El mundo despliega su mejor cara cuando las nubes se retiran y asoma el sol. Pero la mención de un breve apellido, el del presidente de los Estados Unidos, contrae las pupilas de David James Poissant y su cuerpo se estremece como un gato erizado. El autor de El cielo de los animales (Edhasa), excepcional primer libro de cuentos por el que ha sido comparado con Richard Ford y Alice Munro, inclina la cabeza y mira sus manos entrelazadas en busca de la palabra precisa para expresar el profundo malestar que le genera el multimillonario republicano. “(Donald) Trump me da vergüenza, miedo y tristeza”, dice el escritor estadounidense en la entrevista con PáginaI12. Poissant participará en una actividad del 9° Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba) mañana a las 17.30 en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. La mayor virtud de este narrador que ha conmocionado al ambiente literario de su país es el modo de observar a los personajes con una empatía y sensibilidad hacia las fragilidades, las contradicciones y las profundas heridas que perduran entre padres e hijos y en las relaciones de pareja. 

La narrativa de Poissant, inseparable de la tradición de los grandes escritores sureños, explora el mito del sueño americano y pone de relieve los conflictos de clase, el gran escamoteado de las historias más recientes, sustituido por una suerte de homogeneización espeluznante en la que todos los personajes parecen formar parte de una clase media “global”. Cam, ese padre que le provoca un traumatismo de cráneo y le rompe un brazo a su hijo Jack cuando se entera de que es gay, fue humillado y maltratado por su propio padre: “El hijo de puta me daba unas palizas tremendas”, recuerda el personaje en el primer relato “El hombre Lagarto”. La desilusión de Brig en “La amputada”, el fracaso sentimental con una adolescente mucho menor que perdió un brazo, es un callejón sin salida. “Si uno esperaba todo lo que tenía que esperar, podía hacer realidad sus deseos. Alguna vez había creído eso. Quería volver a creerlo. Cerrar los ojos, esperar: para él eso era lo más cercano a rezar”, plantea el narrador y de pronto el lector se convence de que lo que está leyendo fue escrito en castellano, y se olvida que es un cuentista norteamericano, gracias al formidable trabajo de traducción de Teresa Arijón y Bárbara Belloc.

–En muchos de los cuentos de El cielo de los animales aparece la cuestión de la pérdida en un sentido amplio. ¿Qué busca explorar a través de este tema?

–Muchos escritores norteamericanos dicen: “Escribí sobre lo que conocés”. Otros dicen: “Escribí sobre lo que te gustaría conocer”. Yo escribo sobre lo que me da miedo. Le tengo un profundo miedo a la muerte y creo que todos lo tenemos. Aunque más o menos intento olvidarme o dejar de lado el temor que me genera la muerte, confieso que no puedo evitar que aparezca en la escritura.

–El libro empieza y termina con una misma historia: la historia de Jack, pero en distintos momentos. ¿Por qué tiene esta estructura?

–Cuando le llevé a mi editor el material del libro, había unos cuarenta cuentos de toda clase. Era demasiado. Entonces nos pusimos a trabajar juntos primero en la selección de los cuentos que iban a estar en el libro y luego en el orden de los relatos. Nos pasamos un tiempo moviendo varias piezas, pero desde el principio nos pusimos de acuerdo en que el libro empezara con “El hombre lagarto” y terminara con “El cielo de los animales”. Crecí en Georgia, en el sur de Estados Unidos, y me interesaba que todos los cuentos transcurrieran en ese escenario. 

–¿La historia de “El hombre lagarto” tiene anclaje en la realidad o es totalmente inventada?

–Mi mejor amigo, que se llama Jonathan y fue criado en un ambiente muy religioso, salió del closet a los 19 años y nos dijo a todos los amigos: “soy gay”. Para nosotros no hubo problema, pero los padres lo rechazaron de plano y no llegó al nivel de violencia de tirarlo por la ventana, pero fue muy conflictivo para la familia. No es sorprendente que la generación de los padres reaccionara de esa manera ante un hijo gay en los años ‘90. Lo que podía ser más fácil era escribir el cuento desde el punto de vista del hijo. Pero después lo pensé y me di cuenta de que tenía que animarme a escribirlo desde el punto de vista del padre para que el lector pueda entender qué tiene en la cabeza el padre para hacer lo que hace. El padre obviamente quiere decirle al hijo que lo quiere y pedirle perdón, pero el problema es que no puede hacerlo. Entonces. tal vez involucrándose esa loca epopeya de ir a rescatar un lagarto le permite compensar o sentir que está haciendo algo que no pudo hacer con su propio hijo. Sé que para los lectores argentinos puede sonar demasiado exótico que una persona tenga un lagarto en su casa, pero en Florida están por todas partes. No hay exotismo en el lagarto (risas).

–¿Por qué aparece la dificultad de ser padres y los temores que los asedian?

