En el agitado verano de 2002, los habitantes de San Marcos Sierra fueron descubriendo que había un nuevo vecino. Era un hombre para ellos sin pasado, pero hasta ayer no más, en los partidos de Cañuelas y Ezeiza donde solía moverse, extendía una tarjeta personal que parecía fuera de lugar: “Néstor S. Corsi, Scientific Investigator”. Cambió su nombre cuando descubrió que dos psicografías de Benjamín Solari Parravicini anunciaban “la llegada del tiempo de Kropp”. Avizoró que aquel paraje serrano era su destino durante una canalización que tuvo en Moscú. Un año antes había desensillado en Capilla del Monte, el centro urbano más cercano a la ciudad perdida de Erks, la metrópoli visualizada a comienzos de los ochenta por el osteópata y contactado rosarino Angel Cristo Acoglanis.

El Profeta Kropp llegó al sagrado valle del Uritorco sin saber que iba a tener que lidiar con una zona anegada de gurúes, cuyos habitué habían ido perdiendo confianza en las novedades religiosas. Y eso que aún no había hecho pública su nueva identidad, la de haber sido la reencarnación del arquitecto de la Pirámide de Keops, ni que planeaba hacer una inversión multimillonaria para construir un complejo médico-espiritual y levantar una pirámide inmensa, a pedido de Dios.

No bien se instaló en San Marcos se hizo notar. De cuerpo atlético, rapado y chiva, la imaginación popular le asignó toda clase de aficiones, profesiones e intenciones. Algunos pensaron que era agente de la DEA, otros un Hombre de Negro y otros, apenas, un tipo enigmático. Kropp era, en realidad, un místico que estaba buscando cómo ganarse la simpatía de la población, y quizá el pan. La preocupación, las dudas y, en muchos casos, la esperanza, empezaron cuando anunció su intención de levantar una pirámide de 170 metros con otras dos en su interior –de 70 y 53 metros– donde iba a practicar una serie de terapias curativas hasta alcanzar, por fin, una meta ciclópea: construir un hospital oncológico con 3.000 camas.

–Tomálo como una metáfora, si querés, pero Corsi hizo cagar al pueblo –me confió, en enero de 2004, Marcelo Pais, presidente de la Asociación de Productores Orgánicos Valle Ecológico.

Pais, uno de los pocos que denunció sus prácticas, se refería a la rutinaria insistencia del profeta de prescribir a sus consultantes magnesio, que diluía, embotellaba y vendía él mismo. “Todos los seres humanos deben hacer caca entre tres y cinco veces al día”, escribió en su libro "La vida en 80 centímetros". Se jactaba de haber recorrido el mundo –ostentaba un pasaporte colmado de destinos exóticos– y de tener “más de 176 patentes y marcas inscriptas desde 1986”, reprobadas en la Argentina, “de las que, cuando las reivindiqué en Tokio, me aprobaron 52”.

El intendente de San Marcos Sierra, Francisco “Pilín” Bagna, estuvo entre quienes cayeron bajo el hechizo de Kropp, un tipo que se llevaba el mundo por delante y hacía alarde de su voluntad de dar trabajo. Pero el funcionario reculó cuando le dijo que la pirámide que imaginaba iba a tener 170 metros de altura. “Le dije que no. ‘¿Sabés qué me contestó?’, contó Pilín. ‘Que la iba a construir igual, pero para abajo’”.

Así nacía el proyecto Pozo de Luz.


El castillo de Napoleón

Las visiones faraónicas de Néstor Corsi empezaron en 1986, cuando vendió el salón La Biela de Ezeiza, provincia de Buenos Aires, donde exponía autos de la marca Ford y artefactos relacionados con la industria automotriz. A diez kilómetros de allí, en Cañuelas, lo esperaba una joya urbanística, el edificio ubicado en el cruce de Ruta 3 y la Ruta Nacional 205. Junto a su esposa, Nilda Aquino Arzamendia, Corsi creó la firma Napoleón S.A. para construir “el mayor museo de autos clásicos de Sudamérica”.

El edificio, hoy marca registrada de Cañuelas, fue sede de la fábrica La Finaco S.A., creada en 1932 por Gustavo E. Artaux, un industrial francés. Juan Perón, durante su segunda presidencia, expropió la planta y la transfirió a Imfasa, una empresa fotográfica alemana. En 1956, la llamada Revolución Libertadora impidió abrir el edificio al nuevo titular, el alemán Guillermo Woters. En 1961, el presidente Arturo Frondizi restituyó la fábrica. Y tres años después fue adquirida por Jorge Antonio, el empresario amigo de Perón. Entre 1971 y 1973, la planta fue a remate y luego de 1976 fue liquidada por la dictadura militar.

Cuando Corsi recortó la pared de la terraza con almenas, renació como El Castillo de Cañuelas. “En sus diversos pisos los visitantes podrán manejar los antiguos modelos de automóviles o tomar un trago en la terraza. Contará con una playa de estacionamiento y estará enmarcado por un parque de plantas tropicales que acentuará la belleza del lugar”, imaginaba Corsi. Llegó a acomodar en el espacio vehículos de colección, como el mítico Rolls Royce de Luis Sandrini y una motocicleta de Perón. “Incluso planificó una cadena de montaje de un Ford T similar a la que ideó Henry Ford”, recordó el periodista Germán Hergenrether.

