Hubo una tendencia en el siglo XIX por parte de nuestros gobernantes a tener aliados orientales. Rosas contaba con la inestimable asistencia del "corta-cabezas" Oribe, Sarmiento con Ambrosio Sandes y Mitre con Venancio Flores. La biografía de Flores es variopinta y abundante tanto en Uruguay como en Argentina. Un capítulo especial de mencionar sería la toma del poder por la fuerza sobre el gobierno de la Banda Oriental y el subsecuente envolvimiento de su país en la guerra contra el Paraguay en 1865. Para el cefaleuta un dato importante es su participación como general del Ejército de Buenos Aires en las guerras civiles argentinas. En la batalla de Cañada de Gómez, hoy una calle sugestivamente ubicada en La Matanza (además de Ezeiza y Hurlingham), se conmemora la victoria unitaria sobre las tropas de la Confederación.

Luego de la Batalla de Pavón, el 17 de septiembre de 1861 —en la que Urquiza iba ganando hasta que se retiró y en la que Mitre iba retrocediendo hasta que le avisaron que había ganado— un buen número de tropas de la Confederación se acantonó en Cañada de Gómez a la espera de las órdenes de Urquiza. Las órdenes nunca llegaron. Urquiza se abroqueló en su provincia y el Ejército Nacional se quedó guardando el paso del río Carcarañá. La noche del 22 de noviembre de 1861 un ataque sorpresa del ejército de Buenos Aires, al mando de Flores junto a tropas genovesas, terminó en el degüello de cientos de soldados federales. Los números son dispares. El propio Flores da por número 190 muertos del “Partido retrógrado” contra dos de sus soldados levemente heridos. Su superior, Gelly y Obes, horrorizado por la masacre, consigna el número en 300. La diferencia de bajas entre uno y otro bando da una idea de la clase de “ajusticiamientos” a los que pudo haber dado lugar la toma de prisioneros. El mismo Gelly y Obes escribe al gobernador de Buenos Aires, don Pastor Obligado:

“El suceso de la Cañada de Gómez es uno de esos hechos de armas muy comunes, por desgracia, en nuestras guerras, que después de conocer sus resultados aterroriza al vencedor, cuando este no es de la escuela del terrorismo. Esto es lo que le pasa al general Flores, y es por ello, que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado. Hay más de 300 muertos, y como 150 prisioneros, mientras que por nuestra parte, sólo hemos tenido dos muertos y cinco heridos".

Entre los sobrevivientes del ejército federal estaba el poeta José Hernández con el grado de sargento. Del lado de Buenos Aires participaban en cambio los escritores-coroneles Ascasubi, del Campo, Sarmiento y Mitre. Ascasubi (calles en Glew, Wilde y Longchamps lo recuerdan) fue, de hecho, el encargado de contratar a los mercenarios de Venancio Flores en Europa. Por las gestiones del poeta Ascasubi el gran poema del Martín Fierro bien podría haber no existido. Por obra del prosista Sarmiento de alguna manera existe: diez años después de los sucesos de Cañada de Gómez, José Hernández se encerraba en un hotelito del centro ya que Sarmiento, a la sazón presidente de la República, había puesto precio a su cabeza. Y en el confinamiento José Hernández —sin otra cosa que hacer— escribe su Martín Fierro.

La historiografía local recuerda a Cañada de Gómez o bien como un combate o como una masacre según sea la sensibilidad, ora liberal, ora revisionista. Si bien el nombre fue adjudicado como una celebración por la victoria que representó para el Partido de Buenos Aires la calle Cañada de Gómez se encuentra ubicada, notoriamente, en La Matanza. También las hay en CABA, (en el barrio de Mataderos), en Hurlingham y en Ezeiza. El turismo de esta historia nos transporta a pensar que la victoria de Pavón, y la cruenta reafirmación de Cañada de Gómez, abrieron el camino a nuevos topónimos. Sin Mitre en triunfo, Glew, Wilde, Longchamps, Hurlingham —donde hoy se trazan Ascasubi y Cañada de Gómez— quizá habrían mantenido el tinte criollo de Centinela, Gaitán, Paso Morales y La Magdalena. 

Flores murió en 1868 de nueve puñaladas en una celada en una calle de Montevideo. El crimen ocurrió durante una revuelta del Partido Blanco aunque hay pruebas que los asesinos podían provenir de una facción de su mismo partido, el Colorado.

En el calor del momento, pleno febrero, el cuerpo de Flores fue envuelto en una bandera y dejado en el Cabildo mientras los colorados ajustaban cuentas durante diez días contra los blancos de la ciudad. Una vez que saciada la venganza sus partidarios quisieron rendirle honores. No obstante, para ese momento el caudillo ya estaba en franca descomposición. Un brote de cólera dentro del edificio provocó la muerte de veinte personas, entre ellas Manuel Flores, hermano del asesinado. En su tiempo se dijo que la presencia del cadáver había contribuido a infectar el edificio. Para las exequias llamaron a un embalsamador. Algunas versiones señalan que fue un médico alemán, otras un médico inglés o irlandés de nombre Fleury. También se menciona a un taxidermista italiano de pájaros y a un químico, llamado Ísola, de la misma nacionalidad, finalmente a un médico de Buenos Aires de apellido Estrada. La mayoría de los relatos coincide con que el cuerpo de Flores estaba tan irrecuperable que el oficiante —ya sea alemán, etcétera— tuvo que cortar la cabeza y reemplazar el cuerpo con un muñeco de paja.

La foto existente de los funerales muestra a un Venancio Flores exhibido con sable y sombrero, empotrado y vertical dentro de su ataúd. La cabeza se mete adentro de los hombros de una manera que hace sospechar que el relato es cierto. Aquí una narración del Dr. Brendel que adjudica al irlandés Louis Fleury la triste tarea:

«No se pudo hacer mucho, debido al calor intenso, el cuerpo se pudrió. Entonces le cortó [Fleury] la cabeza al muerto, colocó el cuerpo en alcohol adentro de un tonel y lo suplantó con un muñeco de paja uniformado. Costó mantenerlo firme al principio, por lo que se optó por un poste que se le incrustó de madera a la manera de un espantapájaros. En algún momento del velatorio oficial hubo que correr el féretro hacía otra sala, entonces el muñeco se zafó, se desparramó y tuvieron que atornillarlo a la altura de los hombros con alambres y clavos. Con la cabeza hubo menos suerte, el calor terminó rodeándola de moscas y como quedó mal ajustada, se hundió totalmente podrida entre la paja y los brillos dorados del uniforme de gala. Finalmente, el cuerpo abandonado en el tonel apestaba de tal forma que terminaron por enterrarlo de noche y en secreto».

La historia oficial no registró estos inconvenientes, pero los funerales acordados por la Comandancia General de Armas para el miércoles 26 de febrero quedaron suspendidos en vista de que los médicos «indicaban lo peligroso que sería» debido a la posible epidemia de tifus que asolaba a la población oriental todos los veranos. 

Esta es la segunda nota de la serie El Cuerpo de Goliat, sobre toponimias de degollados en la provincia de Buenos Aires.