Escribo esta primera oración diciendo nombres propios en voz alta: Lucía, Diana, Claudia, Rubí, María, Berta, Susana, Gabriela, Silvia, y transcribiendo algunas declaraciones que leí: “a mi mamá la mató mi papá”, “a mi hija la mató el novio”, “hay muchos asesinos de mujeres sueltos”. Cuando estoy empezando la segunda oración una amiga me avisa que Francia se convierte en el primer país del mundo en proteger el derecho al aborto en su Constitución. Escribo la tercera sobre este 8M en mescolanza emocional y pienso en lo que me dijo otra amiga acerca de producir conocimiento desde el cuerpo. “Es así”, me dijo, “cuando resistimos a ciertas categorías que se nos imponen resistimos a los diciplinamientos y eso significa que producimos otro conocimiento desde el cuerpo”. La cuarta oración que escribo también es sobre el cuerpo, por eso la cita conocida (esos viejos amores que insisten) de Rita Segato se tipea sola y abre comillas: “cuerpo de mujer, peligro de muerte”.

Este rescate como los rescates que lo anteceden también trae al presente un cuerpo, un nombre propio, una vida, un saber que devuelve a las piedras su luz lenta, una mística, muchos colores, una aventura, solo que esta vez ese cuerpo elegido y rescatado no es un solo cuerpo, es el cuerpo de Muches. El cuerpo de las que estamos vivas y el cuerpo de las que mataron: femicidios, lesbocidios, transcidios, travesticidios, ecocidios, una corporalidad en compañía alerta. La memoria de este Muches rescatado que reconstruye amnesia y deseo tiene como toda semblanza intención de fechas, lugares, certezas tenaces y siluetas (de inteligencia artificial y de la otra). 

En el andar resistente que narra aparecen los días que la cronología ordenada exige: aparece el 2015 con encuentros públicos para nada fugaces, aparece el primer Paro Nacional de Mujeres de 2016 y el Paro Internacional Feminista de 2017, aparecen los días, las noches y las cuatro estaciones multiplicadas por dos en marea verde por el aborto legal, un derecho que no vamos a perder porque sabemos cómo no perderlo. Aparecen las calles y las plazas llenas, aparecen los duelos compartidos, los carteles pintados a mano, las letras inclusivas sobre la piel, la expansión del éxtasis, la fiesta de ser ese Muches con una latencia de insinuación inigualable, el perfume de alguien que vive su primer 8M en la calle, las selfies comunitarias, las palabras de la lengua que queremos hablar: chique, presidenta, foti, directore, amu, cariño, boludo y la velocidad de la lucha de todos los días que no son 8 de marzo enfrentando a quienes disfrutan ejerciendo poder en la desigualdad.

“Las fuerzas de las resistencias que podemos sintetizar bajo la idea de patriarcado” me dijo Marisa Herrera cuando el otro día le pregunté sobre el feminismo, la historia y la Constitución de 1949. En este rescate me acompañan sin ningún esfuerzo las voces de mis amigas, las voces de les que podrían serlo y las de las personas que leo, escucho y aprendo: un derecho a la existencia, un territorio. Cuerpe de Muches. Y en la calle.