“Quiero una mujer, profirió el general. Lo que necesito es una mujer”. El doble sentido que suena en la primera frase de Enviada especial (Anagrama), de Jean Echenoz, una comedia de humor negro con guiños hacia las novelas de espionaje y de aventuras, anticipa una narración vigorosa donde los personajes y las acciones están al servicio de una “misión imposible” o un complot desopilante: desestabilizar Corea del Norte a través de una cantante, Constance, intérprete de un hit “Excessif” –una megaestrella entre los norcoreanos—, un tema que le sigue generando regalías a su marido Lou Task, un compositor de canciones populares. Hay un general y su secuaz que mandan a secuestrar a Constance para “ablandarla” y prepararla para infiltrarse en una trama de espías. El escritor francés, la gran figura del 9° Festival Internacional de Literatura (Filba) que terminó ayer, regresó con su última novela a un tipo de ficción considerada más “pura” –concepto extraño, en estos tiempos, si aún se puede creer que algo tenga la cualidad de estar exento de cualquier mezcla—, después de una trilogía de “vidas imaginarias” o ficciones biográficas heterodoxas que empezó con Ravel –en torno al célebre compositor francés del siglo XX—, continuó con Correr –sobre la figura del legendario atleta checoslovaco Emil Zápotek– y concluyó con Relámpagos, acerca del ingeniero Nikola Tesla y sus numerosas invenciones en el campo electromagnético.

“No me gusta la idea de parodia ni la caricatura ni los pastiches”, aclara Echenoz en la entrevista con Páginal12. “Enviada especial es un homenaje. Lo que me gusta mucho y hago desde hace un tiempo para ciertos libros es utilizar los códigos de géneros que son considerados menores, como la novela policial, de aventuras o de espionaje”, agrega el escritor francés.

–En ese homenaje de Enviada especial, ¿hay un guiño quizá a ciertas lecturas de formación?

–La lectura es una aventura de toda una vida. Por supuesto que todo lo que leemos nos aporta perspectivas, ideas, nuevas formas de mirar el mundo. Pero más allá de eso, cuando comencé a escribir novelas tenía ganas de trabajar sobre la novela policial porque deseaba escribir una desde hacía mucho tiempo. Pero, ¿escribir qué? En esa época, a finales de los años 70, la novela policial me parecía un motor narrativo importante. Luego, al escribir, me di cuenta de que me iba en direcciones un poco distintas y me encontré con algo que no era una novela policial tradicional, sino que se iba hacia otras dimensiones literarias. Después trabajé con una novela de aventuras, pero la novela de espionaje es una forma en la cual no encuentro muchos escritores interesantes: están John Le Carré, Robert Littel –más a cercano a nosotros– y Eric Amber, que para mí es gran literatura. Al mismo tiempo era interesante jugar con ciertos elementos de la novela de espionaje muy populares; en Francia llamamos a eso “literatura de estación de tren”, una forma literaria que suele ser leída por pasajeros de tren o gente que tiene insomnio. 

–La forma de Enviada especial, en comparación con sus anteriores novelas, es muy distinta. ¿Es esa estructura un regreso al Echenoz de El meridiano de Greenwich, Cherokee y La aventura malaya?

–Sí, es una especie de hallazgo o de reencuentro con algunos de mis primeros libros. Las preocupaciones formales o de construcción han cambiado. Lo que pasó fue que hace diez años escribí Al piano y en ese momento tuve la impresión de estar en una especie de túnel en relación con la ficción contemporánea. Después vino la historia con Ravel y trabajé por primera vez con un personaje real, sin escribir una biografía porque no soy biógrafo ni historiador. Luego esa forma de vidas imaginarias me interesó y escribí dos libros bastante cortos así: Correr y Relámpagos. Ya para mí era suficiente; podría haber hecho muchos más, pero se convertía en algo fácil. Y tuve ganas de volver a una forma de ficción que suceda ahora, con desplazamientos, con acción y personajes ficticios.

