“Buenas noches, raza. Los extrañábamos un chingón. No podemos creer que pasaron ocho años desde la última vez que vinimos. Haremos que esta noche sea un suceso inolvidable”, dijo Fher Olvera, cantante de Maná, pocos minutos después de haber comenzado el recital. Dos horas más tarde pudo dar por cumplida su promesa. El domingo pasado, en su cuarta función al hilo en el Movistar Arena, el grupo mexicano de pop rock desfundó toda su artillería de éxitos. “México y lindo querido” es el nombre de esta serie de actuaciones en el predio de Villa Crespo, que concluyen este martes y que no tienen otra intención que renovar los votos de amor del cuarteto con el público argentino. Más si se toma en consideración que su último álbum de estudio, Cama incendiada, data de 2015. Por eso, en escena, se notaba que los músicos gozaban el momento, algo que supieron transmitirle al público.

Si el show hubiese necesitado un subtítulo, le hubiera sentado bien algo así como “Cuentos de cornudismo, despecho y conciencia”. En varios pasajes del recital, el frontman no tuvo pruritos en contar que varios de los hits que compuso estaban inspirado en las infidelidades de las que fue víctima. Algunos de esos capítulos sucedieron en el alba del éxito del grupo. Vale la pena recordar que los originarios de la ciudad de Guadalajara siempre fueron el “patito feo” del rock mexicano. Y posiblemente lo sigan siendo hasta el sol de hoy, amén de sus Grammy, de sus giras y de sus millones de discos vendidos en todo el mundo. A principios de los '80, cuando la escena de la nación norteamericana comenzó a ver a la Argentina como un modelo a seguir, Maná se denominaba Sombrero Verde y nadie apostaba ni siquiera un peso en el futuro de ese proyecto.

La esperanza de esa incipiente y revolucionaria generación recaló más bien en artistas como el gótico Caifanes, el delirante Bon y Los Enemigos del Silencio, y el sofisticado Neón. De hecho, el productor musical argentino Oscar López, en buena medida arquitecto del sonido de esa movida, en el documental Rompan todo recordó: “En la disquera me dieron 5 bandas mexicanas para elegir. La opción que me rebotaron fue Sombrero Verde, que más tarde pasó llamarse Maná. Mi respeto a ellos como ‘producer’. En el mismo escenario donde toca The Police o cualquiera, ellos van y lo llenan. Eso no pasa ni con Caifanes ni con Café Tacvba ni con nadie”. Si bien el reconocimiento en su país llegó en 1990 gracias a su disco Falta amor, su internacionalización se produjo dos años más tarde con ¿Dónde jugarán los niños? (título parodiado por Molotov, un lustro más tarde, en su disco ¿Dónde jugarán las niñas?).

Sin embargo, Maná inauguró su repertorio en esta función con “Manda una señal”, canción partícipe del disco Amar es combatir (2006), precedida por una introducción que invocó a “Could You Be Loved”, clásico de Bob Marley, como para caldear al público. Funcionó bien. Si hay un rasgo que define a su trayectoria es el apelar con frecuencia a las alusiones, por más obvias que puedan parecer. Es por eso que su propuesta es tan apreciada como repudiada, porque aplica el menjunje del lugar común. No es fortuito que Olvera recurra con frecuencia a la característica onomatopeya del icono del reggae (el sempiterno “Woe yoy yoy yo”). O que el baterista Alex González siga dejando en evidencia que su máxima influencia en Stewart Copeland (batero de The Police). O que de todas las rancheras que existen en la música mexicana versionen a “El rey”.

Apenas el frontman se sacó de encima la viola eléctrica con la que entró en el escenario, el grupo tapatío sin muchas vueltas ni protocolos iniciáticos evocó uno de sus clásicos seminales, el new wave “De los pies a la cabeza”. Esa canción dio pie al éxito que compartieron con Carlos Santana en 1999, el rock latino “Corazón espinado". Si ahí Olvera salió al frente a bailar con cencerro en mano, en “Ángel de amor” el baterista (quizás evidenciando su origen cubano) se levantó de su asiento e hizo lo mismo sin abandonar su instrumento. Para ponerle paños fríos a la cadencia, al menos por un rato, el cantante afirmó que “no tiene sentido la vida si no es compartida”, y esto lo respaldó con un refrán mexicano que advierte que no se comparten la guitarra, el caballo ni los labios. De esa manera presentó la balada “Labios compartidos”, en la que se colgó la guitarra acústica.

Con el final de la canción, las luces del escenario se apagaron. Ahí Olvera dio un paso adelante para dedicar el siguiente tema a los grupos ecologistas, al mismo tiempo que repudiaba a los empresarios y gobiernos latinoamericanos. A pesar de que la voz líder habló de su lucha por las tortugas marinas (en 2016 estrenaron una línea de ropa para apoyar esta causa), cuando se iluminó el lugar apareció un elefante inflable, tamaño escala, bastante real. Tramoya para enarbolar el pop con intenciones reggae “¿Dónde jugarán los niños?”. Si ése fue el momento militante de la jornada, acto seguido se produjo el primer clímax de intensidad. Por cortesía del lento “Vivir sin aire”, cantado a gañote ardiente junto al público. “Qué afinaditos cantan”, espetó el carismático mandamás, a lo que agregó que la energía y la pasión argentina es mundialmente conocida.

La terna sensiblera continuó con la bachatera “Bendita la luz” y el bolero pop “Mariposa traicionera”. Y si de crisoles culturales se trata, de lo que Maná es un apologizador, después le tocó el turno a “Se me olvidó otra vez”. El maniqueísta mariachi inmortalizado por el desaparecido cantante y compositor mexicano Juan Gabriel se tornó en una suerte de pop latino alegre a partir de revisión de sus compatriotas. De ahí, volvieron a sus años de new wave, de la mano de “Oye mi amor”, lo que mecharon con su revisita a “Get Up, Stand Up”, el himno de Bob Marley. Olvera, al igual que el bajista Juan Calleros y el guitarrista Sergio Vallín, salieron de cuadro y dejaron solo en el escenario a González. El baterista se dedicó a mostrar sus habilidades con su instrumento y a sacarle provecho a cada tambor y platillo. Aunque la maesterclass estuvo a punto de convertirse en sobredosis de pirotecnia, a causa de su extensión.

En realidad, lo que estaba haciendo el músico era ganar tiempo para que sus compañeros cruzaran al mini escenario ubicado cerca de las puertas de ingreso del recinto, al estilo de Coldplay en cancha de River. En ese pasaje semi acústico de “Bohemia a lo Maná”, como lo bautizó el frontman, hicieron “El rey”, “Te lloré un río”, “Huele a tristeza”, “El reloj cucú”, “No ha parado de llover” y “Eres mi religión”. Mientras el cuarteto regresaba al escenario principal, el tecladista, el percusionista y el guitarrista que los acompañan en esta gira empezaron a zapar. Hasta que Alex González se subió a la batería, se puso el micrófono y comenzó a cantar “Me vale”, para luego cederle de vuelta el control a Fher Olvera, quien comandó un cierre que incluyó “Clavado en un bar” y “Rayando el sol”. Otra noche porteña en la que Maná confirmó que el amor del público argentino por su música sigue incólume.