Baja por las escaleras y el espacio parece acomodarse a ella, a la forma arriesgada de saltease los escalones, a ese pelo que le tapa por completo la cara. Una voz en off dice que quiere ser la mujer más hermosa esa noche, que el propósito es convertirse en la amante de algún personaje inesperado o del propio público que será el interlocutor de esta travesía. El atuendo ( diseñado por Uriel Cistaro justo con toda la caracterización de imagen) es el de una fiesta ruidosa pero hay algo en ella que sugiere la parodia. Esa boca pintada que nos lleva a pensar en una máscara, la peluca que la convierte en un ser indescifrable. El cuerpo habla por sí solo. En una danza que da cuenta de una sexualidad acompasada. El movimiento dice demasiado, describe a este personaje, lo captura.

Pero hay una voluntad en Colosa, esta obra interpretada por María Kuhmichel y creada por Michel Capelletti, Carolina Villa y Kuhmichel de darle un lugar a otro movimiento más imperceptible, el que ocurre en el interior de nuestro cuerpo, el latido del corazón, cierto vibrato que percibimos pero que es invisible para los demás. Tal vez por eso esta propuesta adquiere una profundidad que va más allá de ese despojarse del la ropa, de esa desnudez que podría invocar a un stripterase pero que en la continuidad del recorrido ( porque la intérprete nos demanda un desplazamiento por distintos lugares de Galpón FACE), entra en un diálogo con la luz que la convierte en otra.

El espacio, esa enormidad en la que el trabajo de María se despliega, nos lleva a preguntarnos sobre el cuerpo más allá de la belleza o el virtuosismo de los movimientos. Hay algo que vuelve a suceder pero transformado. Porque Colosa es una lengua punzante, como remarca el subtítulo de esta propuesta y esa lengua, que está separada del cuerpo porque las voces que fueron grabadas en otro tiempo enuncian a ese personaje en una pluralidad: Lola Banfi, Magalí del Hoyo, Carolina Villa junto con Kuhmichel se incorporan a la escena como un pensamiento o como una narración en off para componer a ese personaje que baila en un colectivo, en una variedad de referencias. Esos movimientos se convierten en una tenue filosofía. Existe cierta capacidad de abstracción en este trabajo, como si las acciones fueran desmenuzadas por la palabra

Por momentos parece que estuviéramos en un cabaret berlinés porque cierta calidad de movimientos se refiere a una alegría melancólica de la noche o a la locura de un Moulin Rouge parisino. La intérprete no abandona nunca la ironía, incluso cuando el cuerpo ensaya su danza contra el piso y hay un golpe que inspira algo más contundente y desolado, un destello de lo urbano, un carácter más realista .

Deshacerse del personaje que creó a un comienzo, hasta sacarse la peluca y descubrir el rostro en un gesto de romper la máscara, es reformulado al final cuando vuelve a la caracterización inicial en un baile que nos sitúa en una discoteca. Elegir terminar su trabajo con pura estridencia y con dos bailarines que la acompañan habla de una instancia que propone otra cosa, que cierra esa instancia más introspectiva de la obra, especialmente todo el recorrido de la sala donde la luz de Adrian Ruiz se convierte en un elemento narrativo indescifrable.

El tiempo es otro componente que hace a la elucubración de lo biográfico. La escena remite al mundo alternativo de los años 80. El Galpón FACE podría ser un sótano. Es interesante cómo a partir de la luces, la música de Pablo Burstyn y el desempeño de la intérprete pasamos por épocas, lugares y reflexiones sin necesidad de recurrir a otras imágenes concretas, el imaginario que se despliega es el que surge de la acción y es tan inmaterial como nuestras fantasías. En ese final el personaje parece abandonado para volver a ser ella, para enfrentarse a la vida a puro baile.

Colosa, lengua punzante se presenta el sábado 24 a las 21 horas y el domingo 25 a las 20 en Galpón FACE.