La próxima semana ya habrán pasado diez años desde que salió el primer Assassin’s Creed. Sucesor del Prince of Persia, este juego desarrollado por Ubisoft Montreal cautivó a una generación de pendejos combinando varios elementos: desde una jugabilidad re arcade que permitía trepar por todos lados, un modo de sigilo propio del Metal Gear y mundos enormes para explorar hasta un set up histórico de conspiraciones templarias en medio de las Cruzadas.

Pero los años pasan para todos. La saga apostó a mantener el núcleo de elementos durante todas sus entregas —y ya van diez, más siete spin-offs– mientras iba modificando el contexto histórico y la variedad de las conspiraciones. La fórmula funcionó bastante bien hasta la aparición masivamente popular de las nuevas entregas de sus competidores en toda esa década.

The Witcher 3: Wild Hunt, Fallout 4 y Uncharted 4: A Thief’s End le subieron la vara a la nueva generación de videojuegos. Uncharted 4 logró un apartado gráfico increíble y combinar acción con puzzles, dando como resultado un juego divertido y desafiante. The Witcher 3 y Fallout 4 llevaron a los juegos de mundo abierto a un nuevo e inédito nivel de detalle, consolidando además eso de que las elecciones que se toman dentro del juego lo modifiquen. Así, se pueden crear infinidad de situaciones y explorar casi todo el mundo sin la necesidad de recurrir a ninguna misión.

Los creadores de Assassin’s Creed Origins intentaron sumar algunos de estos elementos para refrescar la experiencia de juego. Agregaron un sistema de niveles y experiencia al personaje para acercarlo más a un RPG, un inventario para construir ítems y un árbol de habilidades. Sin embargo, estos elementos no están integrados al juego y se los puede obviar sin que cambie mucho la experiencia. Eso no está bueno.

No obstante, como rasgos interesantes vale destacar la elección del antiguo Egipto como contexto, ya que permite revivir ese mundo extinto gracias a una calidad gráfica de primera línea, y también la posibilidad de usar el punto de vista del águila que acompaña al personaje para tener una visión del terreno desde arriba y planificar las acciones. Como un dron, pero vieja escuela.

En general, Assassin’s Creed Origins se siente como un juego de transición, que intenta incorporar elementos nuevos sin dejar de recurrir a la misma fórmula que hizo exitosa a la franquicia. Sólo que esta vez no le alcanza para estar entre los mejores de esta generación.