Los episodios de destrucción vistos en las islas del Caribe y Estados Unidos, ocasionados por los huracanes Irma y María, y en México, a causa del terremoto, no son nuevos. Presenciamos cada vez con mayor asiduidad e intensidad desastres naturales. La fuerza con que golpean la vida de quienes lo sufren deja marcas no solo en lo material, sino también a nivel psicológico.

¿Qué les sucede a las personas que atraviesan desastres naturales?

Según los autores Páez, Fernández y Beristain (2004), en su artículo “Emociones y conductas colectivas en catástrofes”, se ha postulado la existencia de diferentes fases o etapas, de las cuales mencionaremos algunas:

1. Etapa de alerta: En algunos casos, como lo es el de los huracanes, se genera una etapa de riesgo o amenaza en la cual se vive una situación de expectativa ante lo que puede suceder. Este momento se caracteriza por la decisión de evacuar o no hacerlo. Las emociones que prevalecen son la ansiedad y el miedo, o su versión extrema, que es el pánico. El pánico como emoción predominante no es adaptativo. Otra emoción que puede surgir es la negación. 

Como vemos, hay reacciones que son “adaptativas” y otras que no lo son. El miedo y la ansiedad son funcionales en estos casos. Es cuando la mente nos dice que hay que entrar en acción porque la integridad física está amenazada. El pánico, en cambio, nos impide pensar y planificar, lo cual puede llevar a tomar decisiones peligrosas; mientras que la negación tampoco es positiva, ya que las decisiones se toman teniendo en cuenta un recorte parcial y distorsionado o sesgado de la realidad. Esta etapa puede durar horas o días.

En muchos casos, como el de terremotos o algunos tsunamis, esta etapa no existe ya que el desastre se da sin previo aviso.

2. Etapa de shock: Corresponde al momento en que el episodio sucede. Es limitado en el tiempo, pero de una potencia brutal. Genera alteraciones emocionales, más allá de las lesiones físicas que se puedan sufrir. Se caracteriza por un estado de irrealidad y estupor. Las personas sufren una disociación, por la cual no sienten emociones. Esta reacción también resulta adaptativa y no es patológica, ya que el cerebro debe ocupar toda su energía en resguardar la integridad física de la persona.

3. Etapa de emergencia y resolución: En esta etapa se ven las acciones de ayuda y solidaridad. Se produce un nivel alto de ansiedad, angustia y tristeza, así como de desesperanza. De esta manera, comienza el proceso del duelo.

¿Cuáles son las respuestas emocionales a partir del momento en que sucede la catástrofe?

Las primeras horas/días se caracterizan por la presencia de desregulación emocional, ansiedad, temor de conocer la situación real, dificultad para aceptar la dependencia, inestabilidad afectiva, entumecimiento psíquico, entre otras respuestas.

Aproximadamente durante el primer mes se observa miedo, ansiedad, somatizaciones, preocupación excesiva, irritabilidad, alteración de conductas, alteración de los ciclos del sueño, cambios en el apetito, duelo, problemas en las relaciones cotidianas.

Entre los dos y tres meses, se agudiza el proceso de duelo, ansiedad, sentimientos de culpabilidad (síndrome del sobreviviente), temor a eventos futuros, sentimientos de desesperanza, victimización, somatizaciones persistentes; en ocasiones persisten los síntomas de la fase anterior, que pueden aumentar o disminuir su manifestación y manifestar a su vez un estrés postraumático. 

A partir de los tres meses y en adelante se puede presentar duelo patológico, ideaciones suicidas, somatizaciones tardías o síntomas de estrés postraumático (pesadillas, reacciones de angustia, recuerdos del evento de manera recurrente, disminución de interés en las actividades cotidianas, trastornos del sueño, trastornos de la alimentación, dificultad para concentrarse, sentimientos de culpabilidad).

Estos efectos pueden ser más severos si se ha presenciado la muerte de seres queridos o si se ha perdido su rastro (desapariciones). Asimismo, pueden tener incidencia variables como la magnitud de la pérdida material o el nivel de daños físicos sufridos por la persona.

