¿Qué habrá querido decir con ese "después no te quejes si hay alguien a quien no le gusta que tengas piojos"? Además de contener una amenaza a la vista, la comparación entre la homosexualidad, la suciedad y la pediculosis de Diana Mondino podría quedar en los anales de las bestialidades argentinas. O no: también podría perderse en la batahola de atrocidades que se les escucha decir casi a diario a los integrantes de La Libertad Avanza. Desde comparar la educación sexual integral con pasar "las partes por la cara" de los niños hasta los proyectos que permitirían renunciar a la paternidad a varones víctimas de mujeres que "pinchan forros".

Justamente porque los hits, que van de la escatología al delirio, se superan todos los días, es posible que las palabras de Mondino se olviden con la misma velocidad con la que tarda en volverse viral la próxima perla.

Más allá de su trascendencia, una cosa es segura: su linaje. Porque la animalización y la patologización de las identidades no heterosexuales no son un destello de creatividad de esta diputada, sino que se inscriben en una tradición de pensamiento y discurso en la que también caen por ejemplo las mujeres que deciden abortar.

En 2018 los legisladores antiderechos rechazaron el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo con todo tipo de argumentos, pero casi nadie pudo superar el paralelo entre mujeres y perras de Estela Regidor. "Seguro que muchos de ustedes tienen mascotas. ¿Qué pasa cuando una perrita queda embarazada? No la llevamos al veterinario a que aborte", argumentó la radical correntina.

Antes de eso, durante la discusión del matrimonio igualitario, en 2010, la cruzada contra la igualdad de derechos convocaba a manifestarse en una “guerra de Dios”, invocando un orden natural puesto en jaque. “Mañana alguien se va a poder casar con un perro, con un burro”, había dicho el senador Mario Colazo, condensando en esa expresión pánicos que circulaban entre los sectores que se oponían a la ley.

Antes de aclarar que ella no tenía "problemas con los homosexuales, ya que tengo amigos gay”, la entonces senadora Chiche Duhalde había señalado el peligro de que parejas de varones vinieran “del extranjero a llevarse a nuestros chicos”. La senadora Liliana Negre de Alonso, por su parte, denunciaba el “tráfico de semen” que podría generarse en el país si la ley permitía que las parejas del mismo sexo se casaran.

Las palabras de Mondino tienen relación directa con otra tradición de la homolesbotransfobia: la patologización. Un recurso muy usual en los discursos de odio, antes, durante y despues de 1990, año en el que la Organización Mundial de la Salud eliminó a la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales.

El matrimonio igualitario en Argentina fue una punta de lanza de muchas otras conquistas que vieron después, en un camino en el que se creía que cada paso abonaba el piso sobre el que se encaraba una nueva discusión. Hasta ahora.

Seguramente eso, en parte, explica cierto efecto “parálisis” cada vez que por estos días aparece alguna declaración de este tipo. Quizás en parte por eso demoren tanto las réplicas. Incluso las repreguntas de parte de un periodista gay. La vara, por el suelo. 

A 13 años de esa lucha que se ganó y que cambió la matriz de muchas discusiones, consume una energía inconmensurable explicar por qué ser gay no es comparable con tener piojos, por qué una embarazada no es lo mismo que una perra y sus cachorros, por qué no es lo mismo un matrimonio entre dos personas y dos vacas. Habrá que volver sobre asuntos saldados, una y otra vez. Aunque sea para dejar en evidencia de qué se está hablando exactamente cada vez que se alerta sobre la posibilidad de perderlo todo. Responder, repreguntar, renovar el asombro y el espanto, rechanzar la injuria, todas las veces que sea necesario, porque no es metáfora.