La traducción en hispanoamérica es Mi pobre angelito, ubicando a Kevin en un lugar de víctima, de hijo abandonado. En cambio, el original Home Alone reivindica el espíritu de la fantasía infantil de quedarse solo por un rato. Una apología a la soledad. ¿Quién no quiso, en algún momento de su vida, que su familia se esfumara? ¿Qué pasaría si mi familia entera me ghosteara de un día para el otro? En Argentina se estrenó en el año 1991. Dos años después de que yo naciera.

“¡Cuando sea más grande voy a vivir solo!” le grita Kevin a su mamá, subiendo las escaleras que lo llevan al sótano. Motivo principal por el cual se olvidan de él en vísperas de navidad. “Deberías pedirle a santa otra familia” Declama Kate y Kevin retruca: "¡No quiero otra familia, no quiero ninguna, la familia apesta! ¡La familia sucks!" El primer gesto de Kevin cuando recorre su casa y se da cuenta de que su familia no está, es de desconcierto. Acto seguido, o más bien, escena seguida, se aparecen las caras de sus familiares recordándole lo mal que se porta: “Eres lo que en Francia llaman les incompetents”, le dice una prima. “Look what you did little jerk” le dice su uncle Frank con un gesto de desagrado. El siguiente plano general es Kevin saltando de alegría en la cama matrimonial de sus papás.

Fui la tercera de dos hermanos, un varón y una mujer. Cuando me arrojaron al mundo, ya había dos personas de más o menos mi tamaño con las que interactuaba obligadamente. Esa creencia popular de que los terceros hijos se crían con los hermanos, en mi caso, fue cierta. Las multitudes generan dispersión y los límites se vuelven poco claros; dan lugar a la anarquía. Mi rebeldía, la que me hacía bondear (conectar) con Kevin, parte de esa terceridad, de haber sido la última en nacer. La presión de ser buenos hijos ya la tenían los otros. Para mí, portarme mal, como Kevin, era orgánico. En la primaria, un día se me ocurrió la travesura de tirar una bombita de olor en el recreo para perdernos la clase de matemática. Lo terminé confesando en la dirección, total era solo una falta más, ¿qué me importaba?

Quien nota la ausencia de Kevin en pleno vuelo a París es Kate, su mamá. Acá viene mi unpopular opinion: el instinto maternal existe y hasta de un modo romántico. Si lo retuvo en su cuerpo durante nueve meses, ¿cómo no va a sentir su falta? Ella intuía una ausencia en cada célula de su cuerpo, las mismas células de las que Kevin estaba conformado. Es ella la que presiente. Peter, su marido, le insiste con que todo está bien, que sólo dejaron la cochera abierta. Un primerísimo primer plano encuadra el gesto desgarrador de Kate antes de gritar el emblemático: "¡Kevin!"

Me acuerdo de un día que me perdí en una playa de la costa en pleno verano. Yo iba con mi malla entera verde flúo, inconscientemente a perderme, pero con la esperanza de que mi mamá me encontraría. Avancé sin mirar atrás esquivando cáscaras de mejillones, llegué a otra playa que tenía otro nombre. A lo lejos escuché. De aplauso en aplauso dieron conmigo. Cuando mamá me zamarreó, aplicó ese mismo gesto de Kate, un sonido gutural salió desde sus vísceras, y fue tan imperativo que las palabras se me borraron (del trauma). Nunca más me alejé de ella. Todas las navidades le escribía cartas y ella me las contestaba. Eran cartas de amor.

Los Mac Allister tratan de conseguir vuelos de vuelta, pero no lo logran, y es Kate quien se queda varada en el aeropuerto. El resto de la familia se aloja en un hotel parisino esa noche. Es Kate quien toma una escala a Scranton, un pueblito yanki, para acercarse un poco más a su hijo. Es Kate quien se sube a una camioneta que la lleva hasta Chicago con una banda de músicos que la aturden. Es ella quien acarrea la culpa en el cuerpo. Quien le dice al líder de la banda: “Soy una mala madre”. Kevin es de Kate y Kate es de Kevin, sin lugar a dudas.

Kevin, sin embargo, disfruta de esa incipiente adultez; le revisa el cuarto a Buzz, su hermano más grande, mira una revista porno, pide la pizza de plain cheese que le gusta a él, come mucho helado y defiende su casa de dos ladrones. En un momento de la narrativa, va a una iglesia, donde se topa con un indigente. El diálogo que mantienen tiene un nivel de profundidad enorme, en la cual Kevin le confiesa que extraña a toda su familia, a su familia entera y le aconseja al hombre que le vuelva a hablar a su hijo, con el cual estaban distanciados hacía varios años, por orgullo, por debatirse ser el primero en hablar.

Creo que el estado ideal de un/a niño/a es estar sólo sabiendo que su mamá está cerca. Los fines de semana de mi vida ordinaria, cuando mi papá se llevaba a mi hermana y a mi hermano más grande al club a hacer actividades, yo me quedaba en mi cuarto y me dedicaba a calcar pokemones y a escuchar Blink 182 con la puerta entreabierta. Mi estado ideal era ese, estar sola con mamá cerca.

Como toda historia de amor, la primera que llega es Kate, el 25 de diciembre. Kevin había terminado de armar el árbol navideño para recibirla. Con lágrimas en los ojos, le dice: “Merry christmas sweetheart. I'm so sorry”. Al rato, que en el tiempo de la ficción son segundos, llega el resto de la familia. Creo que cada tanto vuelvo a esta película porque descubro nuevos gestos. Entiendo y repaso escenas. Pienso que la adultez y sus límites racionales me siguen resultando ajenos. Vuelvo a la dialéctica de mi infancia y me sigo descubriendo ahí, en ese lugar de refugio donde estaba a salvo, acompañada de mi soledad, de mis reglas, con mamá cerca y los ruidos lejos, sabiendo que la distancia era temporal, sabiendo que tarde o temprano los ruidos volverían a habitar el departamento donde fuimos familia. Fui la última en irme de casa y mi mamá, de una forma más módica que la de la playa, se resistió a que me fuera. En ese momento sí cargué con el peso de ser la tercera; mi hermano y mi hermana ya se habían ido. Me mudé a un monoambiente que quedaba solo a veinte cuadras, tal vez para replicar ese esquema, el de la cercanía con distancia.

Belén Mentasti nació en Buenos Aires en 1989. Es escritora y diseñadora gráfica. Participó de la Bienal de Arte Joven con el relato “Un re amague”, que fue seleccionado como finalista para integrar la antología Tan diversa. Este año publicó su primera novela en la editorial Rosa Iceberg, Ni chico ni chica, que fue subsidiada por el Fondo Nacional de las Artes en el año 2021.