El cuenta que su abuela paterna es su mamá, ya que fue quien lo crió desde que tuvo uso de razón. Acdisa es una señora conservadora y sencilla que hoy ronda los ochenta, poco sabe de diseño y es la musa inspiradora de piezas que impactan con sólo mirarlas. Memorias, la última colección del joven diseñador chileno Rodrigo Pinto, le rinde homenaje en vida. Fue una forma además de transmutar o ‘formalizar´ como él explica, la angustia, nostalgia y miedo que le provoca perderla. Por eso, a partir de dos íconos de esta figura materna –el bastón y los huevos de las gallinas que criaba con esmero– Pinto construye toda una línea de mobiliario y objetos que conocimos de primera mano la semana pasada en Santiago en Espacio End.

“Después del fallecimiento de mi madre, cuando tenía tres años, mi abuela paterna decidió ocuparse del cuidado mío y de mi hermana. Desde ese día mi abuela se transformó, por decisión, convicción y amor, en nuestra madre. Mi amor y admiración por esa mujer no ha cesado nunca. Los años han pasado y han dejado su huella en el físico de mi abuela, pero nunca en su fuerza. Un infarto, problemas médicos, y una artrosis en ambas rodillas han intentado bajarla, torcerle el brazo y que caiga, pero nunca ha pasado. Este proyecto es una memoria, un registro de ciertos elementos que representan la transición. Pasar de una mujer fuerte e independiente a una que depende de un par de muletas para sostenerse, por eso tomo esas muletas, bastones, como gestos formales en mi obra. Sus gallinas también son un elemento vivo que representan esta transición. Su jardín, un ambiente creado por ella por mas de 30 años. Un caos maravilloso y con mucho sentido de organización, es lo que representa su inmortalidad, su memoria viva. De todos estos elementos tomo rasgos que los identifican y los proyecto a las piezas. Vasos tipo tótem de noventa centímetros de alto contienen la información sacada de su jardín y gallinas. Una silla y una mesa esculturas con un paisaje sobre la cubierta y asiento a modo de piel de gallina que se erizan sobre estas. Cosas simples plasmadas en una construcción compleja. Materiales austeros que se valorizan en la construcción a mano, donde el valor es el tiempo entregado, muy alejado de los procesos industrializados que poco y nada me interesan. Una forma honesta de expresar amor mediante lo que hago”, adelanta Pinto. 

–¿Dónde y qué estudiaste?

–Estudié en la Escuela de Diseño de la UDLA en Santiago. Me dieron una beca para un pre-grado en NABA, Milán. Y el año pasado hice una pasantía en el estudio de Nacho Carbonell en Holanda. Ese fue el punto de inicio de mi carrera.

–¿Por qué optaste por el diseño?

–La verdad que por casualidad. Había estudiado mecánica automotriz después de la secundaria y ejercí un tiempo, pero no me sentía haciendo lo que realmente quería. Siempre tuve un interés por el ámbito creativo pero nunca lo exploté de niño, la necesidad por sustentar la vida llevó a mi familia a tomar la decisión por mí de estudiar en un liceo industrial. Era el fútbol o estudiar. La primera por cosas del destino no pudo ser y la segunda tuvo que ser la opción de futuro, o al menos una herramienta que mi familia podía entregarme. Cuando salí a buscar donde estudiar, me encontré con la Escuela. Digo casualidad porque la matrícula que ofrecían era gratis, solo por esa razón entré a la Universidad. Luego estando adentro me encontré con todas las oportunidades que fueron abriendo camino a descubrir mis intereses. La beca fue mi primer viaje en avión, imagínate lo que fue eso para alguien de barrio. 

–¿Cómo surge la idea de trabajar en homenaje a tu abuela?

–El poco tiempo que estuve con Nacho fue muy enriquecedor. Nacho es una persona absolutamente apasionada y creo que leyó en mí lo mismo. Me entrego la confianza para fluir, descubrir que forma tiene que ver conmigo al momento de proyectar mi trabajo. Buscando el factor diferenciador me di cuenta que siempre estuvo ahí. Creo que a mi abuela le debo mucho, sino todo. Es una imagen que tiene que perdurar en el tiempo. La gente cree en santos, yo creo en mi vieja. Hay poca gente buena de verdad, estamos quienes no tenemos malas intenciones y andamos por la vida tratando de hacer lo mejor por uno y los que están al lado. Pero hay otros que irradian algo más. Que tienen una energía distinta, que sabes que lo darían todo por ti. Que vinieron a este mundo a mejorar el de otros. Eso es mi abuela, la persona más desinteresada que conozco. La historia de su infancia de ella es una historia de sacrificio que no ha cesado hasta hoy. Creo que lo mínimo, es que dedique gran parte de mi trabajo a enaltecer su imagen divina. 

–¿Qué sintió ella?

–Lo mismo cuando me tatué su nombre. Esbozó una sonrisa y me sirvió dos veces el mismo plato de comida. No es de los besos, ni de decir que está orgullosa. Cuando dicen que las palabras no valen, que los actos demuestran más, miras a mi abuela y entiendes lo que significa. 

–¿Y la gente que no conoce la historia? ¿Qué pensás que se cuela de ella en las piezas?

–Cuando la leen o ven el video se emocionan. Cuando ven el trabajo, el resultado, es imposible pasar de largo. Ese es un objetivo en mi trabajo. Despierta la curiosidad. Hay que preguntarle a alguien; qué está pasando ahí. Y ahí parte el diálogo, vas construyendo un mapa a través de las texturas que llevan a esta historia. Ahí hace mucho sentido todo. Creo que de otra forma sólo aprecias la cantidad de información visual,  pero no el origen.