Las madrugadas son eternas, paso las horas entre libros policiales que saco de la biblioteca de mis papás y frases sin rumbo que anoto en cuadernos que nunca termino. Pero nada me entretiene más que escuchar lo que pasa en la habitación de mi hermano. Nuestros cuartos están unidos por puertas, la cabecera de mi cama da contra la puerta de su cuarto empapelado de posters de bandas de rock. En mi habitación aún hay resabios de niñez, Barbies en casas de muñecas hechas con casetes, un equipo con CD y doble casetera, pilas de libros de la colección Robin Hood y El barco de Vapor, peluches pintados con marcadores, un corcho con fotos de amigas y las primeras entradas a la matiné de La City.

Una noche mis papás salen y mi hermano ensaya con su banda. Tienen fecha para presentarse en un bar y me piden que venda entradas en el colegio. Me dan un pilón, si vendo todas puedo invitar a dos amigas y nos pagan las consumiciones. Me voy con las entradas a mi cuarto, cierro la puerta y me acuesto a mirar las estrellas autoadhesivas que brillan en el techo. Mi hermano y los amigos ensayan sus temas, después abren cervezas y escuchan hits de bandas extranjeras hasta el amanecer. Bostezo, cierro los ojos, ya casi estoy dormida cuando una voz aguda me electriza. Luis Alberto Spinetta canta: "Ya despiértate nena, sube al rayo al fin… Y así verás, lo bueno y dulce que es amar…" Espío por la cerradura. Lucas, el guitarrista, un flaco de ojos verdes, nariz ganchuda, boina gris y morral de hilo, le deja a mi hermano el casete de Desatormentándonos con los bonus track "Despiértate nena" y "Post-crucifixión".

A la mañana mi hermano va a la facultad, entro a su habitación y me llevo el casete de Lucas. Lo escucho en el walkman camino al colegio, en los recreos, en el colectivo cuando voy a la psicóloga. Lo escucho hasta quedarme sin pilas y compro pilas para seguir escuchándolo. Cuando llego a casa, mi hermano pregunta si vi el casete de Lucas y le digo que no. Grabo el casete en un virgen Magnatape, la marca de la fábrica de mis papás que tuvieron que cerrar cuando se abrió la importación. Dejo el casete de Lucas en el cuarto de mi hermano, me encierro en mi habitación y me acuesto con Spinetta en el walkman. "Algo flota en la laguna", "Post crucifixión" y "Dulce 3 nocturno" rankean entre mis temas preferidos pero quiero más. El sábado le pido plata a mi mamá y voy a una galería de Avenida Cabildo. Reviso las bateas de un local minúsculo. Compro el CD de Artaud y lo escucho en loop.

A la semana siguiente compro Pescado 2, después Almendra y Kamikaze. Llevo comida de mi casa al colegio y con la plata que me dan para almorzar en unos meses tengo la discografía completa de Spinetta. Mis amigas escuchan Roxette y me siento sola descubriendo un tesoro. Paso horas escuchando al flaco, me gusta desmalezar las letras, quiero entender su poética, leo a Rimbaud y a Artaud, pero no entiendo nada. En la Bond Street compro una remera de Spinetta y descubro en el subsuelo un local donde venden conciertos grabados en vivo. Compro uno de Almendra en 1969, lo escucho caminando por Avenida Santa Fe y canto: "Era una chica que voló, vio florecer la luz del sol y no volvió. El tiempo comenzó a pasar, las frutas no brillaron más y el sol se fue, y llovió. ¿Dónde estás ahora, que el tiempo borró tus manos?"

Voy al colegio con la remera de Spinetta, me llega a las rodillas y no me la saco por varios días. Hugo, el asistente, un tipo de pelo largo y zapatillas Topper blancas, me cuenta que el flaco de chico vivía a la vuelta del colegio, en la misma casa chorizo en la que aún viven sus padres. A la salida del colegio voy hasta la casa de la calle Arribeños y espero unas horas, pero nadie sale. Vuelvo al día siguiente y varios días después. Una tarde veo a un hombre parecido a Spinetta pero mayor, es Luis Santiago, el padre de Luis Alberto. No sé qué decir, me da vergüenza hablarle y lo miro. Luis Santiago adivina por qué estoy en la puerta de su casa y me cuenta que él era cantante de tangos, pero no tuvo la suerte del hijo. Antes de irse dice que le traiga el disco que más me guste del Flaco, que él le pide que me lo firme. Unos días después Luis Santiago sale de la casa con mi CD de Artaud. Abro el CD y veo las letras mágicas: "Para Laura, del Flaco Luis Alberto Spinetta". Y un dibujo de un símbolo de paz.

Una tarde en la Bond Street compro un casete con la grabación del concierto de Peluson of milk y me cruzo con Lucas que se lleva Fuego Gris. Lucas me dice qué hacés Laurita y me cae mal, pero después me cuenta que el Flaco va a tocar en el Velódromo el 18 de noviembre. El 6 de noviembre cumplo años y le pido a mis papás ir al concierto. Todavía sos chica, dice mi papá y le digo que cuando tenía seis años me llevaron a Cemento. Buscaban bandas para grabar con su discográfica y fuimos a ver a un grupo de heavy metal llamado Kamikaze. Recuerdo gradas, humo, cuero y el sonido estridente de guitarras. Mi mamá se apiada, me dice que le pregunte a mi hermano, si él te lleva le presto el auto. Hablo con mi hermano, le pido, le imploro, le ruego. A mi hermano le da ternura mi repentino fanatismo y arregla para ir con Lucas y estrenar su licencia de conducir.

Jeans anchos, remera de Spinetta y zapatillas All Star negras. En el auto voy atrás, asomada entre los asientos de Lucas y de mi hermano. Las ventanillas están abiertas y el viento me despeina. Dejamos el auto a unas cuadras, en una callecita de los bosques de Palermo y caminamos en procesión bajo la brisa tibia de noviembre. El pasto tiene un perfume hipnótico, después descubro que es porro. El velódromo es un santuario, somos todos devotos. Nos sumergimos entre la gente y llegamos a pasos del escenario. Se encienden las luces y Spinetta se presenta con Los Socios del Desierto. Suenan los primeros acordes de "Despiértate nena". Tengo frío. El Flaco canta y canto con él: "Ya despiértate nena, sube al rayo al fin… Y así verás, lo bueno y dulce que es amar..."

Laura Farhi empezó a escribir cuentos en la escuela y no paró de inventar historias. Estudió Artes Combinadas en la UBA y Guion en el ENERC. Trabaja hace veinte años como guionista. Escribió ficciones como El tiempo no para, Vidas robadas, Ciega a citas, Soy tu fan, La casa, Soy Luna y Entrelazados. También guionó las películas Muerte en Buenos Aires y Un viaje a la luna. Sus trabajos fueron premiados por Argentores, el Fondo Nacional de las Artes y Filmarket Hub. Un auto para llevarte al mar es su primer novela literaria y fue premiada por Editorial Orsai.