El Ministerio de Agroindustria registra la retención de 20 millones de toneladas de soja por parte del sector rural a la espera de la baja de los derechos de exportación desde enero del año que viene y, sobre todo, como modo de presión por un dólar más alto. “Si vos le preguntás al gringo, quiere un dólar a 30 pesos”, dice un operador de ese mercado, quien compara la maniobra especulativa actual con lo que ocurrió en 2015 antes de las elecciones presidenciales y el cambio de gobierno. El nivel de retención de la producción es semejante al que existía entonces, cuando lo esperable a esta altura del año es que el stock sin vender fuera cerca de la mitad del que computan las estadísticas oficiales. El paso de los días intenta aumentar la presión en la plaza cambiaria, aunque del otro lado, quienes apuestan a la tasa de interés de las Lebac hacen su propio juego en sentido contrario y, por las dudas, se cubren con operaciones de dólar a futuro. Hasta el momento la cartera que conduce Ricardo Buryaile contabiliza la venta de unas 36 millones de toneladas de soja, de las cuales 7,6 millones no tienen precio fijado, en una operación habitual entre compradores y vendedores, pero que ha incrementado su volumen por la misma razón de que los oferentes suponen que la combinación entre el valor de la soja y el movimiento del tipo de cambio les resultará favorable más adelante. 

Este comportamiento especulativo del ámbito agropecuario antes de los comicios de octubre repite lo que sucedió en agosto, el mes de las PASO, cuando la cotización del billete estadounidense se recalentó hasta los 18 pesos. Según los datos de comercio exterior del Indec conocidos esta semana, el mes pasado las exportaciones de productos primarios cayeron un estrepitoso 28,1 por ciento interanual (-22,9 por ciento en cantidades), la cifra más importante desde que gobierna Mauricio Macri. En julio la baja había sido del 9,3 por ciento (-5,2 por ciento en cantidades) y en junio, del 3,6 (-8 en cantidades). Es decir que los productores se guardaron la cosecha suponiendo que podrían obtener una rentabilidad extraordinaria con un peso más devaluado después de las elecciones. El Banco Central logró desactivar esa corrida con intervenciones directas en el mercado de cambios, con la ayuda de la banca pública y, especialmente, con la ratificación de que mantendrá altas las tasas de interés por tiempo indefinido para atraer capitales golondrina a timbear con las Lebac. Pese a ello, los sojeros, claros ganadores del modelo económico de Cambiemos, presionan por una nueva devaluación.

“Estuve hablando con gente del mundo productivo y lo que me dicen es que el Gobierno les prometió hacer una corrección cambiaria muy fuerte porque así los números no cierran. Eso ayudaría con el déficit, con la producción interna y ayudaría a bajar los salarios. Según lo que me dicen, el Gobierno está comprometido a hacerlo. Después hay diferentes versiones. Unos me dicen que el dólar se iría a 22 pesos, otros a 25 pesos. Yo no lo sé y sería irresponsable arriesgar un número”, advirtió hace dos semanas el ex ministro de Economía, Axel Kicillof, en declaraciones radiales. Cuando le preguntaron con qué sectores el oficialismo habría comprometido una devaluación luego de contados los votos de octubre, el actual diputado respondió: “Con los exportadores de granos y algunos sectores industriales que siempre han estado asociados a la devaluación interna porque son exportadores, por ejemplo, de tubos sin costura. Siempre han pedido fuertes devaluaciones porque les beneficia la competitividad a través del tipo de cambio”.

El Gobierno por ahora no da señales de que vaya a convalidar una devaluación como la que le piden los productores rurales y la industria exportadora. Federico Sturzenegger, presidente del Banco Central, sostuvo el miércoles que la autoridad monetaria intervendrá para evitar saltos abruptos con el dólar y ratificó la política de tasas de interés elevadas. Si quisiera bajarlas para lubricar el crecimiento de la economía, la respuesta seguramente sería un desplazamiento de inversiones hacia el billete verde que elevaría su precio. Ese es el estrecho margen de maniobra que le queda al BCRA producto de su política de desregulación absoluta para la compra de divisas y para la entrada y salida de capitales. El otro factor que le ayuda a fortalecer las reservas es el endeudamiento masivo del Estado en moneda dura, con la participación en el mismo proceso de provincias y empresas privadas. El Gobierno heredó como uno de los mayores desafíos económicos la restricción externa, es decir, la insuficiencia de divisas frente a las múltiples demandas de la economía. Pero en lugar de trabajar sobre los factores que la generan, como la fuga de capitales, la dependencia de insumos importados para la producción industrial, la necesidad de aumentar la capacidad energética y diversificar la oferta exportadora con una plataforma de desarrollo científico y tecnológico, patea el problema para adelante con un aumento de la deuda insostenible a mediano plazo y el armado de burbujas financieras. Es un pulmotor que podrá mantener activo mientras no haya factores externos o internos que pongan en riesgo el acceso a esa deuda y a ese flujo de fondos especulativos, pero como enseña la historia nacional, tarde o temprano cuando esas fuentes se interrumpen los estallidos son inevitables y las consecuencias para la sociedad tan graves como las que se vivieron en 2001. En el camino, esos mismos financistas, con los economistas y organismos internacionales que los representan, van imponiendo una serie de condicionalidades que deterioran la calidad de vida de las mayorías, bajo la amenaza de que si no se cumplen las exigencias del capital no llegarán las inversiones.

Domingo Cavallo conoce de primera mano ese proceso por haberlo engendrado en los ‘90 como ministro de Economía de Carlos Menem y  por haber soportado la explosión con Fernando de la Rúa en 2001. En la etapa final compartió la experiencia con Sturzenegger, quien era el número tres de su equipo en el Palacio de Hacienda. Como si no hubieran tenido nada que ver con esa tragedia nacional y sin que nadie del mainstream económico y mediático les reclamara una autocrítica, ambos, Cavallo y Sturzenegger se mostraron juntos el martes por la noche en el BCRA durante unas jornadas monetarias y cambiarias ofrendadas al pensamiento neoliberal. Fue una reivindicación del discípulo al maestro y una puesta en escena de la continuidad entre las políticas que aplicaba el ex ministro y las que implementa el gobierno de Cambiemos, con un crecimiento vertiginoso de la deuda, la concesión de rentabilidades fabulosas a sectores concentrados de la economía, la preeminencia de la valorización financiera sobre la producción industrial, la apertura importadora y el debilitamiento del salario. Antes, como ahora, haber favorecido la fuga de divisas, la desindustrialización, la distribución regresiva del ingreso y el achicamiento de la investigación científica tuvo apoyo electoral para ponerse en práctica. Por eso no es muy difícil aventurar cómo termina la historia.