“Últimamente tengo la cabeza plana, como la tierra. La que guarda los recuerdos de esta familia perdió la memoria, y desde entonces nos encontramos todos en una especie de pausa que es como una meseta, o una pared blanca. En realidad, debería decir: “nos perdemos”, comienza la novela de Julieta Correa ¿Por qué son tan lindos los caballos? (Rosa Iceberg). Cómo se hace para relacionarse con una madre que pierde las palabras, que no se acuerda del nombre de las cosas, que no se encuentra adentro de su propia cabeza. De qué manera se reconstruye un vínculo sin poder dialogar como se hacía antes. De todos estos temas se ocupa la primera novela de esta escritora y editora, de cuidar a una madre en un contexto hostil para les adultes mayores, en un país y un mundo que los hace sentir descartables.

¿Cómo nació la idea de escribir el libro?

--Llegó de una manera difusa, como suelen llegarme las ideas al menos a mí. Por un lado, yo escribo un diario hace muchos años. A veces con más, a veces con menos frecuencia. El período que abarca el libro coincide con el de la pandemia, que creo que fue un momento alto de escritura de diarios para mucha gente. Cuando Sari empezó a tener un comportamiento raro, diferente, errático, también desesperante, yo empecé a poner todo eso en mi diario porque era lo que me estaba pasando. En un momento lo puse en un archivo nuevo y lo fui tratando con autonomía. Empecé a completarlo: recuerdos, sus cambios en el lenguaje porque no me los quería olvidar, las consultas médicas, mis hipótesis sobre la enfermedad; pero también a pensarlo como un texto en sí mismo, a darle una forma, digamos, literaria.

¿De qué manera te sirvió esa experiencia?

--Me sirvió para estar adentro de ese tema durante más tiempo. Es decir, yo pasaba mucho tiempo con Sari pero cuando no estaba con ella pensaba en ella. Me repetía las conversaciones. Y trabajar el texto escrito era una manera de seguir ahí. Sobre lo más estrictamente literario, hay dos escenas puntuales que tomé de un taller con Mercedes Halfon, hay algunas cosas del estilo que vi con Santiago Nader y después se lo pasé a Marina Yuszczuk, escritora y editora de Rosa Iceberg, que me ayudó mucho a transformar ese archivo de drive en un libro. Su lectura, sus consejos y su propuesta de publicarlo lo volvieron libro. Quizás si no lo agarraba ella hubiera quedado en la instancia del diario. 


¿Cómo fuiste procesando la pérdida de las palabras de tu mamá?

--Creo que esa es una de las tramas del libro. Cómo procesar o entender o convivir con esa pérdida de las palabras. El archivo de word tenía de título “Las palabras”, de hecho, para mí era lo principal. Ahora creo que también es un homenaje a Sari y tiene la intención de ser una reivindicación del cuidado. Bah, un registro del cuidado, reivindicación es un poco pretencioso. A nivel personal diría que como pude, jaja.

¿Escribir es una forma de recuperar esas palabras?

--Para mí escribir es una forma de seguir pensando en ellas, entonces en ella. De seguir adentro de ese tema, si una madre fuera un tema, porque me gusta, porque quiero. Así que escribir fue una compañía bárbara en ese tiempo. 

Escribís en un pasaje que ella era la historia de la familia, ¿cómo se reescribe la historia ahora?

--Ahora forzosamente la historia continúa porque seguimos vivos y seguimos haciendo cosas. Por suerte. No sé si diría que vamos a reescribir la historia pero sí sé que al menos yo tengo un interés puntual, que voy a ir tomando como una tarea y una responsabilidad, en conocer mejor la tradición de mi familia y de continuarla. Eso implica leer sobre hormigas, aprender nombres de pájaros y quizás andar a caballo, que nunca se me dio muy bien. Desempolvar algunos papeles, cartas de tatarabuelas, y volver sobre los diarios de Sari en algún momento.

¿Cómo fue tomado el libro?

--Por mi familia y la gente cercana a Sari fue tomado con muchísima generosidad. Por suerte, porque era un tema que me tenía inquieta. Por los lectores diría que también. Me llegan comentarios por redes o de libreros que dicen que les gustó porque les hizo pensar en experiencias cercanas dolorosas, que fue como una compañía en el cuidado o en el duelo. Esto, que es bastante lógico, me sorprendió. No había pensado en esa conexión con lectores a través de un libro y ahora me da mucha emoción y alegría.  Además me gusta haber pasado los últimos seis meses hablando de cuidado y de ternura en esta época tan cruel con los viejos y los enfermos. 

¿Cómo se entendieron cuando ya no hubo palabras?

--Nos entendíamos bastante bien cuando comíamos cosas ricas. Con sanguchitos de miga, helado, dulce de leche y Sprite.