–¿Había perdido la fe en la ficción durante ese ciclo de novelas con personajes reales?

–No. Tenía la impresión de ocupar un terreno de repliegue respecto de la ficción “pura”. Pero tuve ganas de salir de nuevo a la guerra de la ficción (risas).

–Como escritor, ¿trabaja contra la comodidad, contra el piloto automático?

–Sí. Cuando el piloto se convierte en automático hay que matarlo. Es un poco una trivialidad, pero hay muchos artistas que dicen eso, aquellos que trabajan contra lo que han hecho antes. Y es cierto, porque si uno trabaja dentro del surco que ya fabricó una vez más, esa es la puerta a la facilidad. Además, uno se aburre. Uno corre el riesgo de repetirse y la repetición es la muerte de un escritor.

–Uno de los temas más candentes de la actualidad es la relación cada vez más tensa entre Donald Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un. ¿Por qué decidió que una parte de Enviada especial transcurra en Corea del Norte?

–En mis libros anteriores utilicé países lejanos porque me gusta mucho que los personajes se desplacen. Hace cuatro o cinco años se me impuso Corea del Norte porque es un país impensable que está ahí; obviamente es una tiranía horrible, es el país más represivo del mundo, el país más cerrado. Lo que sabemos de ese país nunca estamos seguro de que sea cierto. Además representa el anacronismo y el horror, y en cierto modo funciona. Bueno, es un decir... Como suelo hacer, leí todo lo que encontraba sobre ese país, me aboné a las agencias de prensa de Corea del Norte y Corea del Sur, pero no me sirvió de nada. Busqué imágenes, sonidos, fotos, películas, etcétera. Leí todo lo que había en la prensa sobre el tema. Intenté en el plano material estar lo más cerca posible de lo que se sabe de esa realidad. Incluso, hay cosas que son del orden de la propaganda norcoreana pero también de la propaganda antinorcoreana que me llegaban y no sabía distinguir bien qué es qué. A veces utilicé cosas reales deliberadamente y hay cosas que inventé. Pero quería que fuera en un marco documentado de una manera lo más estricta posible. Ahora me doy cuenta de que con todo lo que pasó últimamente tengo la impresión de que es un falso drama lo que se está produciendo. Es un régimen atroz, estamos de acuerdo en eso, pero al mismo tiempo es un país que vive en el recuerdo de la guerra de Corea, es un país que fue pulverizado por Estados Unidos y que hace una suerte de chantaje identitario. No soy un comentador político, pero hay cierta lógica en lo que sucede: es una lógica paranoica, una lógica persecutoria, toda una ideología específica de ese país que ya no tiene nada que ver con el comunismo de Kim II-sung puesto que es una ideología específica, el “Juche”, fundada sobre la autosuficiencia. Imagino que todas esas provocaciones también están ligadas a una necesidad de existir que se construye sobre el odio a los Estados Unidos.

–¿Constance es un homenaje a alguna cantante francesa muy popular en su país?

–No. Tenía ganas de trabajar a partir de un hecho policial: una historia de secuestro con rescate. En general, me gusta escribir sobre entornos que no conozco: oficios, actividades, países. Y quería trabajar con el entorno de la canción popular francesa porque no conozco nada de eso y por eso justamente me interesaba. No pensé en una cantante en particular, salvo que sí sé que hay dos o tres cantantes en Francia que son totalmente desconocidas y que tienen unos éxitos extraordinarios en Japón, por ejemplo.

–Hay momentos de Enviada especial en que la prosa tiene una alta intensidad poética. ¿Esto es algo que busca en su escritura?

–Eso es lo más interesante; el guión de la historia es un mal necesario (risas). Lo que me gusta es experimentar con la escritura. Cuando sé qué va a pasar y tengo el hilo del relato, tengo un suelo sobre el cual puedo caminar. Lo que está bien es bailar más que caminar. O intentar bailar. No sé si es la poesía, pero sí la sonoridad del ritmo, las disonancias, todo lo que es físicamente excitante en el idioma. La historia está bien, pero una vez que la tengo el verdadero placer está en la construcción de las frases, en la alternancia de la descripción, del diálogo. Tiene que ser lo más visual y lo más sonora posibles.

