Desde joven soy fan de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, banda que nos susurraba una caricia al alma en época donde mucho de lo demás eran palazos. Sobre todo soy fan de un disco notable que hicieron a mediados de los años noventa. Sé que es una obviedad pero es así. El disco al que me refiero es Luzbelito. Disco conceptual, superlativo, una ópera rock con canciones de siete minutos… Si me apuran un poco, lo pongo primero en el ranking de los mejores discos del rock nacional (si es que los rankings sirvieran para algo en este mundo). Y haciendo zoom en el disco, soy fan del último tema, el que cierra y, por lo tanto, clausura esta joya: “Juguetes perdidos”. La canción más larga del disco, lo cual lo hace todo aún más desafiante y poderoso.

La primera vez que escuché Luzbelito de corrido fue en una ruta. Con un grupo de amigos hicimos un viaje largo, en el Falcon modelo ‘73 de Angelito. Salimos de Bahía Blanca por la costa, Viedma, El Cóndor, Las Grutas, donde paramos en el mítico Camping Rosita, Puerto Madryn, Lobería y así hasta llegar a Puerto Pirámides. Desde ahí cruzamos a la cordillera y luego a Chile y nos perdimos un poco por Pucón, Frutillar, Temuco, Villarrica, llegando hasta Niebla –donde comimos unos cangrejos a la provenzal inolvidables–, y desde ahí volvimos por la ruta 40 hasta Bahía Blanca de nuevo. Viaje de dos meses y medio, la mayor parte del periplo la hicimos durmiendo en una carpa canadiense, con cubre-carpa de lona anaranjada y curtida como pocas, con una base verde militar y un logo enorme que hoy sería vintage pero que en esa época era de pobre nomás: Cacique camping, para más datos. El fin de la adolescencia, el principio de la adultez, estábamos perdiendo los juguetes, seguramente, sin darnos cuenta.

Nos gustaba hacer los trayectos largos por la noche, llegar al próximo destino con el amanecer. Teníamos ese berretín y, por sobre todas las cosas, teníamos ese bien tan preciado: teníamos tiempo. En ese viaje llevábamos unas cajas porta casetes, algunas nuestras y otras prestadas, de hermanos mayores, de primos y así… Era el puchero misterioso, había de todo en esas cajas. Recuerdo la cantata Laxatón de Les Luthiers, un compilado de la Mona Jiménez, Puta’s Fever de Mano Negra, lo mejor de Lou Reed; en fin, un karaoke infernal en una época en la que la música nos acompañaba todo el tiempo.

Una noche, cruzando la Patagonia por una ruta vacía, pusimos Luzbelito. Viajamos casi sin hablar, mi amigo Ángel manejando y yo al lado cebando mate, ambos concentrados en las líneas blancas de la ruta, escuchando el disco por sobre el rugido del motor del Falcon modelo ‘73.

Recuerdo, como si fuera hoy, la conmoción que me causó el disco completo. Una canción más poderosa que la otra, un cross a la mandíbula del que escucha. La forma en la que encajaba la voz del Indio con el paisaje, la desolación de la meseta patagónica y su belleza extraña. Las melodías de la guitarra de Skay, el ritmo caravana que atraviesa casi todo el disco, ese andar de pueblo dolorido de mediados de los noventa en una Argentina que de otra manera también miraba sus juguetes perdidos, ahora en manos de otros.

Luzbelito es un disco al que vuelvo constantemente. Tiene el pulso que me gustaría que tengan mis textos, y además hace algo que es extraordinario, cierra con lo que yo creo es la mejor canción, se reserva para el final lo mejor, que es un gesto de una nobleza implacable. “Este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene” nos ruge el Indio en la mitad de la canción, pero después de esta sentencia, y para cerrar el tema, nos consuela nuevamente “Cuando la noche es más oscura/ se viene el día en tu corazón”.

Invito a aquellos y aquellas que tengan ganas, a meterle una escuchada al disco de punta a punta, y ojalá les conmueva tanto como a mí en esa noche patagónica.


Andrés Binetti es dramaturgo, director y docente teatral. Egresado de la carrera de Puesta en Escena de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático. Por su labor artística de dirección y dramaturgia ha recibido diferentes premios y nominaciones (Trinidad Guevara, Teatro del Mundo, Florencio Sánchez, Teatro XXI, entre otros). Desde 2007 sus clases de dramaturgia han formado y entrenado a varixs autorxs. Actualmente se puede ver su pieza El jinete helado los viernes a las 20 en el Teatro Del Pueblo.