Hace unos días anduve por el sur del país, en llamada comarca andina. Me crucé con bonaerenses que dejaron su provincia y vinieron a hacer patria a la Patagonia, o a enamorarse bien viniendo al sur, o ambas cosas. Cuando digo bonaerenses me refiero al interior de la provincia, porque sin pretender discriminar, no creo que quienes son originarios del Gran Buenos Aires se autodenominen de esa forma. Estimo que dicen ser del conurbano, o directamente de Buenos Aires. Tengo la idea, que bien puede estar equivocada, que “bonaerense” remite más bien a quienes vivimos bastante más alejados de la capital del país y sus alrededores, con separación concreta, campo mediante. 

Me pregunté por qué se mudaban al sur, donde en invierno la vida no debe ser nada fácil. Quizás se escapan de la llanura, de la chatura que trae un horizonte al que nunca se llega. Sospecho que también salen en búsqueda de un poco de aventura. Porque la montaña nos desafía a ser intrépidos, incluso en algún momento a subirla, aunque hay algunos que dicen que luego de un tiempo, encajona, porque no deja ver lo que hay más allá. Como siempre, casi nadie está conforme con el lugar donde vive, o peor en el que nació.

Pero no creo que sea una búsqueda metafísica. Pareciera ser que en el sur aparecen algunas oportunidades más para emprender un proyecto de vida. Me crucé con un hombre de poco más de cuarenta años que hace tres años dejó su Rauch y logró comprarse una chacra de una hectárea y además trabaja de remisero en El Bolsón. No creo que hubiera podido comprar ni un metro cuadrado en su ciudad natal. También conocí a una joven psicóloga marplatense que dejó “La feliz” hace quince años y me alquiló el departamento que construyó con gran esfuerzo. No estoy muy seguro que lo hubiera logrado en su lugar de origen.

También hay otros bonaerenses que viajan al sur sin afán de afincarse definitivamente. Miles de jóvenes, principalmente durante el verano recorren la zona, y no solo en un sentido turístico. Muchos buscan una forma de vida que los aleje del consumismo como destino y el desasosiego de no poder lograrlo. Algunos de ellos se suman solidariamente a causas justas. Como Santiago Maldonado.

Luego de pasar el fin de año en las inmediaciones del Parque Nacional Los Alerces, puse rumbo a El Bolsón, tomando la emblemática Ruta 40. Y mientras me acercaba a la zona de Epuyén me acordé que en los primeros días de diciembre la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación había emplazado un cartel de señalización de Memoria, Verdad y Justicia contra la violencia institucional. Era por el caso perpetrada por el estado el 1 de agosto de 2017, que incluyó la represión de las fuerzas de seguridad sin orden judicial que terminó con la vida de Maldonado, previa desaparición durante larguísimos setenta y siete días.

Santiago era un artesano y muralista oriundo de la muy bonaerense ciudad de 25 de Mayo. Se había afincado en El Bolsón unos pocos meses antes, y se solidarizó con los reclamos ancestrales de las comunidades mapuches sobre sus tierras, ocupadas en esa zona por el mayor propietario privado de nuestro país, el empresario italiano Luciano Benetton.

Me detuve en la ruta, allí donde el Río Chubut se le arrima y serpentea a su vera, a tan solo un centenar de metros. No pude homenajearlo ni mucho menos leer el texto del letrero porque estaba completamente vandalizado por manos anónimas y no tanto, con tachaduras y una frase agregada que ofende nuestra inteligencia y lastima aún más a los familiares: “Se ahogó solito”. Me los imagino pintando con el aerosol a plena luz del día con la impunidad de quienes sienten que el viento vuelve a soplar a su favor. 

“Un salame distraído que cruzó el río y se ahogó” fue la versión que instaló el propio ex presidente Macri hace unos meses en una cumbre de cinismo e hipocresía que duele e indigna. Nuevos arrasamientos, en este caso simbólicos, que se suman a los desplazamientos de un pueblo originario que viene siendo arrasado desde hace más de un siglo.

Dos días antes, había escuchado una encendida defensa de Benetton por parte de una guía de turismo nacida y criada en Esquel a quien se le podían encontrar rasgos de pueblos originarios en su rostro, comentando que el millonario plantaba muchos pinos. Ni una palabra sobre ninguna otra cosa, como por ejemplo, que un extranjero sea dueño de un millón de hectáreas, que tenga policía propia y que en connivencia con el estado represor burle sistemáticamente a la justicia argentina, que parece tener muchas ganas de ser burlada. No fue solo por el fallo en primera instancia, sino también porque la Corte Suprema de la Nación hace dos años que no designa juez que profundice las líneas de investigación indicadas por la Cámara en el caso Maldonado.

Hace una semana que no puedo sacarme de la cabeza la indignación por el cartel vandalizado. Porque es absolutamente falso que Santiago Maldonado se haya ahogado de motu propio, y mucho menos que estuviera solito. Se mezcla con otras sensaciones muy similares porque ya cumple un mes el nuevo gobierno que hace todo más profundo y más rápido, como el propio Macri había prometido si hubiera sido electo nuevamente. Día tras día vemos cómo se intenta someter a la población a una extorsión como no se veía desde la última dictadura. Un nuevo Moisés pretende guiarnos por el desierto hacia la tierra prometida, más anclada en el pasado que en el futuro.

Vuelvo a pensar en los bonaerenses, somos muchos. Los que se fueron, los que nos quedamos. Creo que muchas de las luchas que se avecinan se sostendrán con mucha fuerza desde la provincia. No es casual que hayamos reelegido mayoritariamente al gobernador. Porque no solo se le reconoce la cercanía con la gente y la muy buena administración, sino la forma de gestionar la cosa pública, fortaleciendo al Estado para que regule al mercado, impidiendo que se instale la ley de la selva donde el león pueda comerse a los demás y controlando que quienes deben cuidarnos no nos hagan desaparecer, ni que nos obliguen a los tiros a cruzar un río patagónico en pleno invierno.

Hay palenque donde rascarse, así que a respirar profundo y a amucharse que hay mucho por andar.