Es prácticamente imposible ponderar ahora todas las nefastas consecuencias que está provocando la irrupción de Javier Milei en la economía, la vida social, política y cultural de las argentinas y los argentinos. Tampoco existe parangón para medir el nivel de violencia, brutalidad, cinismo y provocación que usan, a diario y como método, tanto el Presidente como quienes integran su séquito. Para muestra de la bestialidad, la insensibilidad y el odio basta repasar la puesta escena presidencial de la semana pasada en el colegio cardenal Copello. Lo visto y comentado es suficiente, habla por sí mismo y exime de cualquier análisis.

En lo que tiene que ver con la política en general, hay una consecuencia que se percibe a simple vista: el corrimiento hacia la derecha de todo el espectro político. Con su triunfo electoral, pero también con su forma de ejercer el poder, Milei obliga a los actores económicos y políticos –pero particularmente a estos últimos– a dejar constancia de que cada quien tiene también su costado “derechoso” y que, de alguna manera, comparten algo de los postulados que le permitieron a LLA alzarse con el resultado electoral.

¿Por qué? 

Hay quienes temen enfrentarse a la electoralmente exitosa versión libertaria del “cambio” pregonada por Milei. Esto paraliza o torna tardías y ambiguas las reacciones que además se escudan en “expectativas positivas” frente a la posibilidad del cambio (porque “esto no daba para más”). Otros asumen una pasiva aceptación del sufrimiento y peligrosamente naturalizan los atropellos, los agravios y hasta la mentira reiterada. Entre los motivos hay que incluir también el temor a las represalias (a la descalificación, a los despidos, al uso de la fuerza en cualquier forma) o directamente a la represión que impone la gestión que tiene asiento en la Rosada.

Súmese a todo ello, la paulatina instalación de la calificación de “terrorismo” a las acciones de los narcotraficantes, como paso previo a involucrar a las Fuerzas Armadas en la represión interna violando las leyes que lo prohíben. Y ¿por qué no?, se escuchará decir. ¡Atención con este tema!

También hay falta de lectura política. Porque no se percibe que los daños económicos (la inflación, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios o la desocupación creciente) solo son posibles sobre la base de un relato político que lo justifique. A esta falta de discernimiento aporta, sin duda, la censura y el apagón informativo generado por las corporaciones de medios aliados con el oficialismo. Una muestra más que evidente fue la manera como los medios de mayor difusión (Clarín, La Nación y sus satélites) ignoraron la multitudinaria concentración feminista del 8 de marzo. Una manifestación que incluyó también consignas contra el ajuste, el hambre y la violencia de todo tipo.

El Presidente y el gobierno en general son impredecibles. Pero también lo es la oposición en todas sus variantes. Un ejemplo son las escaramuzas en torno al “Pacto de Mayo”, la reunión con los gobernadores, los compromisos que unos dicen que se tomaron y otros niegan de plano, las idas y vueltas y los balbuceos de todas las partes. Nadie quiere ser señalado por oponerse a un acuerdo en el que pocos creen y con el que Milei intenta extorsionar mediante el uso de la billetera.

El Fondo Monetario –cuyo único propósito es cobrar- le marca la cancha al Gobierno pero también a la política. Es “imprescindible una comunicación clara y una asistencia social bien orientada, así como esfuerzos continuos para generar apoyo social y político para el programa”. Mensaje para el Gobierno y para la oposición. Todos toman nota y nadie quiere quedar mal con el FMI.

La oposición (la “blanda”, la “dialoguista” y la “dura” por igual) no sabe cómo pararse frente a la coyuntura. Porque los partidos políticos han desaparecido como tales y con ellos la memoria de sus principios rectores. Son sellos inoperantes, estructuras fragmentadas y sujetas a intereses dispares. Los une el espanto de lo que tienen al frente pero aún así, es más lo que los divide que lo que los aglutina. Lo mismo pasa con los frentes que solo corren detrás de triunfos electorales circunstanciales y son incapaces de articular propuestas de gobierno sostenibles en el tiempo en políticas de Estado.

Mauricio Macri coquetea con Milei pero está agazapado a la espera de una oportunidad que le permita hacer lo que antes intentó y no pudo. Desnudó la debilidad presidencial al decir que “es él, su hermana y las redes sociales”. Aspira a que el libertario haga el trabajo sucio que le allane una nueva oportunidad de acceder al poder. Parte del PRO presiona para subirse ya mismo al carro libertario, algo que tampoco el Presidente quiere aceptar porque lo lee como un condicionamiento.

Hay una variopinta oposición “dialoguista” o “colaboracionista” integrada por radicales cambiemitas y otros que no lo son tanto, partidos provinciales y muchos que se siguen diciendo peronistas aunque exhiban una identidad deshilachada por sus gestos y sus alianzas. En este amplio espectro opositor hay gobernadores, diputados y senadores. Carecen de acuerdos y de una estrategia común. Sin embargo, todos se esfuerzan por dejar en claro que repudian al “kirchnerismo” aunque unos pongan la crítica en el autoritarismo y otros en la corrupción, matiz más o menos. Se trata de no reconocer ninguna de las contribuciones esa fuerza política hizo hizo a la sociedad cuando ejerció el gobierno. Pero lo central es no aparecer de manera alguna “contagiados” de kirchnerismo. Esto último los paraliza y les preocupa más que los arrebatos y los atropellos presidenciales actuales.

El resto del peronismo sigue actuando como un rebaño sin conducción. Continúan las disputas internas, similares a las que se dieron durante el gobierno de Alberto Fernández. Siguen los pases de facturas y, aunque casi todas y todos hablan de la necesidad de la unidad, pocos están trabajando para hacer algo en ese sentido. Presionado por la necesidad de sus bases, el movimiento obrero organizado y los movimientos sociales se mueven con astucia y sigilo. Aguardan que se den las condiciones para emerger. Pero no habría que perder de vista que quienes más están tratando de aglutinarse son los sectores más cercanos a la derecha bajo la bandera de un “capitalismo productivo” que se ubique lo más lejos posible del “progresismo” que, a juicio de estos sectores, le hizo mucho mal al movimiento peronista.

Cabe preguntarse entonces ¿qué pasa en términos políticos en la base social? ¿Qué se está construyendo, que se está incubando? Sin perder de vista que la angustia y las urgencias hoy están dadas por la sobrevivencia, relegando por razones obvias cualquier otra consideración.

Es equivocado afirmar que la base social permanece indiferente o al margen. Más atinado es decir que en las organizaciones y movimientos hay acciones reactivas pero que éstas son sectoriales, fragmentadas y desarticuladas. Es otra manifestación del desconcierto. La pregunta es ¿hasta cuándo? Y sobre todo si la reacción tomará la forma de una explosión que seguramente sería distinta a la de 2001 o de una implosión a modo de un violento derrumbe hacia adentro que agrave la ya muy lamentable disputa de pobres contra pobres.

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