Cuando entre la noche de ayer y la mañana de hoy se conoció el asesinato de Rafael Nahuel, nos preguntábamos con un colega qué dirán ahora. ¿Que las balas de plomo se dispararon solas? ¿Que cabe interrogarse qué hacía ahí Rafael Nahuel?

 Hacia este mediodía dominguero, los portales de los medios efectivamente hegemónicos virtualmente ignoran el asunto aunque uno de ellos, Clarín, se da el lujo de ubicarlo a cabeza con un título segmentado: “Ocupación Mapuche”. En su formidable columna de estas horas,  “El estigma mata”, Martín Granovsky contrapone esa evidencia histórica al carácter de frase hecha -aunque cierta- de que el ajuste no cierra sin represión. Pero lo fundamental es eso de los prejuicios que implican hechos, cuando se los alienta desde el aparato estatal. Que el enemigo estaría integrado por mapuches, que los mapuches tendrían una vanguardia violenta, que el kirchnerismo y la izquierda alientan los conflictos porque cuantos más muertos mejor, etcétera. Si algo faltaba para determinar la coherencia modélica vigente, allí está el combo entre que Santiago Maldonado se ahogó por su cuenta y la nueva cacería desatada en las horas de difusión de su autopsia. Notable. De tan perfecto que suena publicitariamente desde el marketing oficial, parecería que lo hicieron a propósito. De hecho, (a)gentes de prensa macristas subieron, en los portales ídem, opiniones basadas en que el problema es la ausencia de políticas de Estado para que la segunda muerte en el marco del conflicto mapuche se pueda resolver por vía política, como si la vía política no fuese volver a inventar un enemigo interno.

Las cosas vuelven a contarse solas.