Desde la psicología se trabaja en los efectos inmediatos así como en la prevención de efectos de mediano o largo plazo. Se ha dado en llamar “Psicología de emergencias y desastres” a la rama de la Psicología que abarca el estudio del comportamiento y el modo de reacción de los individuos, grupos o colectivos humanos en las diferentes fases de una situación de emergencias (Acevedo y Martinez 2007).

Las técnicas que utilizan los Psicólogos de Emergencia son:

  • Primeros auxilios psicológicos  mediante contención y atención de estados de agitación.
  • Favorecimiento de la verbalización (que hablen sobre lo sucedido).
  • Intervención en situaciones de duelo, normalizando y conteniendo.
  • Intervenciones grupales entre evacuados.
  • Técnicas de intervención comunitaria para la recuperación de redes, favoreciendo la búsqueda activa de familiares y amigos dentro y fuera de la zona del hecho.
  • Trabajo interdisciplinario con otros especialistas en emergencias (psiquiatras, médicos emergentólogos, asistentes sociales, etc.).

El síndrome del sobreviviente

Es común que dentro del cuadro post-traumático aparezca lo que se ha dado en llamar “el síndrome del sobreviviente”. La persona que ha perdido uno o más seres queridos se ve afectada por sentimientos de culpa, tristeza y ansiedad que se asocian a pensamientos como “¿por qué tuvo que morir él/ella y no yo?”, o “si hubiera hecho esto o aquello diferente esa mañana, no hubiera muerto él/ella”. Se manifiesta con sentimientos de tristeza, ira, irritabilidad, así como desórdenes psicosomáticos (cefaleas, gastritis, etc.). Esta sensación de haberse salvado y no merecerlo puede acompañar a la persona durante años y llevarlo a sufrir un cuadro de depresión profunda si no se trata mediante terapia. El síndrome del sobreviviente se constituye en un cuestionamiento de tipo existencial. El trabajo con psicoterapia cognitiva o en entornos de psicoterapia de grupo suele ser efectiva, ya que el objetivo es integrar la experiencia traumática, trabajar el duelo y que la persona pueda seguir adelante con su proyecto de vida, que debe ser repensado a la luz de lo que le ha tocado vivir.

En la historia reciente de nuestro país podemos encontrar los atentados a la Embajada de Israel y el de la AMIA, Cromañón o la Tragedia de Once, que si bien no son catástrofes naturales, transitan por los mismos caminos que los desastres naturales que no poseen el espacio temporal de “Alerta”. Las características de los sucesos psicológicos son idénticas. Así como las consecuencias, entre las que el estrés postraumático es la más frecuente.

La esperanza

La desdicha es grande, pero el hombre es aún más grande que la desdicha (Tagore)

Las catástrofes naturales están siendo cada vez más frecuentes y feroces. Las víctimas debemos contarlas no solo entre quienes pierden la vida o sufren pérdidas materiales, sino también entre quienes quedan con vida pero sufren la muerte de seres queridos. Familias desmembradas, niños huérfanos, comunidades que quedarán marcadas por la tragedia como parte indeleble de la memoria colectiva.

La esperanza está puesta en la capacidad de respuesta que se brinde desde los organismos oficiales, ya que la asistencia precoz reduce la aparición de síntomas posteriores, la existencia de red social y su habilidad de dar contención al afectado y, por último, la capacidad resiliente que tenga la persona. La resiliencia es la capacidad de adaptarse a situaciones adversas y tomarlas de manera tal que se logre capitalizar dichas experiencias para lograr un aprendizaje.

El ser humano tiene una capacidad de re-crearse y re-crear su mundo que desde la sociedad y, especialmente desde los profesionales de la salud, debemos ayudar a ver y poner en práctica luego de lo que resulta devastador. Fortalecer la capacidad resiliente entre los sobrevivientes de las catástrofes es una de las formas de ayudar. Aprender a actuar de forma eficiente y humanitaria es el trabajo que tenemos que encarar como sociedad, para hacer frente a las situaciones que se presenten en este mundo convulsionado en que nos toca vivir.

* Licenciada en Psicología, directora del Departamento de Psicología y Ciencias Pedagógicas de la Universidad Caece.