Desde Barcelona

UNO "Nada es más difícil y, por lo tanto, más precioso que poder decidir", se dice un indeciso Rodríguez con palabras que no son suyas sino, dicen, de un tal Napoleone Di Buonaparte. Y avasallado vasallo Rodríguez se dice eso que dijo imperial imperioso a las puertas de cine donde se proyecta Napoleón de Ridley Scott. Lo dijo quien se dice medía 1,78 metros y siempre posaba mano al pecho bajo botones por úlcera o seña masónica o porque en el libro Les Règles de la bienséance et de la civilité chrétienne, publicado en 1702 por el sumo sacerdote-escolar Jean-Baptiste de La Salle se leía que "si no se tiene bastón, ni manguito, ni guantes, es bastante común posar el brazo derecho sobre el pecho o sobre el estómago, poniendo la mano en la abertura de la chaqueta". Y así toda esa gente creyéndose Napoleón en manicomios donde nadie, misteriosamente, se cree Quijote. Así que Rodríguez --manos en los bolsillos, hace frío-- se dirime entre entrar o no entrar, al ataque o no al ataque, Austerlitz (que no es la novela de Sebald) o Waterloo (que no es la canción de ABBA).

Y retirada sin presentar batalla entonces.

Otra vez y hasta la próxima.

DOS Porque no es la primera vez en últimas semanas en la que Rodríguez casi saca entrada y se arrepiente a último segundo. Y es que Rodríguez leyó eso de que el film en cuestión de Scott (quien ya había rozado lo napoleónico gloriosamente con su debut en Los duelistas) ha resultado, producto de numerosos cortes, en postales elípticas no dando cuenta de una vida imposible de resumir en dos horas y media. Se avisa que cuando la película invada alguna de esas plataformas de tv durará el doble. Pero tal vez ni aun así. Y Rodríguez piensa que mejor esperar miniserie de Steven Spielberg a partir del frustrado guion y obsesiva documentación de Stanley Kubrick (hay todo un mastodóntico libro marca Taschen recopilándola; luego Kubrick más o menos se quitó las ganas "de época" con la magnífica Barry Lyndon con rostro de Ryan O'Neal, RIP). O volver a ver elocuente versión muda de Abel Gance con formidable escena de batalla iniciática con bolas de nieve). O buscar en TCM a Rod Steiger o a Marlon Brando con bicornio en ese rol que se considera el más peligroso/arriesgado para un actor luego del de Jesucristo.

Pero Rodríguez está cansado y tiene que ponerse al día con eso de la flamante primera Ley de Inteligencia Artificial mundial rubricada por Unión Europea y a la que, seguro, recién hecha, ya se le está haciendo la correspondiente trampa en algorítmica letra pequeña color verde matrix. Así que, por el momento, Rodríguez se queda con el Napoleón como casi cameo en La guerra y la paz o con Fabrizio del Dongo dando vueltas mareadas por los bordes de la ya mencionada Waterloo preguntándose dónde esta el frente, march.

TRES Y, ah, todas esas polémicas de académicos franceses e historiadores internacionales ("¡No se menciona ni una vez a España!" aúllan los ibéricos) denunciando múltiples imprecisiones históricas (que el emperador Cómodo no hubiese muerto en la arena del Coliseo y sí estrangulado en una bañera no molestó mucho a la hora de Gladiator; pero ese emperador no es este emperador. Y los que acusan a Joaquin Phoenix de haber asumido el rol protagónico con modales de Joker. Y a Rodríguez le causó gracia ver y oír a Scott (al que muchos no consideran un auteur de cine sino un director de comerciales de más de dos horas e imparable en su octava década gracias, seguramente, al más simple de los complejos napoleónicos) respondiéndole a alguien que le cuestionaba el largo de la cabellera de María Antonieta junto a Madame La Guillotine. "Get a life", casi le escupió Scott.

Pero, de regreso en casa, Rodríguez pone la televisión y están dando esa cruelmente tierna o tiernamente cruel apología de lo nerd que es Napoleon Dynamite de Jared Hess. Y Rodríguez se había olvidado por completo que uno de los nudos argumentales de la película era la carrera/campaña a presidente de su clase de secundario de un joven casi tan disfuncional como el protagonista: un estudiante latino de intercambio que viene de Ciudad Juárez. Un candidato con todo en contra quien --sin embargo y con una ayudita de su amigo Napoleon Dynamite-- llega al poder y, aunque no se muestre, cabe pensar que a partir de su mandato ya nada volverá a ser como alguna vez fue. Y ese mexicanito se llama... ¡Pedro Sánchez! Y, claro, la potencia de nombre hace inevitable resonante comparación entre chico mexicano y ya saben cuál hombre español.

CUATRO Sí: Pedro Sánchez --a quien alguna vez se consideró cadáver político ajusticiado por su propio partido y quien, desde entonces, no deja de resucitar triunfal una y otra vez-- es para muchos ególatra, mesiánico, imperial y napoleónico. Arturo Pérez-Reverte --uno de los más descontentos y desilusionados y encolerizados con lo de Ridley Scott-- se confiesa fan de Sánchez como gran maquiavélico. Lo considera "probablemente el mejor sino el único estadista europeo en la actualidad" y lo cree "capaz de vender a su madre para conseguir sus objetivos para, una vez conseguidos, entregar a tu madre y no a la de él". Rodríguez no es que lo adore (difícil con alguien que parece adorarse tanto a sí mismo) pero admite que no hay nadie igual y, mucho menos, mejor. En cualquier caso, ahí está y sigue y suma Sánchez ahora: publicando nuevo libro (el primer gobernante español que publica no uno sino dos libros en actividad); cabalgando bajo fuego enemigo y un poco amigo con eso de la Amnistía que hasta hace poco era imposible y ahora es imprescindible; con sus socios independentistas que no paran de exigirle y sus socios en la fractura izquierda que no paran de demandarle y la derecha organizándole manifestaciones en contra todos los fines de semana porque saben que lo que menos quiere es que no lo quieran. Y Sánchez se defiende y espanta y "cambia de opinión" apelando a refranero rancio. "Hacer virtud de la necesidad", "Antes de la devoción viene la obligación" y "Si te he visto no me acuerdo" --cuidándose mucho de no citar ese "Donde dije digo, digo Diego"-- son algunos de los dichos que repite una y otra vez por indicación de su spin doctor o de la periodista que le escribió sus dos muy selectivas memorias y cuyo nombre no figura en portada. E insiste en que todo lo que hace él lo hubiese hecho la oposición de estar en su sitio y que la Historia le dará la razón.

Rodríguez hace votos para que los asesores del mandatario mandón no googleen frases célebres y napoleónicas tan épicas como megalómanas y encuentren yacimiento de posibilidades del tipo "La mejor manera de mantener la palabra empeñada es no darla" o "Las leyes de las circunstancias son abolidas por nuevas circunstancias" o "Pon tu mano de hierro dentro de un guante de terciopelo" o "La historia es un conjunto de mentiras acordadas" o "La grandeza no es nada a menos que sea duradera" o "La gran ambición es la pasión de un gran personaje".

 

Napoleón --para sorpresa de Rodríguez-- también dicen que dijo eso de "Una imagen vale más que mil palabras". Frente al espejo del baño --esa casi isla desterrante-- y allí visto lo visto, Rodríguez se dice que su devaluada imagen vale cada vez menos y que, no lo dice él sino que lo dijo Napoleón: "El mundo sufre mucho" y "La verdadera sabiduría consiste en saber que no se sabe nada". Pero esto último Rodríguez ya lo sabía.