“Fue una muy buena proyección”, dice Diego Lerman desde Toronto, donde Una especie de familia tuvo su debut internacional, en el marco del festival de cine que  suele representar la plataforma de lanzamiento para cientos de producciones del mundo . Quinto film del realizador de Tan de repente, La mirada invisible y Refugiado, Una especie de familia –cuyo estreno local se producirá hoy– compite en la sección World Contemporary Cinema del TIFF (siglas del festival), donde también lo hacen La cordillera y Alanis, de Anahí Berneri, otra que tendrá pronto estreno en Argentina. “Se lo nota contento a Lerman”, podría decirse si las emociones fueran tan perceptibles vía whatsapp, medio elegido para la entrevista, como personalmente. Pero de alguna manera –las frases largas, cargadas de comas, los errores de tipeo que suele generar el entusiasmo– se lo nota contento. “Tuvimos sala llena, muy buena recepción del público, preguntas interesantes, se quedó mucha gente al Q & A (‘Questions and Answers’), bastantes espectadores se mostraron emocionados por la película y unos cuantos dijeron estar cautivados por la historia y la manera en que está contada”, señala el realizador, denotando que la buena recepción estuvo relacionada con lo que Una especie... dice y con cómo lo dice. Todo lo que un cineasta puede pedir.

Toronto es para Lerman la primera parada de una serie de festivales que continuará en San Sebastián –donde Una especie de familia participará en días más de la Competencia Oficial–, Biarritz, Río de Janeiro, Londres... y los que se vayan sumando. Lerman gozó ya de una muy buena recepción en festivales con su opera prima, Tan de repente (2002), y de allí en más su “nombre” internacional no hizo más que consolidarse. En Una especie de familia el realizador porteño continúa la exploración de temáticas específicamente femeninas, iniciada de alguna manera en La mirada invisible (2010), donde se podía pensar a la protagonista como sometida a un orden masculino representado por el personaje de Osmar Núñez, y notoriamente continuada en Refugiado (2014), donde el personaje de Julieta Díaz intentaba ponerse a salvo de la violencia de su compañero–perseguidor. En Una especie de familia se trata de la adopción. Ilegal. Una médica, interpretada por la española Bárbara Lennie (cuya actuación es sencillamente fabulosa) llega hasta Misiones para asistir al parto de la mujer con la que contrató el servicio. Pero alquilar un vientre no es lo mismo que alquilar un departamento. Empezando por el hecho de que es ilegal, siguiendo por el cariño de la madre biológica por la criatura, quienes quieren sacar tajada de la situación y sin dejar de tener en cuenta el choque entre la mujer porteña de buena posición y la paupérrima provincia del noreste. 

–Van tres películas con protagonistas femeninas, para no hablar de Tan de repente, donde eran otras tres, y Mientras tanto (2006), donde varias historias estaban protagonizadas por mujeres. Cuando hace teatro dirige a su esposa, María Merlino. ¿Qué lo lleva a tratar historias de mujeres?

–Francamente no lo sé. No es una búsqueda consciente, pero es algo que se repite. Creo que hay algo de la fortaleza de las mujeres que me seduce, y a la vez también algo de su fragilidad. Por otro lado lo masculino suele estar asociado al poder, y a mí me interesa la periferia, no la centralidad del poder.

–¿Cómo fue que decidió trabajar el tema de la adopción, específicamente la ilegal?

–Gente cercana me contó su experiencia al adoptar un bebé, y me interesó. Comencé a investigar sobre el tema, recolectando anécdotas y testimonios de lo más variados. Viajé a Misiones, donde entrevisté a toda clase de gente. Madres que habían vendido sus bebés, enfermeras, policías, jueces, abogados... Incluso con mi colaboradora María Eugenia Castagnino nos hicimos pasar por una pareja adoptante. 

–¿Qué impresión se llevó?

–Me parece que el tema de la adopción es complejo, porque hay una suerte de agujero legal y una ausencia del Estado que permite todo este tipo de prácticas. Hay mucha necesidad de todos lados: de los padres que quieren adoptar, de los bebés y niños que necesitan ser adoptados, ya que crecen sin una familia, y de las mujeres que necesitan dar a sus hijos porque no los pueden criar. Es muy difícil generalizar ya que hay muchísimos casos muy distintos. También existen pequeñas mafias, dedicadas a lucrar con esta necesidad. Hay una microindustria del tráfico de personas, integrada por médicos, enfermeros, jueces, abogados, clínicas y todo al amparo del poder.

–¿Cuánto tiempo le llevó la investigación?

–Alrededor de un año, con varios viajes a Misiones.

–¿Y el guión?

–Un año y medio en total, con varias versiones e incluyendo reescrituras hasta en la etapa del rodaje.

–En el comienzo hay una gran ausencia de información, que lleva a preguntas sobre las cosas más elementales: quién es y qué busca la protagonista, para qué viaja, qué relación tiene con la mujer embarazada. ¿Es buscado? ¿Con qué intención?

–Hay una prehistoria muy construida que no me interesaba filmar, pero sí me interesaba que estuviera presente en la película. Quería que la película empezara con el personaje de Malena, la protagonista, ya “en situación”. La idea era dosificar la información para incitar a la participación del espectador.

–En esa primera parte la cámara sigue obsesivamente y muy de cerca a Malena, con mucho nervio e inestabilidad, y a medida que el mundo de ella se va complejizando, la puesta se va “abriendo”. ¿Cómo la pensó?

–Había dos premisas: organizar la puesta a partir de la subjetividad de la protagonista, pero, a la vez, mantener una distancia crítica en relación con ella y sus decisiones. Suelo trabajar mucho en la puesta desde la elección de las locaciones. En este caso quería generar texturas y también un mundo sensorial de percepción que no estuviera solamente atado al sentido racional de aquello que se estaba narrando. Tanto el Director de Fotografía Wojtek Stanon como el Director de Arte Marcos Pedroso y el Director de Sonido Leandro de Loredo hicieron valiosos aportes en ese sentido y me ayudaron mucho a construir ese universo. Me interesa pensar siempre en la musicalidad de la puesta en escena, por lo que en el mismo set suelo cambiar y buscar mucho, hasta que encuentro la posición de cámara definitiva. También suelo editar la película a medida que la voy filmando. El editor, Alejandro Brodersohn, siempre estuvo muy cerca durante el rodaje, hay escenas que incluso las preedité en el set.

–Más de una vez declaró que le interesa particularmente el trabajo con los actores. ¿Tiene algún método determinado para hacerlo?

–Cada película y cada actriz o actor requieren de una estrategia singular. Entiendo la dirección de actores como una vía de comunicación entre el director y las actrices o actores. Creo que no hay un camino ni una fórmula que se pueda repetir, sino la búsqueda de la comunicación. Es fundamental establecer una zona de cercanía, conocimiento personal y confianza mutua.

–La de Lennie es una actuación  extrema, pero da la sensación de estar siempre en control de lo que la escena requiere. ¿Cómo  la eligió, cómo la dirigió, qué le pidió?

–La había visto en varias de sus películas y me había impresionado. Desde un primer momento tuvo muchos deseos de hacer la película. Trabajamos muy cerca en la composición de Malena, ella siempre me tuvo confianza y yo a su vez fui muy abierto con ella, compartí mis dudas sobre cuestiones que fueron provocando cambios sobre la marcha. Yo necesitaba que su grado de entrega fuese total. Es un personaje muy complejo y de mucha demanda emocional y física, fue un rodaje agotador para ella. Creo que verdaderamente es increíble lo que hizo, es una actriz sin techo.