Los resultados de los comicios están a la vista y son incuestionables. Expresan sin apelaciones la voluntad de la ciudadanía en un momento de la vida política nacional y confiere mandato a quienes resultaron electos. Sin embargo, no cancelan el debate político acerca del rumbo que debe tomar el país. Porque la democracia, si bien le otorga la gestión del Estado a quienes resultan triunfadores, es un sistema pensado para garantizar la expresión de todas las fuerzas. Derecho que podrán ejercer en los escaños parlamentarios quienes accedan al piso electoral señalado por la ley, pero que debe garantizarse al conjunto de la ciudadanía en el marco de la discusión de ideas entendida como un derecho irrenunciable.

Terminó, al menos en esta ocasión, el plebiscito democrático de las urnas. Persisten otros debates y otras disputas. Sin duda la especulación inmediata proyecta hacia el escenario de las elecciones presidenciales de 2019: ¿quién? ¿quiénes? ¿quién con quiénes? ¿contra quiénes? ¿a favor o en contra de? Si bien los comicios que acaban de cerrarse ayudan a construir ese panorama y permiten por ahora especulaciones e hipótesis cuya concreción (o no) podrá comprobarse con el tiempo, hay otros interrogantes que siguen pendientes. 

¿La política expresa la vida cotidiana de los argentinos? O dicho de otra manera: ¿los resultados electorales reflejan los problemas, las demandas y las preocupaciones de los ciudadanos? Sin deslegitimar el voto ni disminuir su importancia, todo parece indicar que no hay una correlación  directa entre las preocupaciones cotidianas en gran parte generadas por quienes hoy gobiernan y las aspiraciones y los deseos que el voto expresa. Sobre todo si se tiene en cuenta que la economía no mejora, tampoco las condiciones de vida, y la inseguridad sigue en los mismos niveles a pesar de que los medios hegemónicos de comunicación la han sacado de los primeros planos. ¿En qué se apoya entonces el voto a favor de Cambiemos? Se trata de un voto que sigue extendiendo su crédito hacia un oficialismo que no deja de proclamar sus éxitos a pesar de que las promesas de la campaña anterior no se cumplieron y ahora solo se prometen más sacrificios, mientras llueven las denuncias sobre atropellos flagrantes y retrocesos evidentes en cuanto a la calidad de vida y el respeto de derechos.

Si así fuera podría concluirse que la expresión electoral de la política se despega de la realidad cotidiana de los ciudadanos. O que la política como tal ya no tiene relación directa con las necesidades de las personas, sino que transcurre por otros carriles más aspiracionales o bien vinculados a las percepciones, a las sensaciones y a los sentimientos.

No puede dejarse de lado en esta reflexión una mirada acerca de la influencia del sistema de medios en la elección ciudadana. Porque esta eventual disociación entre realidad y política, es la misma que construyen las corporaciones mediáticas con la doble finalidad de ocultar información, sacar de escena todo lo que pueda ser disruptivo al discurso oficial y, por ese mismo camino, blindar al gobierno de Cambiemos con casi absoluta independencia de lo que haga o deje de hacer. En ese caso no importa que la inflación no ceda, que la represión aumente y que los derechos humanos sean violados de manera reiterada. Tampoco que la prometida “pobreza cero” deje de ser una meta para ser un horizonte aspiracional, como ahora se sostiene. 

Cambiemos consolidó su supremacía a nivel nacional. Pasó una nueva prueba electoral, aún cuando la evaluación de la gestión no pueda calificarse positivamente ni siquiera por los propios cuando se expresan con libertad. Pero de la misma manera que ya no existen los partidos políticos como tales, sino alianzas circunstanciales que se arman y se desarman en función de coyunturas más o menos electoralistas, los apoyos de hoy pueden no ser los de mañana o pasado si no logran anclarse en la vida cotidiana de las personas respondiendo a sus necesidades materiales y a sus preocupaciones. Pero el cambio de escenario depende en igual medida de quienes hoy están en la oposición hasta ahora incapaces de construir alternativas coherentes y confiables.

Hay sin embargo un punto de mucho mayor delicadeza que no tiene respuesta y que surge de los resultados de los comicios de ayer. ¿Puede esta práctica política y esta democracia garantizar los derechos básicos de la mayoría de la población? La pregunta no apunta ya a la coyuntura, sino al sentido profundo de un sistema político que, en manos de las corporaciones económicas solo parece servir, irremediablemente, a los intereses del poder, sin atender otras razones. Mucho más grave si comprobamos que esta no solo es una realidad en Argentina sino una tendencia en el mundo. Sin vigencia plena de derechos la democracia se hace inevitablemente frágil y hasta carente de sentido. Algo que deben tener en cuenta tanto quienes gobiernan como quienes están en la oposición.