“Muchachos, inventen algo para la gilada”. Y apareció el ministro de Defensa de Costa Pobre, Luis Petri y gastó decenas de miles de dólares en una imitación subdesarrollada de Misión Imposible contra un pesquero chino. Esos dólares tirados a la basura sirvieron para tapar el debate por los miles de despidos al voleo y la situación dramática a la que este gobierno llevó a los jubilados.

A José Delirio, presidente de Costa Pobre, lo han convencido que por ser el primer presidente libertario, tiene un papel muy importante en el planeta. Y, como cualquier bicho raro, atrae periodistas como el azúcar a las moscas. Su gran experiencia como expanelista de programas amarillistas lo lleva a ser rimbombante. Despotricó contra los presidentes de México, Andrés Manuel López Obrador, y el de Colombia, Gustavo Petro.

La canciller de México, Alicia Bárcena, pidió que retiren el embajador de ese país en Buenos Aires, y Colombia anunció que expulsará diplomáticos argentinos. En función de su lanzamiento estelar internacional, Javier Milei está empeñado en aislar a la Argentina del mundo. Cuando todo el mundo, incluyendo los gobiernos europeos, le pide al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que pare el genocidio horroroso que está cometiendo en la franja de Gaza, Milei es el único que justifica la matanza masiva de población civil más cruel de este milenio.

Desde Japón, la canciller Diana Mondino ha dicho que “no hay que comerciar con países que no tienen democracias liberales”. Y así este gobierno tiene problemas con países vecinos como Chile y Brasil con los que tiene fuertes relaciones comerciales y se entrometió en la política interna de Venezuela. Como si fuera moco de pavo, Milei se indispuso con seis de las economías más importantes de América Latina.

Mientras se espera que se concrete la expulsión de los diplomáticos argentinos en Colombia y en México decidían que harán con su embajador, Mondino afirmó con cara de cemento que “las declaraciones del Presidente no afectan las relaciones internacionales”. “No entiendo —dijo López Obrador— cómo los argentinos eligieron a un Presidente que los odia”.

La respuesta a ese interrogante del presidente mexicano plantea un desafío que es difícil de satisfacer. Al mismo tiempo que se desarrollaba este conflicto, Milei habló ante un grupo de empresarios reunidos en el Foro de Empresarios de las Américas. Grandes empresas como Acindar, que apagó los hornos, o General Motors, Toyota, Longvie o Petroquímica de Río Tercero, anunciaron suspensiones y despidos de hasta la mitad de su trabajadores ya fuera porque frenó de golpe la construcción o porque cayó el consumo hasta el 50 por ciento en los productos que fabrican.

Son empresas de “las Américas” en caída libre por la política económica del gobierno. Pero los empresarios de las “Américas” aplaudieron las medidas que enumeraba Milei. Dio un poco de vergüenza.

En ese mismo discurso, hizo bajar las luces, algunos dicen que para ocultar su papada, otros porque estaba deprimido porque no se ven los resultados que esperaba y otros porque era un golpe de efecto teatral, como los que introduce cada vez que habla en público. Por lo que fuera, lo inaudito fue cuando se vanaglorió de haber aplicado “el ajuste más grande en la historia de la humanidad” y anunció con un gesto de satisfacción que iba a despedir a 70 mil trabajadores del Estado.

La pregunta de López Obrador es un eco que se multiplica. Esos empresarios aplauden el plan que los perjudica. Tantos argentinos de clase media y trabajadores y hasta desempleados y jubilados o estudiantes votaron a un tipo que arrasó con las jubilaciones, con las universidades y con las fuentes de trabajo, que esa pregunta dejará seguramente un sabor amargo sobre todo a esos que lo votaron y ahora son sus víctimas.

En contrapartida, la inmensa movilización del 24 de marzo dejó también otros interrogantes. Porque sólo hacer grandes actos no es ganar la calle. Y la enorme masividad que se puso en juego ese día fue una sorpresa para los que escuchan todo el tiempo en la calle comentarios contra los planeros, los ñoquis, los sindicalistas, los docentes, la educación pública o la casta política.

El gobierno recibió el impacto de la demostración de fuerza del 24, porque sabe que los legisladores y los gobernadores con los que tiene que negociar sus políticas de ajuste tomaron nota de ese dato. Hubo más de un millón de personas movilizadas en las distintas ciudades del país. Es un dato político de peso. Al ajuste que pretende Milei le resultará muy difícil ignorarlo.

Muchas de las personas que participaron y que después se indignaron con el festival de despidos, suman sus críticas a la política porque no reacciona como ellos esperan. La política y los políticos son reflejo de la sociedad que los generan, ni mejor, ni peor. Y los actos son sólo una parte de ganar la calle. La otra parte es dar vuelta el discurso hegemónico que la poderosa injerencia de las corporaciones mediáticas y las manipulación de las redes sociales ha convertido en la única expresión que se escucha en la fila de la verdulería o en el colectivo.

La pregunta es por qué ese millón de personas —más las que ellos representan, que son más del doble— no tienen voz en la calle una vez que terminó la manifestación. Esa campaña tan fuerte hizo sentir a gran parte de los ciudadanos que si hablaban quedaban como si defendieran la corrupción, o que protegían a los vagos, o a la “casta”. Ese más del millón fue obligado a callarse, a replegarse ante el discurso reaccionario y violento del taxista, de la viuda de la cuadra, del vendedor enojado.

El relato de la derecha se monta sobre verdades a medias, porque hay políticos, sindicalistas, docentes, desempleados, y demás que tienen los defectos que se critican. Pero la estructura del discurso no busca mejorar sino generalizar y demonizar para destruir cualquier herramienta que implique solidaridad y unión y al mismo tiempo legitimar los privilegios de las elites, porque son los “héroes de esta historia” como dice Milei.

El repliegue al silencio de gran parte de los argentinos, que comenzó ya durante el gobierno de Cristina Kirchner con la fuerte ofensiva de los medios opositores, fue el verdadero “ganar la calle”, pero de la derecha. La calle es de la derecha, más allá de la impresionante masividad de los actos del 24. Y para cambiar esa realidad, falta que hablen y contesten en el taxi, o en la reunión de padres de la escuela, en la cola del cajero del súper o del colectivo. Si no se rompe ese silencio, la calle sigue siendo de la derecha pese a que no tiene convocatoria. Los que se tienen que callar por vergüenza son los que defienden los despidos, la congelación de salarios o el saqueo a los jubilados.

La política responde a esos estímulos de la sociedad. En la medida que el discurso de la derecha deje de ser el único que se escuche en la calle, la política responderá o cambiará. O sería más preciso decir que tendrían más fuerza los políticos que más representan a los del 24.