–Lo que más te preocupa cuando sos padre es hacer las cosas bien para tu hijo. Pero después pensás en cómo te criaron tus padres y te das cuenta de que hicieron un montón de cosas mal, pero pensando que hacían el bien. En “Reembolso”, cada uno de los padres tiene una postura distinta con respecto a qué hacer con el hijo. En “El hombre lagarto”, Cam cree que está haciendo lo mejor al intentar convencer a su hijo para que no sea gay. El camino al infierno está sembrado de buenas intenciones (risas).

–En la mayoría de los cuentos emerge lo “no dicho”, algo que los lectores captan, que está en el aire. Cuando escribe un cuento, ¿busca especialmente trabajar con esa zona de lo “no dicho”?

–Lo que no se dice es importantísimo y en todos los cuentos esto aparece puesto en escena. Cam no puede decirle al hijo que lo quiere, pero va a rescatar ese lagarto. En “100% algodón”, que es un cuento acerca de la familia y de ser hijo, el narrador trata de decirle algo a esa persona que podría matarlo, pero como no puede, recurre a todo tipo de estrategias: baila, canta, usa el lenguaje de señas.

–Hay muchas definiciones sobre el cuento, casi se podría decir que hay tantas como los cuentistas que hay sobre la tierra. ¿Qué es un buen cuento para usted?

–Una vez fui a una convención en la que estaba Barry Hannah, un escritor que admiré mucho y que murió hace unos años, y en su conferencia dijo que el punto de cualquier historia es que exista un conflicto. Por ejemplo, la historia de Adán y Eva sin conflicto sería simplemente un hombre y una mujer desnudos en un lugar con animalitos. Al principio, cuando empecé a escribir, fracasaba porque no había conflicto en lo que escribía y normalmente eso es lo que sucede con casi todos los escritores. Así como en la vida real tratamos de mantenernos alejados todo lo posible de los problemas, aunque vuelvan a aparecer siempre, llega un momento en la historia de la propia escritura que hay que tratar con ese material problemático. Lo que es difícil para el escritor tiene que resultar una facilidad para el lector. 

–Se necesita un buen conflicto para escribir un buen cuento.

–Sí, tendría que haberlo dicho de esa manera; es exactamente lo que quise decir (risas).

–En el cuento sobre la chica que tiene un brazo amputado, en el momento en que ella recuerda cómo lo perdió, repite una frase que le dijo su padre: “todas las cosas trabajan juntas por el bien del Reino”. ¿Qué incidencia tiene la religión en el sur de Estados Unidos?

–La iglesia bautista y las distintas formas del evangelismo son muy fuertes en el sureste norteamericano. Lamentablemente, los políticos se apoyan en ese estado de creencias para tomar posiciones en contra del calentamiento global y otros problemas. Por una cuestión familiar fui criado en la iglesia bautista, pero tengo dos amigos que fueron criados en familias mormonas.

–Los padres de Lily, cuenta ella en el relato, votaron dos veces a Bush.

–Los bautistas y los mormones siempre votan por los candidatos republicanos.

–¿Qué siente como escritor y ciudadano estadounidense ante un presidente como Donald Trump?

–Trump me da vergüenza, miedo y tristeza. Las personas que lo llevaron al poder fueron lo suficientemente astutas como para atraer a las clases altas y a las clases trabajadoras prometiendo beneficios para ambas. Pero eso no es verdad, porque Trump sólo va a favorecer a los ricos y no va ayudar en nada a la clase trabajadora. Esta extrema polarización de las clases sociales no va a quebrarse y creo que no es algo nuevo, sino que viene sucediendo desde los años veinte.

–¿Por qué hay una parte de la narrativa norteamericana que intenta eclipsar o disimular el conflicto de clases?

–En Estados Unidos todavía existe el mito de que si trabajás duro, progresás. Pero es un mito, no es un hecho, porque la estructura sociopolítica impide que algo así pueda suceder. Hay excepciones, personas que después de un duro trabajo pueden tener algo más. Pero son casos particulares, no es la regla. 

–Se podría hacer una lectura de El cielo de los animales a través de los distintos animales que aparecen en los cuentos. ¿Qué importancia tienen los animales en su vida?

–Amo a los animales. De mis 5 a mis 18 años hubo toda clase de animales en casa: perros, gatos, loros, peces, conejos, chanchito de la india, serpiente, hámster. Cuando estaba escribiendo los cuentos de El cielo de los animales y aparecía alguna dificultad, inmediatamente metía algún animal en la historia para darle otro giro. 

–¿Qué le permite hacer el animal en la ficción?

–Aparte de haberle robado las tierras a los pueblos originarios, Estados Unidos también le ha robado el medio ambiente a los animales. Me interesa cómo hay una cantidad de especies que tienen que adaptar su vida a ciertos mínimos entornos que quedan en medio de carreteras, ciudades, y eso dice mucho acerca de cómo la gente se relaciona con lo otro. Como no sabemos cómo tratar con los animales, los tomamos como mascotas. En muchos de los cuentos, lo que hay es un conflicto de poder: un personaje sometiendo al otro para que haga lo que él quiere. En la relación con los animales se ve una imposición de poder también. Ese tipo de relación entre lo humano y lo animal deja a la vista el vínculo entre lo humano y lo humano.