La falla capitalista

La pandemia volvió perceptible lo que para muchos era imperceptible, aunque afectara sus existencias. Tal vez podríamos decir: fue el retorno en lo real de lo rechazado en lo simbólico. ¿Qué fue y es lo rechazado en lo simbólico? La falla capitalista. Algo que viene insinuándose hace mucho y que terminó mostrándose claramente en 2008 con la crisis estallada en EE.UU. y extendida a todo el planeta. Una vez más los gigantes de la banca privada tuvieron que ser rescatados con el dinero del Estado, evidenciando la inexistencia de la mano invisible que estabilizaría el mercado. Éste se muestra cada vez más concentrado en menos manos desequilibrando en forma creciente las relaciones entre los actores.

Quienes rechazaron tomar nota de ello, lo hicieron ayudados por ideologías y mass media que contribuyeron a eso. Pero no contaron con esa ayuda frente a la pandemia. La inmensa mayoría de la población mundial aceptó la existencia de la misma. A partir de allí ha quedado claro que la enfermedad, la discapacidad y la muerte propia y de seres queridos también puede globalizarse. Estas desgracias operan de lleno en la lógica del capital.

Pero como el rechazo de lo simbólico no se cura con un choque de realidad tuvieron que empezar a alucinar enemigos manejables por su miserable imaginario: el comunismo, los chips en la vacuna, la infectadura, etc.

La falla capitalista no sólo se manifiesta en el hecho de que necesitan de los estados que son los que llevan a cabo la mayoría de las investigaciones, que terminan en descubrimientos y/o invenciones científicas, de las cuales el capital luego se apropia para comercializarlos. También necesitan de los estados para ser rescatados cuando las grandes corporaciones implosionan. Y además, desde que desapareció el comunismo, se han hecho más evidentes los enfrentamientos entre capitalistas. La guerra de Ucrania es un claro ejemplo de a lo que puede llevar el enfrentamiento entre capitales principalmente estadounidenses, rusos y chinos. Es decir, también necesitan de los estados para combatir contra los otros capitales.

Conclusión provisoria: las desgracias (pandemia) se globalizan y los beneficios se concentran en pocas manos.

El odio es primero y el capitalista lo sabe

La presencia del otro, de entrada, me divide, entre el placer de lo conocido por semejanza y el dolor de lo extraño. ¿Cómo no odiar a ese otro que, en mayor o menor medida, pretende que reintegre lo que para existir tuve que rechazar? Pero si rechazo de una vez y para siempre esa extrañeza quedaría encerrado en el campo cada vez más estrecho de lo conocido que me daría cada vez menos placer hasta matarme de aburrimiento. La imposibilidad de diferenciar tajantemente un adentro y un afuera me condena a vivir entre dos muertes. La escisión del yo, que no es un mecanismo de defensa sino un hecho de estructura, se funda en esa extrañeza a la que si la dejo hacer, sin filtro, me mata y si la rechazo me muero. El “complejo del semejante” lo llamó Freud muy tempranamente y volvió a ella sobre el final, luego de haber teorizado la pulsión de muerte. No es la división del sujeto que nos muestran las formaciones del inconsciente. Es lo que en cada uno rechaza de plano a la representación. Lo radicalmente desconocido, imposible de representar. Si el sujeto no puede hacerse representar cabalmente a sí mismo por medio del lenguaje de más está decir lo fallida que será la representación realizada por un tercero.

La política es la puesta en acto de la lógica de la representación

En democracia el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes, que no pueden hacerlo sino fallidamente. El ataque del capital a la política busca quebrar esa representación. Por un lado quiere hacernos creer que la falla en la representación no es necesaria sino contingente y que podría haber representantes sin falla. Eso sería lo nuevo que siempre ofrece la derecha.

Por otro lado y contradictoriamente, Milei en Davos afirmó que lo que él llama liberalismo de mercado no tiene falla y que los que fallan son las personas. Allí lo que está diciendo es que no hace falta la representación. En un sistema sin fallas no hay nada que representar y sobran las palabras. Es decir, sobran las personas. Esto lo confirman sus votantes cuando no pueden explicar qué votaron ni por qué. Su silencio o sus palabras que no dicen nada son la renuncia efectiva a entrar en discurso, a hacerse representar por palabras, a la política. Es el rechazo, homicida y suicida, del otro que con su alteridad despierta la mía. Es el corolario del libre ejercicio del odio.

Un detalle a tener en cuenta es que en la actualidad el otro fundamental es el capitalista. La política, como ejercicio discursivo, podría conducir a ubicar su falla que es cada vez más evidente. Y en ese punto de falla inventar alguna novedad real. Pero como lo ha demostrado la última elección nacional, hay algunos interesados en rechazar esta evidencia y millones dispuestos a convalidar la performance. Los primeros se esfuerzan en hacer que el odio, del cual serían su blanco natural ya que son los que se embolsan la plusvalía, se desvíe hacia los representantes a los que insultan denominándolos "casta", a los que conocen íntimamente ya que la peor parte del establishment político profesional trabaja para ellos. El odio entonces se desvía hacia aquellos que no les obedecen y hacia sus representados a los que insultan denominándolos "planeros". Así, más de la mitad de los votantes, agotados de soportar la falla en la representación han decidido rechazarla de plano. Entre odiar a quien endeuda, fuga y vuelve como Ministro de Saqueo u odiar a quien cobra unos pocos pesos elige esto último que no le demanda ningún trabajo. Entre el representante fallido Massa y el incendiario Milei, que rechaza toda representación, eligieron lo último. Nadie ha sido engañado. En el mejor de los casos, los agotados y desorientados guiados por el masoquismo del fantasma eligieron la seducción del golpe. Son los que ahora están angustiados arrepintiéndose. Los otros no cuentan ni con el fantasma. Son como bombas pequeñitas (Indio dixit).

Ese masoquismo, en su versión progresista, también cree que la falla es contingente y se flagela pretendiendo leer un mensaje donde no lo hay, culpándose a sí mismo y pidiendo autocrítica.

La destrucción de la lógica de la representación es algo muy peligroso. La anomia producida por el desarrollo del capitalismo va en ese sentido. Tengamos en cuenta que hizo falta un genocidio para profundizar su desarrollo en Argentina y en otros lugares. No se trata tanto de que produzca subjetividad, como se dice, sino que destruye el lazo social, dificultando así, cada vez más, cualquier posicionamiento subjetivo. De esta manera facilita diversas formas de sufrimiento, desde las desorientaciones vitales hasta las enfermedades más graves y la muerte. Una muestra reciente la dio la ministra de Destrucción Humana, Sandra Pettovello, cuando, con el cinismo que los caracteriza, dijo que no iba a recibir a los representantes de una manifestación sino a cada uno de los manifestantes. El rechazo de la representación, es decir, de la función fundamental de lo simbólico es un ataque directo a la política. Y como decía Clawsewitz, cuando se termina la política empieza la guerra.

Alejandro del Carril es psicoanalista.