La visibilidad como principal consigna de acción política positiva debería contener contraindicaciones, efectos secundarios que podrían terminar incluso siendo casi una trampa. Porque el estímulo a salir del clóset y mostrar la diversidad sexual y las identidades para dejar de recluirse en la intimidad, y así convertir en protagonistas de la vida social a todo el espectro LGTBIQ, es una cuestión bastante compleja. En primer lugar, porque la visibilización podría ser desigual, como efectivamente lo es, provocando que una mayor presencia de alguno de los colectivos ensombrezca, incluso oculte, la presencia de otro colectivo. O que un rasgo de un colectivo se convierta en lo más visibilizado, y de esta manera eclipse otros rasgos que conviven en ese mismo colectivo. Esas exposiciones que terminan cristalizando un lugar social para algunas personas LGTBIQ y para otras no, es lo que termina construyendo formas de contravisibilización como estrategias de romper con las hegemonías de la representación de la diversidad. En esta vertiente nació el movimiento queer, que denunciaba, entre otras cuestiones, la encorsetada visión clasista y racista con que se ponía en escena la cultura gaycentrista. La dinámica queer no radica en medir y regular las expresiones de la diversidad, sino en que no haya filtros que asimilaran la posibilidad libertad de hacer y estar a un consenso falso de mayorías rectoras. Queer es nunca programar la representación en los medios para hacerse aceptable, sino estar siempre en la búsqueda de formas que impliquen la disidencia, la desobediencia civil, los cuerpos que se resisten a ser petrificados desde parámetros de cualquier identidad hegemónica. Sexualidades y géneros que fluyen, desdibujan, viralizan, reconfiguran y solapan sin detener su curso. Por lo tanto, lo queer necesita del relato, del despliegue en acción, del desarrollo como forma de estar siendo. El movimiento queer es eso mismo, un movimiento. La compilación Historieta LGBTI, editada la semana pasada por la Editorial Municipal de Rosario, saca la Q final de una sigla consensuada de la diversidad, pero la hace visible en el relato múltiple que se genera entre las diez historias que contiene. Porque de esa manera parece encontrar el revés de la visibilidad: ocultar a veces puede ser poner en el centro, iluminar, movilizar.

Piernas locas

La primera y la última viñeta del libro Historietas LGBTI es una persona caminando; la primera está llegando y la última se está yendo, escapando. Una y otra están dibujadas por diferentes historietistas, son parte de narraciones distintas, pero coinciden en una circulación que se repite casi como un mismo yiro constante, recurrente. Cada historieta del libro hace foco en un andar, en una circulación, casi siempre con un cuadro que muestra un par de piernas recortadas del cuerpo, una imagen que casi llega a ser un leit motiv espontáneo que salta de un relato a otro. Piernas con minifaldas, con tacos, con patines, con medias de red, con botines y medias de fútbol, con botas, con botitas y medias con encaje, con zapatillas, con pantuflas o descalzas; piernas peludas, lampiñas, enfundadas, exhibidas, enroscadas. Extremidades en desplazamiento, el yiro como la identidad en fuga. Nada puede ser más queer. En esta primera compilación nacional de diez historietas LGBTI, surgida de un concurso donde se presentaron cincuenta obras, parece proponer un relato no lineal que no está divido por género, por orientación sexual ni identidad de género sino que traza una corriente que fluye para no dejar quieto sino abrir caminos para que siga el movimiento descentrado. Así, el peregrinaje laico por el decálogo dibujado incluye el chongo que fuga con la travesti para esquivar la noche de fiesta falsa (Fabulosa el Dorado de Supermerkado), la que entra colada a un hotel a coger con su chica antes de abrazar a su chico (Amarcord de Natalia Novia), el que se monta para la “caminata firme pisando prejuicios” (Receta para hacer una drag queer de Maia Debowicz y Lucas Fausto Gutiérrez), la infancia trans que patina en calzas (Muñeca rota de Román Sovrano), la que se mueve como veleta porque siente que el deseo encarna en cuerpos diversos y a los cuatro vientos (Elogio de la duda de Júlia Barata), las que marchan con otras porque la que se organiza no vuelve más a misa (La vida es corta de Julia Inés Mamone y María Ibarra), la que toca el timbre porque puerta a puerta hay amor & sexo inmersivo (Ding dong de La Watson), el que huye para saber que se puede regresar a la orilla del río que bulle (El muelle de Gaspar Aguirre), la Higui que vuelve al barrio porque ninguna violencia o amenaza la hace resignar sus raíces de torta de potrero (Sabelo que sí de Nacha Vollenweider), quien escapa del espacio institucional frente a quien quieren mutilar su ambigüedad física (Quiero saber si tengo algo mal de Gonzalo Agüero). Errantes y deseantes, múltiples, como los rasgos que se deslizan en cada una de las anatomías estéticas, siempre distintas para representar cuerpos: la antología incorpora muchas manos sueltas que trazan líneas que no se dejan unificar. El panorama errático es bienvenido, ya no hay clausura en la uniformidad estilística sino que hay pura disidencia a la hora de dar cuerpo a las imaginaciones, los testimonios, las fantasías. Todas las obras reunidas abren sus propios caminos, a rayones, manchas, trazos con distintos materiales, colores, formas, estilismos, voces, grafismos, figuraciones, abstracciones. La compilación crea el recorrido propio por una utopía portátil de la convivencia en la divergencia. 

