El primer libro de una escritora siempre despierta expectativas. Cuando una nueva voz se une al coro de narradores/as argentinxs (entre los que sobresalen en los últimos tiempos autoras como María Lobo, Analía Giordanino y Natalia Ferreyra), se espera que deje escuchar otras circunstancias en contextos que alteren la permanencia de las cosas. No siempre pasa. En Angst, de Adriana Riva (Buenos Aires, 1980), once cuentos protagonizados por personajes femeninos de distintas edades revelan el esfuerzo que hay que hacer para que cualquier orden, efectivamente, cambie. 

Casi siempre son los personajes los que, tarde o temprano, deben ceder: la hija única de un matrimonio despide a su padre frente a una rival inesperada, una madre desabrida viaja hasta un pueblo de Finlandia para descubrir en su hijo a un hombre íntegro, una adolescente palpa los riesgos que conlleva la fascinación por ciertos adultos, la ejecutiva que se ocupa de despedir a trabajadores se encuentra sin recursos para administrar su propia vida. Identificada de manera cauta y cómica con ellos, como si los personajes se espiaran mientras meditan, corren al aire libre o permiten que el desamor entre en sus vidas, la voz narrativa procede a destapar la olla del absurdo. “Todas pasan por una suerte de metamorfosis que a veces las fortalece y a veces las debilita, pero empiezan de una manera y terminan de otra”, observa Riva sobre las mujeres de sus ficciones.

Se podría decir de los cuentos de Angst que son ágiles, divertidos y también angustiantes ¿Pero cuál es la particularidad que poseen? Como si fuera una decoradora de la conciencia de los personajes, Riva elige sostener las tramas con asociaciones e imágenes de un lirismo burlón. “No sabía qué usar para el entierro, era incapaz de distinguir entre una campera de moda y una mesa, así que en pocos segundos me decidí por una pollera larga negra y un suéter gris que me arañaba el cuello”, detalla la hija única huérfana de padre en “Pimienta rosa”, el primero de los relatos.

“Mientras escribía, leí mucho a Cynthia Ozick, que tiene destellos poéticos en medio de situaciones prosaicas -cuenta Riva?. Es algo que por momentos intenté replicar a la hora de elegir la entonación narrativa de mis cuentos. Busqué hacer una suerte de mezcla ecuánime entre acción y reflexión, un poco de acción y otro tanto de poesía, de manera tal que la curva narrativa avance hacia el conflicto con una buena dosis de metáforas.” De la proporción depende el resultado: cuanto más peligrosa se vuelve la ruta que toman los cuentos (como ocurre en “Kokkola”, “Turistas” y “La oruga”), más satisfacciones traen. Mientras la ansiedad por la suerte de los personajes aumenta, mayores son las dosis de delirio narrativo. “A los dos les divertía mojarse un poco; ninguno estaba hecho de azúcar”, acota la narradora del relato protagonizado por una chica cautivada por una yunta de profesores extranjeros.

En “Pollo frito”, otro de los grandes cuentos de Angst, se lee: “Trató de acordarse de cuándo su vida se había vuelto tan imprecisa, pero en lugar de eso se acordó del paquete que estrujaba contra el pecho, como si alguien le hubiese tirado una toalla para taparse”. Esa frase quizás ilustra uno de los procedimientos centrales de Riva: en medio de una situación angustiante, la recreación de una segunda escena imaginaria acompasa el drama con un paso de comedia. La que les alcanza la toalla a los personajes desnudos es la propia autora.  

Riva le puso Angst a su primer libro porque la angustia, la incertidumbre y el miedo se desprenden de todos los personajes. “Es lo que los une ?dice?. Empecé a escribirlos después de la muerte de mi papá, cuando estaba completamente tomada por mi angst, muerta de miedo. Si bien había trabajado casi diez años en un diario, nunca antes había escrito ni una línea de ficción. En medio de esa angustia, escribir me ayudó a transformar una realidad en otra.” En la lengua extranjera de la literatura, la angustia se puede volver más llevadera.

Angst
Adriana Riva
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