el sistema de salud. Implican un aumento significativo en los costos de tratamiento, días de internación, procedimientos diversos y uso de antibióticos, que a su vez presionan la ecología del paciente y del establecimiento sanitario, favoreciendo la aparición de microorganismos resistentes a los antibióticos”.

Higiene de manos, el primer mandamiento

Cuando un paciente afronta una infección intrahospitalaria, habitualmente, exhibe el elenco estable de síntomas que describen al malestar general: fiebre elevada, escalofríos, dolor e inflamación de zonas específicas. La persona no solo permanecerá por más tiempo en la institución de salud sino que, como refería Guzzi, se incrementará el costo de su tratamiento que, en el momento de adquirir una infección de estas características, deberá afrontar un problema extra al que originalmente tenía. Sin embargo, el paisaje es heterogéneo: el éxito del tratamiento dependerá del agente patológico que posea.

La asepsia de una sala de terapia intensiva caracterizada por una limpieza rigurosa constituye un aspecto central del control de las infecciones. Del mismo modo, también se revela clave el uso de sobretúnicas, guantes y el repaso meticuloso de elementos (como pantallas, respirador y bombas de infusión) con amonio cuaternario u otros desinfectantes con el objetivo de prevenir brotes al interior de las unidades de cuidados intensivos. Sin embargo, hay un mandamiento general y básico: el lavado de manos. Así lo apunta Pryluka: “La medida más importante es el lavado de manos de todo el personal de salud. El paciente tiene el derecho de exigir el lavado de manos a cualquier profesional que lo va a revisar, a darle una medicación o a colocarle un suero”.

Los familiares que tienen acceso a estas salas para acompañar a sus seres queridos también son corresponsables y se les debería exigir un patrón equivalente de higiene. “Todas las instituciones tienen o deberían tener en su organigrama un comité de control de infecciones, es decir, un grupo de médicos y enfermeros especializados que vigilen y tomen las medidas necesarias para prevenir las infecciones”, observa Pryluka.

Aunque lo que finalmente sucede en la práctica habitualmente dista de lo que exige la legislación al respecto, el Congreso dio un paso importante en 2022, al sancionar la Ley de prevención y control de la resistencia a los antimicrobianos (27.680). “La norma es un enorme avance, ya que dispone y articula recursos para que los centros sanitarios garanticen sistemas de prevención y control de las infecciones nosocomiales y también programas para el uso racional de antibióticos”, completa Guzzi.

Del laboratorio a los hospitales: qué hacen los científicos

Las infecciones intrahospitalarias constituyen un problema de salud global. De hecho, del 18 al 24 de noviembre, la Organización Mundial de la Salud estableció la Semana Mundial de Concientización sobre el Uso de los Antimicrobianos. En paralelo, equipos científicos de todo el mundo desarrollan estrategias para poder combatirlas desde diferentes abordajes. De manera reciente, un grupo de la Universidad de Carolina del Sur (EEUU) anunció la creación de una vacuna para prevenir a las infecciones provocadas por patógenos resistentes a medicamentos. De acuerdo a los primeros ensayos publicados en la revista Science, la tecnología se probó en roedores y exhibió una respuesta adecuada del sistema inmunológico.

A comienzos de octubre, en Argentina, se conoció el trabajo de un grupo de especialistas de la Universidad Nacional de Río Cuarto que, a través del desarrollo de nanomateriales, se podría ingresar al organismo de los pacientes comprometidos y dar batalla a los microbios resistentes a medicamentos una vez que los individuos estuvieran contagiados.

Desde el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario, el prestigioso investigador del Conicet, Alejandro Vila, conduce un equipo de referencia en el tema. “Desde hace años estudiamos los determinantes moleculares de resistencia en bacterias de impacto clínico. Lo hacemos a partir del trabajo en las enzimas presentes (llamada NDM) en las súperbacterias que resisten, incluso, a los antibióticos de última generación. Para tener referencia, la resistencia de Klebsiella pneumoniae se incrementó en un 33 por ciento durante la pandemia. La contribución de mi laboratorio ha sido entender cómo funcionan estas enzimas y el diseño de inhibidores, para tratar de contrarrestar la acción de las armas letales que tienen las bacterias”. Actualmente, a través de un consorcio internacional, participaron del diseño de un inhibidor que ingresó en una fase preclínica.

“Por otro lado, también encontramos un nuevo mecanismo de diseminación para estas bacterias. Generalmente, lo hacen transfiriendo genes de una a otra. Hallamos que en ese proceso disparan pequeñas balas de grasa, llamadas vesículas, a través de las cuales la enzima viaja y son capaces de proteger a poblaciones bacterianas que serían sensibles a los antibióticos, pero se vuelven resistentes”, sostiene Vila que, como tercera línea, también realiza evaluaciones sobre medicamentos que ya están en el mercado.

Súperbacterias y una batalla silenciosa

Hacia mediados del siglo XX, los antibióticos generaron una revolución en el campo de la salud, en la medida en que las personas comenzaron a perder el temor a morir infectadas. Los hallazgos de Alexander Fleming y la penicilina abrieron la puerta a la medicina moderna. No obstante, durante las últimas décadas, esta irrupción positiva trajo sus efectos negativos. En concreto, el consumo desmesurado de medicamentos tornó a las bacterias más resistentes, tanto que algunas para ser diferenciadas fueron bautizadas con el rótulo de súperbacterias.

Así fue cómo los antibióticos resignaron eficacia frente a microorganismos que evolucionan, “seleccionan” las proteínas que utilizan para inactivar a los antibióticos, incorporan mutaciones y configuran “escudos bacterianos”. La ecuación es sencilla: si los humanos utilizan de manera indiscriminada los antibióticos, pisan el acelerador y sin querer seleccionan súperbacterias capaces de resistir a todo.

De manera silenciosa e inconsciente, la humanidad protagoniza una batalla desprovista de armas. En frente actúa el peor y más sabio de los contrincantes: las bacterias fueron los primeros organismos vivos de la Tierra, anteceden y sucederán a la especie humana.

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