Hace seis años, la Argentina “había perdido contacto con el Submarino ARA San Juan”, luego sabríamos que también las familias de su tripulación habían perdido a sus seres amados, que hoy yacen a 900 metros de profundidad, convertidos en acero, resistiendo la sal del olvido.

Pero ese día los argentinos perdíamos mucho más y no nos dimos cuenta.

Porque perdimos el arma estratégica que junto a la tripulación es la presencia soberana y silenciosa en nuestras disputadas aguas, en el triángulo donde confluyen nuestras Islas Malvinas usurpadas, nuestro acceso a la Antártida y nuestros recursos hidrocarburiferos e ictícolas.

Perdimos la información porque los medios hegemónicos apagaron la noticia para no salpicar al gobierno macrista. Así, no supimos que el servicio de internet esos días estaba cortado para la Armada por falta de pago. Y no supimos que el tripulante cocinero llevaba su propia picadora de carne y el tripulante comunicante llevaba su propio acoplador.

Perdimos la compasión permitiendo que los familiares debieran encadenarse y dejarse maltratar por un ministro de Defensa, sólo por pedir que los busquen seriamente… y no con parapsicólogos o empresas truchas.

Perdimos de vista que, a veinte días de desaparecer el submarino con 44 compatriotas, Juan José Aranguren, secretario de Energía de Mauricio Macri, licitaba el área de navegación del San Juan para explorar hidrocarburos, mientras asistíamos atónitos ante frases presidenciales como “el mar es muy grande y el submarino muy chico”.

Pero las familias jamás perdieron la determinación y el coraje de seguir empujando el rumbo de la investigación judicial sobre los responsables de 44 muertes evitables.

Tal vez por eso, se ordenaron tareas de inteligencia (espionaje) sobre las madres y esposas de los tripulantes…

Con el corazón hicieron un nudo marinero para enlazar el dolor con el amor a sus hijos, esposos, hermanos que no estaban más. Siguieron la vida, para buscar respuestas y responsables sobre las 44 muertes. 

Sin apoyo, sin dinero, sin poder, sin padrinos políticos, sin estar preparadas para algo así, las familias lograron avanzar judicialmente.

En los primeros dos años se probó que el submarino no estaba en condiciones de realizar esa navegación y que no se actuó efectiva ni rápidamente ante la emergencia.

Llegaron la sentencia y los procesamientos con penas de cumplimiento efectivo.

Luego lograron, apenas, munidas de perseverancia, que un fallo de Cámara ordene investigar la responsabilidad penal de las autoridades políticas (Macri, Oscar Aguad y Marcelo Srur).

No las detuvo la pandemia, ni los obstáculos, ni el tamaño del contrincante, y siguieron logrando judicialmente, peritaje de imágenes, informes, peritaje caligráfico de firmas sobre documentos que entregó la Armada a la Justicia, falsos testimonios de ex ministros, desarchivo de denuncias, pero aún falta.

Los tiempos de la Justicia son lentos, pero todo quedará escrito porque en estos seis años nunca dejaron de peticionar a la Justicia, de aportar prueba, de denunciar e incluso de sumar más querellantes para ser oídas siendo más.

Como abogada de esas familias en estos seis años, tengo el honor de defenderlas y representarlas. Por eso me he juramentado combatir a quien deshonre a la tripulación, como Aguad, culpándolos del hundimiento del submarino, o a políticos como los de LLA, que pretenden privatizar el mar, nuestro mar argentino, poniéndole precio a nuestra soberanía, y convirtiendo en inútil la tarea que llevó a la muerte a los 44 tripulantes.

No los olviden.