Este 9 de octubre marca el 50º aniversario del asesinato del Che en Bolivia. Las circunstancias del crimen son archiconocidas. Caído en combate, el día anterior, las heridas del Che no comprometían su vida. Pero la orden emanada de la CIA fue terminante: “Mátenlo y desaparézcanlo”. Que no haya un santuario donde descansen sus restos y se convierta en un lugar de peregrinación para sus seguidores de todo el mundo. El plan fracasó por completo. Aun desaparecido, su presencia se tornó cada día más gravitante y el guerrillero heroico se convirtió en un ícono revolucionario mundial, una bandera de todas las luchas en cualquier lugar del planeta. Allí donde un explotado, un oprimido, se levantaba contra una injusticia, la imagen del Che –inmortalizada en aquella fenomenal fotografía captada por Alberto Díaz (Korda)– se convertía en el símbolo de la lucha, en bandera de combate contra toda forma de opresión.

Treinta años después del asesinato del Che, sus restos aparecieron en una fosa común en Vallegrande, desde donde fueron enviados de regreso a Cuba y hoy descansan para siempre en Santa Clara, la ciudad donde libró y ganó la decisiva batalla que abriría las puertas para el triunfo de la Revolución Cubana.

Los trazos principales de su biografía son también de sobra conocidos. Baste con decir que si bien el Che provenía de una familia y un ambiente social progresista, claramente identificado con los republicanos durante la Guerra Civil española y por ello netamente antifascista, su proceso de formación ideológica tuvo un vuelco decisivo con la constatación in situ de la lacerante situación de las clases populares durante sus dos viajes por América latina. Dueño de una curiosidad inagotable y de una inmensa capacidad de trabajo, sus numerosas lecturas fueron dando forma a una cosmovisión revolucionaria que asumiría íntegramente el resto de su vida.

EL LEGADO

¿Qué queda hoy del mensaje del Che para las actuales generaciones? Muchas cosas, pues sigue siendo fuente de inspiración para los luchadores sociales de todo el mundo. Queda su inquebrantable coherencia, la inescindible unidad entre teoría, pensamiento y práctica que rigió toda su vida; su convicción de que este mundo es inviable y que sólo una revolución a escala planetaria podrá salvarlo de la némesis que lo lleva a su autodestrucción. Suficiente para comprobar la excepcional actualidad del Che y la vigencia de sus enseñanzas, de sus escritos, sus discursos, su ejemplo.

En esta ocasión quisiera adentrarme un poco más en su legado teórico forjado por su práctica política que arranca con sus dos viajes por Latinoamérica, donde establece su primer contacto orgánico con el marxismo a través de un médico sanitarista peruano, el doctor Hugo Pesce Pescetto, especialista en el tratamiento de la lepra. Pesce había sido, junto a José Carlos Mariátegui, co-fundador del Partido Socialista Peruano y a la sazón era uno de los máximos dirigentes del Partido Comunista del Perú. El Che lo conoce en su primer viaje cuando arriba a Lima, en mayo de 1952, y a partir de ese diálogo se profundiza su conocimiento del marxismo. Esto lo reconoce años después, al enviarle de obsequio un ejemplar de La guerra de guerrillas con una dedicatoria: “Al doctor Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo quizás,  un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la sociedad, con el entusiasmo aventurero de siempre pero encaminado a fines más armoniosos con las necesidades de América”.

Su vínculo con Hilda Gadea, peruana radicada por entonces (1953) en Guatemala, profundiza su familiarización con los clásicos del marxismo. Los dramáticos acontecimientos que tienen lugar en 1954 en ese país –la invasión organizada por la CIA al mando del coronel Castillo Armas y el derrocamiento de Jacobo Árbenz– habrían de completar con las duras lecciones de la praxis el proceso formativo del joven médico argentino. La continuación de su viaje hacia Ciudad de México, luego del encuentro en Guatemala con el “moncadista” cubano Antonio “Ñico” López (que sería quien rebautizaría a Guevara con el “Che” que lo haría célebre), lo pone en contacto primero con Raúl Castro Ruz y luego con su hermano Fidel. Tal como lo cuenta el mismo Guevara, bastó una noche de conversación con el Comandante para que se convirtiera en el médico de los expedicionarios del Granma e iniciara el camino que lo transformaría en el más famoso guerrillero del mundo. Según una confesión que le hizo a Jorge Masetti y que reprodujo en una carta que envió a sus padres desde México: “Charlé con Fidel toda una noche. Y al amanecer ya era el médico de la futura expedición”. La admiración que se prodigaban recíprocamente era extraordinaria, y se hizo patente en esa larga conversación de diez horas a mediados de julio de 1955 en Ciudad de México. El Che percibió rápidamente que Castro era “un hombre extraordinario”. “Tenía una fe excepcional en que una vez que saliera hacia Cuba, iba a llegar. Que una vez llegado iba a pelear. Y que peleando, iba a ganar. Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar, y pelear.”

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