En medio del penoso sainete en que se ha convertido el proceso electoral, con el lamentable protagonismo de dos sujetos que podrían ser definidos uno como psicópata y el otro como esquizofrénico —a juzgar por sus discursos farragosos uno e insinceros el otro— el peligro que ambos representan hoy es el de dinamitar la poca paz y orden que todavía imperan en la vida nacional.

En ese contexto en el que sobreabundan políticos y periodistas desvergonzados —que son legión— las restantes opciones electorales a semejante desvarío son: un producto urdido de urgencia entre gallos y medianoche; otro que parece esperar al mejor postor por derecha; y en tercer lugar las siempre minoritarias propuestas trotskistas.

En ese marco, quizá las silenciosas mayorías ciudadanas deberían mirar hacia el poder preguntándose donde estará el Presidente Alberto Fernández y a qué será que dedica su agenda en estas horas. Interrogantes que no son asunto baladí, ya que surgen de la constatación de hechos de vital importancia que esta columna viene señalando porque entrañan pérdidas alarmantes de Soberanía.

Por eso se pregunta esta columna —desde hace unos 40 meses— por qué el Poder Ejecutivo ha dejado pasar tanto tiempo con tibios amagos soberanistas hasta encontrarse ahora, al inminente final de su mandato, prácticamente condenado ante la Historia por la entrega de la soberanía nacional sobre el río Paraná.

Lo cual —todo lo indica— evidencia una decisión tan irreversible como equivocada por todo lo que ello significa, que es abrumador para nuestro país.

Por eso, y por enésima vez, se alerta en este humilde espacio periodístico de 7.000 caracteres, que es estúpido y necio de toda necedad —e insoportable para millones de argentinos/as con mínimo espíritu patriótico— abandonar los restos de soberanía fluvial y entregarlos, como necios cipayos, a "autoridades internacionales" para que sean ellas sean las que reglen, controlen y ejerzan soberanía sobre el río más importante de la Argentina, río histórico en el que lucharon José de San Martín y Manuel Belgrano, y en el que décadas después se libraron las batallas de Vuelta de Obligado y Punta Quebracho, todas luchas para asegurar precisamente la soberanía nacional.

Claro que han sido alertas inútiles, evidentemente, pero que ahora es menester repetir y subrayar porque la Soberanía Argentina terminará seguramente el 6 de diciembre próximo, cuando se reúnan los 5 países que en 1992 firmaron el "Tratado de la Hidrovía" (Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay).

Todo indica que en esa fecha los cuatro países que son nuestros hermanos, pero no tontos, dispondrán —como ya se anunció en la última reunión, informada hace pocas semanas por esta columna— que el río Paraná sea gobernado por una "autoridad internacional".

Esto significará el fin de la Soberanía Argentina. Que debe ser preservada mediante una medida sencilla y concreta que no requiere nada más que la decisión presidencial. No hace falta ley, ni decreto, ni reuniones a ningún efecto. Solamente se trata de comunicar la voluntad de la Argentina de preservar la soberanía nacional sobre el río que atraviesa su territorio. Expresada sencilla y claramente mediante cartas o telegramas dirigidos a los 4 países miembros, comunicándoles sencillamente que Argentina se retira del Tratado. Nada más.

Es de esperar que no sea éste un mensaje para sorderas gubernamentales. Que ya las hubo innumerables veces frente a propuestas sensatas y bien fundadas. Pero todas frustradas en la espera de que Alberto diera la orden, la simple orden, de no entregar el río e impedir así tramoyas de los lobbies influyentes en el Ministerio de Transporte, heredados del macrismo y del así llamado "Frente renovador", luego reforzados por la absoluta inacción del "Frente de Todos", y hasta ahora silenciados también por la confluencia "Unión por la Patria".

Es imperativo que no se sigan descuidando los débiles restos de soberanía que nos quedan. Es urgente impedir que los negocios multinacionales sigan vejando nuestra dignidad como nación. Es urgente no entregar, no regalar, no internacionalizar el Río Paraná, nuestro Padre Río como hace cinco siglos lo llamaban los originarios guaraníes.

Duele y dolerá aún más si esta decisión no se toma, porque queda muy poco tiempo. Y asombra y duele que nuestro Presidente parece que no se inmuta. Como también duele la caterva política que pide y espera millones de votos sin siquiera darse por enterada de la trascendente cuestión que es la Soberanía fluvial.

Es sabido que todo tiempo acaba, y todo indica que la última changüí que tendrá la Argentina para reafirmar esta soberanía será después del balotaje del 29 de noviembre próximo y antes de la reunión del Mercosur prevista para el 6 de diciembre. Y lo que es casi seguro, y dramático, es que traidores, cipayos, vendepatrias, serviles de transnacionales o como se prefiera llamarlos, van a celebrar toda entrega silenciando y ninguneando la causa de la soberanía hídrica nacional sobre el Paraná y el canal Magdalena, que son las dos inmejorables vías e instrumentos adecuados para acabar de una vez con la maldita deuda externa abusiva que azota a nuestro pueblo. Las dos, desde luego, conllevan imprescindibles decisiones para que se audite esa supuesta "deuda", y para que el comercio exterior argentino sea verdaderamente argentino y no de 40 compañías que colmaron el Paraná de puertos propios, cerrados y con banderas foráneas, y con miles de barcos, ninguno argentino.

Hay tiempo todavía, Alberto. Poquito pero suficiente para salvar a la Patria de la cárcel económica en que estamos. Y poquito pero suficiente para que usted mismo, en un acto éste sí patriótico, firme la carta, la simple carta o comunicación en la que diga que la República Argentina se retira del llamado "Tratado de la Hidrovía". Con sólo eso, sencillo y firme, nadie en los otros cuatro países podrá imponer la ya anunciada "autoridad internacional" para regir el río Paraná.

Ninguna "autoridad internacional" debe regir el río Paraná en nuestro territorio. Reafirmar nuestra soberanía es imperativo porque si no, en adelante, la Argentina perderá siempre 4 a 1 a la hora de cualquier decisión. Y encima seguiremos siendo el país idiota que draga, baliza, cuida y controla la salud del río, pero en favor de 6000 barcos anuales, todos de banderas extranjeras y que no pagan peaje.

Redímase con el pueblo que lo votó y con la Historia, Alberto. No prometa más hacer lo que después no hizo. No anuncie nada, que enseguida los lobbies de su Ministerio de Transportes se lo van a distorsionar para impedirlo. Simplemente y con urgencia mande la carta de renuncia de la Argentina al "Tratado de la Hidrovía" y concrete la licitación del Canal Magdalena, que está lista y espera su decisión.

No sólo este columnista; la Patria entera lo aplaudirá. Y acaso hasta ayude usted a que la ciudadanía valore su gesto como contribución para detener con votos el aturdimiento que le ha contagiado a gran parte del pueblo argentino quien parece ser un enfermo mental que, mire qué notable, nadie en la política denuncia.

Lo saluda, respetuosamente, este columnista.

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