Desde Barcelona

UNO Rodríguez no quería pensar demasiado en el asunto. O sí. O no puede no, ¿sí? Ya se sabe, ya todos hablan de eso: no hay nada más (des)esperado que nueva serie en Netflix & Alrededores para alcanzar suerte (por lo general mala suerte/serie) de comunión planetaria. Así que ahora toca El problema de los 3 cuerpos. Lo que para Rodríguez no es nada de novedoso (porque la leyó hace años). La trilogía (palabra mágica que estimula aún más a las glándulas neuronales y terrícolas del deseo) de Cixin Liu, monolito figura de la nueva ciencia-ficción oriental y, específicamente, Made in China.

DOS Sí: los tres libros del ingeniero informático y escritor durante guardias nocturnas en remota represa hidroeléctrica de Shanxi. Nacido en 1963, Cixin Liu los publicó a partir del 2006 bajo título común y proustiano: En busca del pasado de la Tierra. Y se tradujeron (y, suele ocurrir, se retocaron bastante) al inglés. Y así, luego de sumar toda estatuilla disponible en su patria, Cixin Liu fue el primero en ganar en traducción el legendario premio Hugo. Y enseguida dieciocho idiomas. Y los estantes de la librería especializada Gigamesh de Barcelona (en la que Cixin Liu supo materializarse para presentar lo suyo) desbordaron de nombres nuevos y exóticos. Algunos nacidos al otro lado de la Muralla y otros a este lado pero hijos de inmigrantes. Y Ken Liu --otro de los popes de la movida, gran cuentista y cultor del fantasy con La dinastía del diente de león-- ensambló dos antologías avistadoras del fenómeno: Planetas invisibles y Estrellas rotas. Y sí: de pronto pareció --superadas sucesivas oleadas de conspiradores bíblicos, de británicos niños hechiceros y de depresivos detectives nórdicos-- que el nuevo gran fenómeno editorial a explorar desde el asteroide de Frankfurt sería el de cohetes (y no submarinos) amarillos. Y aquí viene el aliental: el alien oriental. Y Barack Obama (a quien también le gusta mucho el mejor de todos: el norteamericano de ascendencia china Ted Chiang) eligió lo de Cixin Liu como libro para su asueto navideño. Y Mark Zuckerberg lo seleccionó como "tregua divertida a todos esos libros sobre economía y ciencias sociales que leo últimamente". Y The New Yorker perfiló al autor con esa mezcla de pasmo/admiración ante lo desconocido pero a abducir que, ocasionalmente, los estadounidenses dedican a un, nunca mejor dicho, alien.

TRES Superado el entusiasmo inicial (entusiasmo que se tiene y se deja de tener ante lo efímeramente flamante), la cosa no fue para tanto; pero sí prendió lo suficiente en los amantes del género. Entusiasmo que ahora con serie más que reconfigurada por los showrunners de Juego de tronos (luego de versión china en serie y de que se filmase un película para nunca ser estrenada por "deficiencias técnicas" o algo así; aunque la adaptación de su La Tierra errante a cargo de compatriotas y con producción ejecutiva del propio Cixin Liu no está nada mal) volverá, inevitablemente, a despegar rumbo al infinito y más allá hasta que se alcance, de nuevo, inevitable finitud y se inicie, progresivamente, siguiente cuenta regresiva. Y, claro, por lo que muestran los avances de la serie (y Rodríguez se pregunta si con eso ya no será suficiente/demasiado, para él) mucha obligatoria transmigración de Oriente a Occidente y, también, la inevitable proliferación o potenciación de nuevos personajes no de ojos rasgados sino de mirada sombría; aunque todos mirando a un cielo de estrellas parpadeantes. Pero aun así parecen mantenerse constantes rasgos del original cuya originalidad pasa por el haber conseguido fundir en el género la línea hard de un Arthur C. Clarke (favorito de Cixin Liu) con las curvas freak de Philip K. Dick, los enredos wired de William Gibson y lo nano-meta histórico-histérico de Neal Stephenson. Y la buena idea (eso que sostiene a los grandes hitos sci-fi) con esa llegada extraterrestre anunciada pero a muy largo plazo. Porque --aunque ya en camino-- los aliens van a demorar lo suyo en llegar aquí. Por lo que hay tiempo para mucho. Así, postales retro desde la maoísta Re(in)volución (in)Cultural; filosófico y adictivo video-juego seduciendo con la aumentadísima realidad de paisajes imperiales; especie que se deshidrata y rehidrata para sobrevivir a los climas extremos de "eras estables" o "eras caóticas"; cínico inspector de policía investigando misterio; mensajes galácticos y ordenadores protónicos; y demasiados hombres y mujeres de ciencia suicidándose/asesinados al comprender que han vivido todas sus vidas y corrido sus carreras obedeciendo leyes y fórmulas incorrectas. Y, por encima de todos y de todo, los terrícolas en la duda de si vienen en son de paz o en desafine de guerra y pensando en si no será mejor rendirse subyugados a estos "trisolares" que penetrarán nuestra atmósfera dentro --cuento chino o paciencia china-- de unos cuatrocientos años. Y, por supuesto, mientras tanto y hasta entonces --winter is coming, de nuevo-- el bueno y muy especial afecto que producen los muy buenos efectos especiales.

CUATRO Y del lado de la no-ficción, ya se sabe, China está lanzada a la exploración espacial segura de que su colonización total de la Tierra es cuestión de tiempito. Y, sí, ya son las pequeñas manitas titiriteras detrás de invasión y conquista y esclavización del mundo entero: esos chips dentro de esos inmovilizantes teléfonos móviles tan inteligentes como para estupidizar y someter a sus usuarios a usar. Ahora, también, el serial reclamo de la imaginación futurista. La idea vintage pero renovada de que el distante pero siempre listo concepto de futuro vuelve a ser algo interesante en un contexto en el que China tiene futuro. Ahora, entonces, las ficciones de Cixin Liu, donde se anticipa a una Tierra sacada de órbita y vagando como Arca de Noé en busca de una nueva órbita. O a la lucha prehistórica entre hormigas y dinosaurios. O --en el relato suyo que más le gusta a Rodríguez-- a dioses ancianos y seniles volviendo a casa y, paternales y demandantes, informándoles a los humanos a quienes crearon tanto tiempo atrás de que "ahora les toca a ustedes cuidarnos". Y fans más conspira-intensos on line, asegurando que lo de Cixin Liu es nada más y nada menos que el medio-intermediario de cultura extraterrestre cada vez más cerca de tomarnos por asalto.

Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez tiembla escuchando --en Disney+, lo más visto en la historia del canal-- a esa otra androide supuestamente Made in USA, aunque él no se fíe del todo de su origen. Esa quien, con sus movimientos de muñeca y caídas de ojos y mohines y canto de sirenarcisa y golden-pulp y espacial-operística posiblemente no sea más que perfecta replicante. Una de esas androides a las que un ignorante pobre tipo llamado Deckard sucumbe y no puede dar la réplica mientras habla solo y en off (side) sin nadie lo escuche o atienda. La replicante en cuestión se llama Taylor Swift y --ya emperatriz planetaria-- no deja de proponer su 1 cuerpo como solución mientras rima sus problemas sentimentales y ruge un desafiante y más afirmativo que interrogador "Are you ready for it?".

"No", responde Rodríguez, nunca listo.

 

Y así sigue a la larga espera mientras --sin prisa ni pausa-- los alientales vienen marchando.