Color local

A pesar de que cada historieta juega a desmarcarse de la disciplinaria visión de los cuerpos, las orientaciones sexuales, los géneros, las identidades y las acciones con una impronta queer, nada parece muy abstracto o atemporal sino que dialoga con nuestro tiempo. De hecho, algunas historietas son testimoniales, ponen en escena acciones y discursos vigentes en desarrollo sobre la diversidad sexual, identitaria y corporal, como forma de resistencia a estos tiempos. Una de las mejores expresiones de la relación con el presente es la importancia de mujeres historietistas, con diversos relatos lésbicos, bisexuales, queer y trans, que son mayoría en esta antología, y quienes tienen cada vez mayor presencia, sobre todo local, en el muy tradicionalmente machista mundo del cómic. De hecho, históricamente, las pocas veces que se realizó una publicación o una compilación de historietas relacionadas con la diversidad sexual en Argentina, la mayoría eran, cuando no exclusivamente, al menos mayoritariamente gay. Aunque diversificada en los últimos años, la visibilidad anterior del cómic en Argentina fue muy gaycentrista y en esta compilación hay una clara salida de esa tradición.

Y si la última viñeta es una puerta abierta con un personaje escapando del discurso disciplinario de la medicina cuando consulta por su ginecomastia post adolescente (crecimiento de los pechos en varones); en un relato creado por Gonzalo Agüero teniendo en cuenta los nuevos paradigmas que el activismo y el discurso de la intersexualidad, que intervinieron en la medicina como crítica a prácticas normalizadoras donde “el sistema de salud terminaba decidiendo sobre los pacientes” frente a cuerpos e identidades no binarias, que se presentan con distintos grados de ambigüedad y/o desarrollo físico que los manuales censuran, corrigen, mutilan o desconocen. Esa puerta que se abre como un crepúsculo en la historieta es también el umbral que presenta, por vez primera en forma de viñetas en Argentina, el conflicto del disciplinamiento impuesto y la incomprensión del discurso institucional sobre personas disidentes que son maltratadas por la medicina, con distintos grados de violencia, que el activismo intersex viene denunciando. Una sabia decisión editorial es darle la tapa a esa trama de lápices libertarios de Agüero, que se alejan de la gama de colores de la clónica bandera del arcoíris, para mostrar otros tonos, otras texturas, cuerpos, horizontes y desobediencias. Rayones de lápices, crayones y marcadores que tienen algo de cinéticos, de un movimiento en capas, como una circulación que se resiste a ser superficie quieta y llana, para darle un nuevo relieve a eso de ser, hacer y estar celebrando la vitalidad visible de la resistencia.

La ilustración de tapa pertenece al Sabelo que sí, el comic con el que Nacha Vollenweinder aborda la historia de Higui, De Jesús, la lesbiana que estuvo presa siete meses por defenderse de una violación correctiva. La imagen de contratapa es parte de Ding Dong, de La Watson, una historia sobre las simetrías y asimetrías de un amor entre mujeres sumergidas en la noche.