En los noventa, cuando Corsi describe sus viajes por el mundo, su matrimonio con Nilda Aquino colapsó. Ella alquiló el edificio, donde funcionaron una bailanta y un tenedor libre. Valuado en 3,9 millones de dólares, El Castillo tiene 5 mil metros cuadrados, cinco pisos y un subsuelo inmensos. Martín Corsi, hijo de Néstor y heredero de Aquino, es el actual titular. En 2015, un grupo de parlamentarios promovió su expropiación para convertirlo en sede de la futura Universidad Nacional de la Cuenca del Salado. En 2018, Martín Corsi propuso convertir el edificio con idéntico destino. Antes tenía que “gestionar el desalojo”. Golpeó puertas buscando apoyo, sin éxito. Hijo e’ tigre, “cuando fui bloqueado por un concejal del Fpv decidí resistir la expropiación”. En 2023, otro proyecto, impulsado por la diputada provincial Ayelén Itatí Rasquetti (Fdt) y acompañado por la intendenta de Cañuelas, Marisa Fassi, lo quiere expropiar para construir un Polo Judicial. Martín Corsi dijo: “Esta vez tampoco fui contactado”. Me la dejó picando para preguntarle por su padre. “Él a veces desvaría un poco, tiene otra idea de la realidad, pero lo respeto y lo quiero mucho.”

El 24 de febrero de 2012 Corsi fue detenido en un aparatoso allanamiento ordenado por el fiscal de Cruz del Eje, Martín Bertone. Fue acusado de 18 hechos de ejercicio ilegal de la medicina –Corsi indicaba tratamientos para la salud sin ser médico–, y de ser coautor de nueve hechos de estafa. La denuncia había sido impulsada por el Colegio de Médicos de Córdoba y el portal cordobés Día a día: de recetar magnesio había pasado a indicar inyectarse ampollas de una vacuna de su invención, la CNS-629, creada a base de ácido fórmico (veneno de hormigas coloradas). En 2017, durante un juicio abreviado, admitió los cargos y fue sentenciado a 4 años y 15 días de cárcel por ejercicio ilegal de la medicina. Cumplió 2 años y 8 meses de prisión preventiva y fue excarcelado a fines de 2014.

El sueño de Corsi era construir un gran imperio. No importa si el foco de su mística era automovilístico o profético. Había llegado el tiempo del emporio espiritual. Si su visión despertaba interés turístico, a lo mejor podía encontrar apoyo en la provincia de Córdoba. En ese momento solía burlarse de lo que llamaba “el turismo mortadelero”. En 2016, ya se había reinventado como empresario gastronómico.

En febrero de 2018 caí de sorpresa al Pozo de Luz, su imponente portal al inframundo extraterrestre. Estaba cerrado. De lejos alcancé a ver el increíble parque esotérico y el edificio central, que recuerda vagamente al Castillo de Cañuelas. No vi, en cambio, sus siete anillos concéntricos recubiertos con piedras de cuarzo y el acceso al Templo, custodiado por esculturas de “seres de luz”, sitio donde brotó un hilo de agua que Kropp bautizó Manantial de la Vida y devino otra “entrada”, esta vez manufacturada, a la ciudad perdida de Erks.

“Hace dos años y medio comencé de cero: me habían despojado de todo. Tenía 100 dólares”, me dijo en el umbral de El Profeta, la tienda donde expendía queso de campo, triples de miga veganos –y mortadela, claro.

Nunca renunció a su idea de convencer a los científicos de que su vacuna “derrotará el cáncer”. Hoy mantiene abiertas las puertas de su parque temático, donde un hoyo de 15 metros sería el preludio de un largo túnel subterráneo sembrado de pirámides, quizá 21, extendidas a lo largo de los 16 kilómetros que separan el Pozo del cerro Uritorco. Para terminar la hazaña esotérica sólo necesita un poco de plata. ¿Cuánta? “Unos 25 millones de dólares”.

En los últimos años ha reciclado 25 mil botellas de plástico para crear con ellas una esfera gigante, que movió de su parque hasta un predio que designó “El cerro de los milagros”. En 2019 recibió el mandato de construir ahí mismo una gran Estrella de David de cuarzo, donde aplica sanaciones, y desarrolló un “aeropuerto ovni”. La última misión que le encargó la divinidad fue sembrar palmeras. Desde entonces, pide a sus seguidores que le lleven baldes de pintura vacíos y lo ayuden a multiplicar macetas.

Papá, soy un profeta

Néstor Santiago Corsi nació en Lomas de Zamora, Buenos Aires, el 19 de octubre de 1954. De chico lavó coches, fue estibador y obrero metalúrgico. A fines de los setenta visitó la sede en Virrey del Pino, partido de La Matanza, de la Fundación Instituto Cosmobiofísico de Investigaciones de Pedro Romaniuk. Pero él no era un novato: ya tenía una carrera como contactado, escritor e inventor compulsivo. Tiene ocho hermanos y diez hijos de tres matrimonios. Su madre, Dora Dominga Constantino Prio, vivía de tejer escarpines en Bariloche. Siempre fue incondicional, a diferencia de su padre, José Antonio, a quien añora. A los ocho años lo encaró y le dijo: “Papá, soy un profeta”.

Kropp, dice Corsi, es su apellido en ruso (корси = Korsi), que también significa “recortar”. Que fue lo que hizo cuando transformó unas paredes mudas en un castillo de fachada medieval.

El autor es periodista y editor de FactorElBlog.com