Todos tenemos un pasado oculto, irrepetible y muy divertido, si buceamos en la precuela correcta. En el caso de The Big Bang Theory, la serie hit que debutó en 2007 y descubrió que el universo geek era un escenario muy fértil para la comedia, llega el momento de mirar atrás para su ícono, el científico brillante y antisocial Sheldon Cooper, cuya infancia como niño prodigio brillante y antisocial será explorada en el spin-off Young Sheldon (Warner Channel, acá desde el 1/10).

Sheldon es un personaje extraño: un freak acaso indeseable, con más maestrías universitarias que coitos, y que aunque tiene un coeficiente intelectual récord, queda inevitablemente pagando en la vida real, cuyos códigos de aceptación y convivencia resultan mucho más caprichosos, sino crueles, que las leyes universales de la ciencia.

Young Sheldon baja la edad de (in)imputabilidad del personaje. Ese geniecillo antisocial, egoísta, irritante pero casi querible que construyó Jim Parsons durante las once temporadas de TBBT será ahora un pibito de nueve años que revela que aún no le “bajaron los testículos”, pide altos estudios a gritos y resulta más sabio y observador que todo lo que lo rodea.

¿Estamos preparados para reírnos de este nene, si llevamos una década riéndonos de él mismo como adulto de sexualidad postergada e histerias, miserias e infantilismos? Acaso para resolver esa duda, Young Sheldon (producida por Parsons y Chuck Lorre, productor, guionista y creador de TBBT) tunea el formato y sugiere un clima distinto, no tan de sitcom-ametralladora de gags como su casa matriz, sino como una serie familiar humorística vintage.

Young Sheldon se monta en el viaje/viraje nostálgico del retorno al pasado cercano: oportunamente ambientada en 1989, justo en el paso entre décadas, traza una transversalidad ochento-noventosa que garantiza cierta ternura por un modo de vida retro, perdido, por tecnología obsoleta y casi inocente. Y comparte un universo común con otros emocionales viajes en el tiempo como Volver al futuro, That ‘70s Show o Stranger Things. Aunque siempre inmersa en ese universo de nerd-morabilia en el que, a la hora de los chistes, vale hacer foco tanto en la ciencia como en la ciencia ficción, asumiendo que su público tiene tanta fascinación por Stephen Hawking como por Boba Fett.