–¿Qué tipo de sonoridad o de ritmo busca cuando narra? ¿Cómo trabaja en la construcción de la frase en francés?

–Eso es difícil de decir... Me gustaría que la aventura que cuento fuera también una aventura en la construcción de la frase: que haya cortes, aceleraciones, momentos de calma, incongruencias, intervenciones de los personajes y luego de un eventual testigo. Que idealmente haya una especie de suspenso que funcione tanto con la historia como con la frase. A veces uno siente que está jodido y que no lo va a lograr (risas). Pero hay que intentarlo.

–¿Por qué Constance empatiza con sus secuestradores?

–Imaginaba un personaje un poco de vuelta de todo, al que no le interesara nada, que fuera un poco una materia plástica y que no fuera realmente una actriz, sino más bien alguien que es actuada por lo que uno quiere que haga; es un personaje un poco pasivo. Al mismo tiempo, los dos secuestradores son totalmente idiotas, enternecedores, entrañables. En un momento esa especie de brutalidad del principio no tenía ganas que se tornara en crueldad. Como los secuestradores no son muy inteligentes, uno termina encariñándose con ellos como si fueran un animal doméstico (risas). 

–¿Escribió poesía?

–Sí. Escribí poesía cuando era adolescente. Hace unos meses estaba ordenando cosas viejas, encontré mis poemas de adolescencia y los tiré a la basura. Esas páginas de escritura eran como un aprendizaje. Pero no lo sabía entonces. Intento utilizar las herramientas de la poesía en la novela porque soy incapaz de escribir poesía hoy. Me importa mucho la idea de novela y la pequeña pulsión poética que puedo llegar a tener la pongo al servicio de la novela. 

–¿Por qué le interesa tanto la novela?

–Cuando era niño, leía historias de literatura juvenil como todos los niños, pero la primera emoción literaria fue con Charles Dickens. O sea, casi la esencia de la novela: había drama, humor, comparaciones, diálogos extraordinarios, personajes. Después leí mucho más, pero quizá venga de esa primera maravilla literaria que era Dickens.

–Qué interesante que su primer impacto fue un escritor en lengua inglesa y no en francés, ¿no?

–Sí, mi madre me había dado para leer Grandes esperanzas. Después leí muchas otras cosas, pero el primer encuentro con la literatura empezó por Dickens.

–¿Es de los escritores que se divierte a carcajadas cuando escribe o más bien pertenece a la especie de los que sufren mucho?

–Jamás me río cuando escribo. Hay mucha gente que me dijo, por Enviada especial, que me debo haber divertido mucho escribiendo la novela. Voy a hacer una comparación muy desproporcionada. Imagino que Buster Keaton, cuando construía un gag, no se reía, sino que estaba trabajando para llegar al resultado que haría reír o sonreír. Lamentablemente, no soy Buster Keaton, pero cuando trabajo en algo que tiene que ver con el gag no puede escribir y reírme. Además, reírse de las propias bromas es muy maleducado.

–Hay un proyecto de flexibilización laboral que tiene muy movilizada a la sociedad francesa ¿Cómo vive este presente?

–Había una especie de necesidad de cambio de todo el personal político francés y eso funcionó. Pese a todo, temo que volvamos otra vez con las decepciones habituales porque Emmanuel Macron, que representaba una suerte de idea de renovación, creo que seguirá siendo la misma máquina reaccionaria modernizada. En la política francesa hay una suerte de chantaje: querés que la sociedad cambie, que funcione un poco mejor, entonces vamos a cambiar las leyes laborales. Pero es una traición, una forma de chantaje, que no sé si va a funcionar porque la pasión por este nuevo personaje (Macron) se está desinflando bastante rápido.