Un perro duerme la siesta en la sombra, unos pibitos andan en bici y la quietud se yergue sobre Baradero, el pueblo más antiguo de Buenos Aires. A lo lejos, el bochinche del Rock en Baradero, festival predominantemente rockero, de esos "de acá", que se develan boutique y se ensanchan con su natural convivencia generacional: de Las Tussi a Rata Blanca, de Sakatumba a Guasones, de Mugre a Las Pelotas.

Bajo un sol tremendo, un vecino aprovecha el revoleo y vende unos choris a $2000 y, enfrente, otra ofrece bondiolas a $4000. El resto de los baraderenses miran entre la fascinación y el desconcierto a la horda de jóvenes con remeras de Los Redondos, los outifts dignos de Get Ready With Me y los trapos de sus ciudades. "Todavía conservamos el alma de pueblo", asoma un policía simpaticón.

Por ahí, uno de treintipocos anda contento porque se ganó un par de entradas en una radio y se vino derechito desde Bahía Blanca. Parará en una carpa, en las inmediaciones del Anfiteatro Municipal Pedro Carossi, recuperando -tal vez- el último de esos gestos "de aguante" que aún laten y que Rock en Baradero todavía amasa.

Foto: Joaco Divito, gentileza de prensa Rock en Baradero

"Al baraderense le encanta ir a un lugar y que sepan qué es Baradero, y desde hace 10 años que el festival nos ayuda a construirnos como destino", dice Luciana Depauli, subsecretaria de Cultura y Comunicación de la ciudad. De pronto, una parejita se incorpora para ver a Koino Yokan, una de las bandas más hypeadas del momento. Ella tiene una remera con la leyenda "rock and roll" y él, una de Jóvenes Pordioseros. Ambos sacuden el cuerpo al ritmo del indie pop de Lo que hoy quieras.

"Lo re disfruté", comparte Tomás Otero, vocalista de Koino Yokan. "Somos una banda independiente, hacemos todo y apenas el 5% de 'ese todo' es música, el resto son diligencias", completa el pibe, en su primera vez por acá, tras meter un Gran Rex, pisar Ciudad Emergente y Lollapalooza e hinchar su YouTube con algunos millones de reproducciones.

Unos zancos se mueven entre la gente y mientras El Zar tira sus primeros acordes, flota en el aire un maridaje bastante simétrico entre la tradición del rock nacional y la música joven más independiente. Aquí, en un entresijo, el homenaje a Ricardo Iorio y algunos agradecimientos: Gracias por tanto, Muere monstruo muere, vos vivís y ¿Por qué falsear, si ser uno es ganar? Buen punto: ¿cuántos festivales se animan a rendirle tributo al más grande artista del heavy nacional? Más allá, Marina Fages sacude la cabecita entre el convoy postpunkero de Nina Suárez. "Vine a ver a Massacre y a tocar con Eterna Inocencia", tira la multifacética Fages.

Foto: JC Fotografía, gentileza de prensa Rock en Baradero

El público va y viene entre un escenario y otro, sirviendo de cueva al hormiguero de la cultura rock, desplazada de su centralidad por el avance de la cultura urbana. Más como aproximación que como resistencia, el público de Benjamín Amadeo manda nuevas señales: se divisan casacas de No Te Va Gustar, Sex Pistols y The Rolling Stones.

"El armado de la grilla está pensado en cómo las audiencias consumen música, sin tantas restricciones. No hay un reparo", señala el atinado Amadeo. Y sigue: "Acá se aglutinan todos los estilos. Los jóvenes nos vinieron a enseñar que 'primero hay que hacer canciones y después ves con quién te juntás'. Nos une la música tocada, creo que el lenguaje en común del festival parte desde ahí".

Unos perros se escabullen entre las patas, unas productoras se embadurnan de repelente. "¿Vino Fátima?", pregunta Walas. "¿Vino?", insiste burlón el líder de Massacre, probablemente refiriéndose a Fátima Florez, la compañera sentimental del presidente. Al toque, Usted Señalemelo clava un show sin hendijas y El Plan de la Mariposa entroniza ideas sobre la abundancia y el desapego ante el canto devocional de su propia multitud.

Enseguida, Estelares ensaya una lista hitera y emerge entre las almas uno de los símbolos de legitimación popular: el zarandeo de banderas. Hay de Tandil, de Los Piojos y de Islas Malvinas. Con la mundana Solo por hoy, unas chicas improvisan unos pasos de rock & roll. Ahora es tiempo de Los Pericos y de su cancionero popular (más una versión muy sutil de Trátame suavemente de Daniel Melero).

Foto: JC Fotografía, gentileza de prensa Rock en Baradero

En el Rock en Baradero nada luce posado, hay un fluir auténtico en imágenes tiernas como la de los enfervorecidos acólitos de Dum Chica, que despachan el primer (¿y único) mosh del festival. Al ladito, brota el aluvión de hits de Los Auténticos Decadentes que envuelve todo de un flow casamentero. Allí, Los Deca regalan dos covers: Costumbres argentinas (que Andrés Calamaro compuso en Los Abuelos de la Nada) y Los viejos vinagres (Sumo). Hay un brillito pícaro en su "para vos, lo peor, es la libertad".

Así las cosas, en el show palo y palo de Dum Chica, su público, unos pibardos veinteañeros, los reverencian. "Siempre estuvimos comprometidos con el vivo. Nuestros temas explotan ahí", dice Lucila Storino, voz del trío narcótico. "Este festival le da un re lugar a la escena. Nos enfrenta a un público distinto, que nos pone incómodos y ése es un desafío importante. Además, nunca tocamos con Los Palmeras y es un cruce muy rico", cierra Storino. Es que Rock en Baradero, en sus 10 años de existencia, comprime esa síntesis.


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