Los Bilbao                        8 puntos

Argentina, 2023

Dirección: Pedro Speroni.

Guion: Pedro Speroni y Miguel Colombo.

Con Iván Bilbao, Yamila Bilbao, Luz Bilbao, Wenceslao Bilbao.

Duración: 73 minutos

Estreno: Malba y Sala Leopoldo Lugones (junto con Rancho, el film anterior de Speroni).

“A mí nadie me boludea, eh… ¡Yo soy el rey del pueblo!” Quien habla así, con ese orgullo arrabalero, es Iván Bilbao y tiene con qué respaldar sus palabras. Fue boxeador, a los treinta y pico su tremendo físico impone respeto y ahora es un ex convicto que ya no quiere problemas. Está en pareja con Yamila, cuida de su hijita Luz (“Un papá del corazón”, lo define su suegra) y espera el primer hijo propio. El sensible retrato de esa familia es Los Bilbao, segundo largometraje documental de Pedro Speroni, que recorrió los principales festivales del género, desde Visions du réel hasta DocsBarcelona, pasando también por el Bafici.

La película de Speroni se abre con Iván saliendo de un penal de máxima seguridad, en la Provincia de Buenos Aires, después de haber cumplido su pena. Es la despedida de un ídolo. La cámara sigue al protagonista por los pasillos de la cárcel mientras es vivado y aplaudido por sus compañeros. Los abrazos no faltan y hasta hay apretones de mano con los celadores. Cuando finalmente cruza el portón que lo separaba de la libertad, Bilbao no se olvida de cerrar cuidadosamente la puertita de hierro que adorna el jardín del presidio, antes de perderse en la noche.

Ese prólogo magistral de Los Bilbao engarza con el final de Rancho (2021), la magnífica película anterior de Speroni, que ahora podrá volver a verse en la Sala Lugones. Allí también estaba Iván, en un pabellón abarrotado de reclusos. Pero si aquella película era coral, esta se concentra en Bilbao y su núcleo familiar. Y si Rancho transcurría íntegramente adentro de la cárcel, Los Bilbao en cambio tiene mucha calle. O más bien mucha vereda. Ahí es donde Iván trabaja, ofreciendo sus clases de boxeo en un gimnasio improvisado. Y brindando también sus servicios de prestamista, a cielo abierto.

Es que de algo hay que vivir y él le presta plata a sus vecinos, aquellos que nunca van a tener acceso a un banco, y mucho menos a una línea de crédito. Es gente humilde, de trabajo, que uno supone está en algún apuro. Y Bilbao se puede quedar tranquilo: sabe que a él nadie lo va a “boludear”. Yamila –que también tiene su personalidad- lo ayuda a llevar las cuentas, en una libretita que va llenando con una Bic sobre el mantel de hule de la cocina, allí donde el mate con galletitas convive con unas cervezas y unos tetras de Resero.

Como los mejores documentalistas, Speroni es un gran observador. Se nota que se ha ganado en buena ley la confianza de los Bilbao y comparte con ellos su cotidianeidad, en los buenos momentos y también en los malos. Nunca se le ocurriría caranchear en la miseria, pero tampoco es de los que embellecen la pobreza. Si la belleza surge –y lo hace- es gracias a la paciencia con la que Speroni busca y encuentra momentos de una infinita ternura, como la pequeña Luz tirada a la noche en un colchón en el patio, mirando el cielo. O los tres (los cuatro, si se cuenta al que está en la panza de Yamila) disfrutando de un abrazo colectivo en la cama. Pero también hay discusiones feas, violentas, en las que la cámara se mantiene impávida, como si no estuviera ahí.

Se diría que Speroni encuentra siempre la distancia justa. También sabe muy bien dónde cortar un plano y cuándo finalizar una secuencia, muchas veces para ir después a una mínima pausa con la pantalla en negro, no sólo para marcar el paso del tiempo sino también para darle espacio al espectador, para no apurarlo y permitir que asimile una escena y reflexione sobre lo que está viendo. Eso se llama nobleza.